Se cierra el telón, pero poquito, y a la espera de que en febrero vuelva Perdidos, para dos de las series de ciencia ficción estrenadas en este último tercio del año. La primera, la revisitación de V, tras cuatro episodios que han seguido la misma narrativa monocorde, sin saber muy bien si se trataba del remake de la serie clásica o si era un batiburrillo de todas las invasiones extraterrestres que en el mundo han sido, enormemente light y descafeinada respecto a su serie original: ni hemos visto a un lagarto de verdad, ni se ha solucionado la tontería de que lleven sobre las escamas piel sintética, ni los "V" (porque aquí se llaman "V") da la impresión de que sean malos más que porque sabemos que sean malos. Con lagunas de bulto en la trama (¿para qué quieren los lagartoides un periodista humano... cuando pueden haber infiltrado a uno de los suyos hace treinta años?), unos personajes que no se creen lo que están haciendo, y un argumento que trata de evitar el síndrome Robin Hood al que está abocado (ya saben, la pregunta: ¿Cuántas historias se pueden contar de Robin Hood?), la serie ha ido cayendo en picado desde su inicio, y el final de esta preview, con un cliffhanger bastante corrientito que ya hemos visto (como la propia serie) cientos de veces, tampoco presagia que su regreso, allá por marzo, nos vaya a mostrar otra cosa que no sea más de lo mismo.
La otra serie que también se va al limbo hasta marzo, FlashForward, ha sido analizada y destripada ya no sólo en la red, sino en la prensa. El hiato previsto, al que se someten todas las series norteamericanas con el inicio de la liga de fútbol, Acción de Gracias y, este año, los juegos olímpicos de invierno, se ha complicado con la urgencia de la productora hacia los guionistas para que se pongan las pilas y le den un poco de vidilla a la cosa, que decae por momentos aunque, cada dos o tres episodios, remonte el vuelo. El tono soporífero con el que todos hablan (¿de verdad que han despertado del flashforward?), lo poco interesante de algunas subtramas, lo lentitos que van con la investigación del FBI, y el truco que se les ve venir (¿son visiones del futuro o conexiones con mundos paralelos?) hacen que de cada episodio apenas merezca la pena expurgar algunos pocos minutos, a menudo los finales, usando y abusando del recurso que les funcionó en Perdidos, pero que aquí, por la propia capacidad de movilidad de los personajes, harta un tanto. A caballo entre la ciencia ficción y la investigación policíaca y los grandes enigmas conspiranoicos, los guionistas no tendrían que tener miedo de jugar no a estirar las tramas, sino a potenciar la peripecia: la misma idea pide que las sorpresas sean continuadas, no estiradas sine díe. La idea inicial, contar en tiempo real el desarrollo del argumento hasta que llegara marzo y el flashforward, parece haber sido dinamitada en este último episodio décimo, donde los personajes ya están rondando la Navidad.
Una y otra serie, y muchas series más, empiezan a sufrir el signo de los tiempos. Y el signo de los tiempos es, por un lado, esa manía de dejar toda la narración confinada al cliffhanger final, defecto que permite desconectar y dejar de prestar atención a los detalles de cada capitulo y flasforwear, con el mando a distancia o el botoncito del ordenador, hasta el final del episodio.
Por otro, empieza a cansar la multiplicidad de personajes. Las series de hoy día prácticamente no tienen un protagonista, sino un coro, y cada personaje se desparrama en su propia historia vital y esa historia torpedea el ritmo de lo que se cuenta en la trama central. En FlashForward no hay un protagonista claro, cuando tendría que ser nuestro amigo Shakespeare, y si acaso la historia que nos llama más la atención es si Sulu va a morirse o no antes de tiempo. El niño autista cansa un poco, la historia de amor entre la chica japonesa y el doctor canceroso no es todo lo hermosa que podría ser, porque se estira cuando tendría que haber sido un episodio único, nos da lo mismo que la agente guapa sea lesbiana o no y quiera o no quiera quedarse embarazada, lo mismo que el alcohólico y la demonio sin pierna no logran captar ninguna empatía. El científico flequilludo y el hobbit reconvertido a genio del mal pero menos ganan cada semana, sobre todo si nos olvidamos de la subtrama amorosa con la doctora.
Sobran personajes, ya digo. Igual que sobran en V. Y falta honradez a la hora de afrontar las temporadas. Plantearse una historia a cinco temporadas vista, cuando lo que se tiene que contar quizá no pueda ir más allá de un par de ellas es un error de concepto, porque la paciencia del espectador es cada vez más breve. Que se lo digan, si no, a Joss Whedon, que ha vuelto a dejar un cadáver exquisito con su Dollhouse, una serie que nunca ha sabido cuáles eran sus puntos flacos y cuáles sus grandes hallazgos atractivos.
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