Anda el mundo del cine con los cuernos rebelaos. Y no, no me refiero a los del rodaje de la peli gaditano-sevillana-pamplonica con título de canción de Cole Porter retocada y la anécdota carnavalesca de los toros escapados (y me dice mi amigo el mal pensado que cuando la estrenen irá con luz y taquígrafos a comprobar si se ve alguna escena de los morlacos corriendo a sus anchas por Barrié en el montaje final, que luego con dos efectos especiales y tres photoshops se les pone encima a Tom Cruise y la Cameron Díaz y parece que están allí; o sea, que mi amigo no se fía de que los toros se escaparan por voluntad propia). A lo que íbamos: que el mundo del cine está molesto, más preocupado que un pavo escuchando una pandereta, porque en Europa, ese sitio al que en teoría todos vamos, les han anulado las subvenciones de las películas esas que dicen que hacen, las que les pagamos entre todos dos veces y hasta tres: al producirlas a la fuerza, al verlas en el cine y al pagar el cánon para descargarlas de la mula. Uy, no, perdón, que las películas españolas no se las descarga nadie. Que lo que nos descargamos es la música española.
Uno entiende el sofoco del personal que se dedica al cine, porque está claro que hemos hinchado tanto la necesidad de que nos paguen los experimentos que, cuando nos quitan el taca-taca, nos caemos al suelo. Pero esto se veía venir, desde hace tiempo. Si nos recortan los presupuestos para el campo, para la pesca, para la producción de leche y para las emisiones de CO2, estaba claro que alguna vez alguien tenía que meter tijera en el subvencioneo del cine patrio, entre otras cosas porque es de rubor que en treinta años nos hayamos cargado, en el cine como en tantas otras honradas profesiones, la necesaria participación en la aventura del capital inversor privado, o sea, el productor que se juega los cuartos y la vida y trata de hacer un producto que guste al público, gusto que se traduzca en que la gente acuda a la taquilla y se retrate, y donde los beneficios económicos sirvan para poder invertir en nuevas películas. Ese factor riesgo se ha perdido desde la ley Miró, igual que se ha perdido el cine de género a favor de ese género del cine que es el cine español, las pajas mentales de cuatro amiguetes donde lo importante parece ser siempre colocar a los colegas y mostrar una realidad social con la que, lo juro, no sé si se identifica nadie. En Europa, que no son tontos, saben que eso es competencia desleal y que subvencionando a troche y moche no se consigue el objetivo del cine, que es llegar al octavo arte: o sea, ganar dinero con el séptimo.
Uno ya sabe que la sangre no llegará al río, que se renegociará a la baja y que la cosa se solucionará, y que como siempre serán las nuevas generaciones de cineastas, los que empiezan, quienes pagarán el pato. Ahí está para todo el gran bolsillo del estado, para solucionar los problemas de todo el mundo, usurpando de continuo labores que no tendrían que ser exclusivas. Pero es sintomático el jolgorio generalizado por la noticia en los internautas al enterarse del recorte. Ni la ministra ni el cine han captado todavía que en la red de redes es donde tienen su mayor enemigo, cuando cualquier persona con dos dedos de frente tendría que haber comprendido hace tiempo que el público que la conforma es el mismo que luego acude o no a las salas, y que es en internet y en la opinión donde tendrían que buscarse aliados.
Publicado en La Voz de Cádiz el 30-11-2009
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