-a José María Pemán, a quien no conocimos,
y a Fernando Quiñones, a quien quisimos tanto.



“…que las hembras cabales en esta tierra, cuando nacen ya vienen pidiendo guerra”
-Popular



A mí, lo que se dice a mí, no hay un franchute que me vuelva a poner la mano encima. Por éstas. Que no. Ése no ha nacido todavía. Antes me subo a lo alto de una torre mirador y me tiro pabajo mirando al agua. Y no por ná, a ver si me explico yo, que lo mismo no es ni patriotismo ni cosas de esas, que antes, cuando eran nuestros aliados, cuando lo de los barcos del cinco, a mí no me importaba. ¿Cómo me iba a importar? Con la de hambre que entonces yo pasaba. Pero ya luego no, pero que no que no. Por guapo que sea, por mucho que pague, ni aunque diga olalá. Que yo he visto a chavalillos con nuestro uniforme destrozaos por las bayonetas y las balas y pienso que podrían ser mi hermano chico, o mi novio, o hijos míos, si hijos tuviera algún día, y me daría algo así como asco, como vergüenza, no sé, encamarme luego con un francés que lo mismo ni es el que ha matao a esos chavales, pero habrá matao a otros, en cualquier parte de la Europa o de España. Y que no. Que no, ea.

Es que será por algo que a mí me llaman la reina. Teresita la reina, la del Pópulo, la de la casa de Petra. La reina, digo. Bueno, la gente se cree que es por el plante, porque me ven así to tiesa, mirando desde lo alto, como si tuviera la sangre azul, que no la tengo, ni ganas, mira. Ni porque me parezca al loro, que no me parezco, a Dios gracias. A la reina-reina, quiero decir. Bueno, qué se yo si es la reina todavía o si no lo es, que dicen que le dieron la corona al niño y el niño después se la devolvió al padre, ni pa ti ni pa mí, chúpate esa. Las cosas de Napoleón. To por poner en el trono, dicen los entendíos, al hermano del Bonaparte. A uno que ni siquiera se llama Bonaparte, sino Pepe. Pepe Botella. Dicen que porque le gusta el beber, y a quién no le gusta, ¿no? Con lo bien que entra si una se sabe controlar, que yo me controlo. A mí me llaman la reina pero no porque me parezca a la María Luisa, con la cara de asco que tiene la mujer, aunque algo tendrá en la alcoba cuando dicen que el Príncipe de la Paz se la trajinaba, que ya son ganas, lo que hace un hombre por mandar en los demás, mira que echar a perder esa buena planta que tiene, aunque otros le echan la culpa, yo de eso no entiendo, de to las cositas malas que pasan en España. A mí me dicen la reina pero porque la gente no sabe que ese es mi apellido, fíjese usted que gracia, Teresa Reina. Pero bueno, siempre es mejor que se crean que es por el porte y no que te llamen la Muda, la Bizca o la Zamba. Yo, por cierto, a la vista salta, no soy ninguna de las tres cosas.

Una se dedica a la vida y siempre digo que lo mismo es mejor que estar en el campo con la espalda baldá, trabajando de sol a sol para darle de comer a tus hijos y a un marío de esos que con el tiempo ya ni te habla, solo pa ver que a tus hijas les espera el mismo futuro que a ti. O sea, morirte de asco en la tierra y desear que llueva porque no llueve y rezar para que deje de llover cuando ya ha llovido. Anda ya. Que yo ya tuve de eso y al final es pa ná. Todo se lo lleva quien se lo tiene que llevar y a ti no te quedan más que callos en las manos, y la espalda destrozaíta y las piernas llenas de varices y en tu vida has visto un vestido bonito, ni te han dicho un piropo, ni te han cubierto el cuerpo de besos como si fueras el relicario de una santa. Una se dedica a la vida y, por más que digan, a mucha honra.

Yo ni canto ni bailo ni falta que me hace. Doy lo que doy y bien que lo cobro. Mal no lo haré, cuando todos vuelven. Las señoritingas no entienden a los hombres, o los hombres no son capaces de pedirle lo que quieren de verdad a las señoritingas. Mejor pa mí. Esto se aprende rápido y no hay más misterio: si tú sabes que a ti te va a gustar, también le va a gustar al andoba, y no hay más que hablar. Tú cumples, él paga, y listo. Otro gachón si lo hay, y si no hasta mañana. Igual que la que comercia con pan, o vende agua o sirve copas. Igualito. Mucho pueden rajar los curas, pero más de uno ha pasado por ahí dentro.

