A falta de tres episodios para el cierre impuesto por la cadena tras la baja audiencia y el tono titubeante de los comienzos de la segunda temporada-prórroga, Joss Whedon ha vuelto a sacar el conejo de la chistera y a dejarnos boquiabiertos y con ganas de más.
Dollhouse nunca ha estado a la altura de su interesante premisa: problemas de presupuesto, la incapacidad de su actriz principal para lucir cualidades dramáticas más allá de su innegable palmito, la falta de coralidad aquí necesaria, y el no saber si era una serie adulta para un público adulto donde se admitiera que buena parte de los muñecos de la casa eran prostitutas y prostitutos de alto standing con alguna incursión en el mundo de las corporaciones y el espionaje, más la imposibilidad de jugar al arco narrativo hundieron en las pobres audiencias la primera temporada. De milagro, se le concedió una segunda cuando ya todo el mundo daba por hecho que la sombra de la cancelación iba a marcar un nuevo tatuaje en el duro pellejo de Whedon, pero hay que reconocer que la vuelta a las antenas no fue lo que se esperaba, con varios capítulos incomprensiblemente lentos, fuera de ningún tipo de pretensión de levantar la trama.
Fox anunció entonces la cancelación. Los capítulos rodados que quedaban serían emitidos en diciembre, agrupados de dos en dos. Quizás, pensamos todos, Whedon y tropa tendrían tiempo de envolver el paquete y darle un final digno.
Y entonces hemos visto seis de los episodios que quedaban. Y nos quedamos con los dientes largos a la espera de los tres que, otra vez semanalmente, se emitirán en enero.
La duda es quién está jugando aquí al gato y al ratón. ¿Fox ha caído en la trampa de Whedon, no había visto el producto que estaba cerrando? ¿Whedon se adelantó al hacha y los ha dejado en ridículo con los episodios que, desde su regreso, han ido en un crescendo imparable?
Dentro de tres semanas sabremos cómo se resuelven las tramas abiertas, cómo se evita (estoy seguro) ese Days of Future Past que vimos, o no, en Epitaph One. La serie quedará, entonces, como una reflexión sobre los usos descontrolados de la tecnología y, para Whedon y sus compinches, como el momento en que se vengaron de una cadena que les ha hecho la puñeta tantas veces que se merecía quedar con el culo al aire: la cadena misma y sus audiencias.
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