Y por eso una puede llevar la cabeza muy alta. Si lo que hace no sirviera pa ná, po mira, todavía podrían las tiquismiquis poner pegas. Pero anda que no les quito yo un peso de encima, tú ya me entiendes. Y más con esto de la guerra y del asedio. Hasta que no se invente otra cosa mejor, dime tú con qué se van a distraer los hombres, cómo van a espantar el miedo, qué libro ni qué teatro ni qué leche les va a distraer de la preocupación de la muerte.

Por eso está ahí una. O sea, nosotras, no te vayas a creer que soy yo sola. ¿Que cobro? Toma, claro. A ver si la panadera te va a dar el pan de balde. Pídele que te regale una bota de vino al de la tinaja. Una mierda te va a dar, o un palo en la cara. Po lo mismito es. ¿Se va a hacer de oro el que vende los fusiles, el que vende la munición, el que vende los gorros y los uniformes y las balas de los cañones y nosotras tenemos que poner la alcancía gratis? ¿A que no? Hay un precio de sangre en la guerra, pobrecitos los que se mueren. Pero mira que hay gente que se beneficia. Y nosotras hacemos un servicio tan importante como el del barbero que les corta los miembros, criaturitas, a lo mejor con más avío que los curas que les rezan cuando ya están más pallá que pacá.

Y no es que yo no crea en Dios ni en la Santa Madre Iglesia, ojito. Pero todos cristianos y todos con un respeto. Que ya dicen que como yo era la Magdalena, y el Greñúo bien que la perdonó, porque como era Dios sabe de to y entiende de to las cosas. Po eso, que a mí no me vengan con monsergas.

Que aquí la cosa ha estao siempre muy mala. Dinero se mueve, claro, pero donde se mueve el dinero. Los nobles, los ricos, los curas. Y nosotros al otro lado. Así de sencillo, como ha sido y será siempre. Y una tiene que buscarse la vida como puede, mientras no mate a nadie ni robe ni abuse. Que no es tan fácil esto de dedicarse a puta, y menos en una ciudad como Cádiz, por mucha historia y mucho arte que en Cádiz haiga. Que cuando no es la fiebre amarilla que nos manda al otro barrio en un santiamén, es un barco que trae Dios sabe qué enfermedad de América o de Asia, o cualquier fulano te pega algo malo y te tienes que dedicar a otra cosa mientras los médicos te tratan.

Y menos mal, para el negocio, lo de la guerra. Que sí, aunque esté feo decirlo. Con asedio y con to, aquí se mueve dinero y está to como una feria. Menudo trasiego. Desde lo de los barcos del cinco, que mencionaba antes. Desde Trafalgar, que yo era mu jovencita y ná más que me acuerdo del miedo de los truenos aquel día de lluvia. Y esos hombres que iban volviendo que daba penita verlos, el que no venía manco venía cojo, o venía tuerto, o venía muerto. Pero pa que vea tú las cosas de la vida, que no hay quien las entienda: por malos demonios los que eran amigos nuestros, o sea, los franchutes, de pronto les da una levantera de mil pares y ya son los malos. Y los ingleses, que se habían tirao ni se sabe cuánto tiempo allá en la bahía, en plan cabrón, sin dejar pasar ni un barco, de pronto jugaban con nosotros. Leña al gabacho.

Y que yo digo que sí, ojo. Que bueno. Que ni Napoleón ni la madre que lo parió tienen derecho a decir que es suyo lo que no es suyo. Eso, más claro que el agua. Que el agua, digo. Y no veas la que dicen que se montó en toda España, que parece que la gente no tenía otra cosa que hacer que destripar franchutes en vez de los cerdos por la matanza. Bueno está. También la liamos aquí en Cádiz, qué miedo, Dios mío de mi alma. Debió ser de la caló de mayo, que tiene mucha guasa. O el mismo miedo, ¿usted me entiende? Porque había siete barcos franceses allí fondeados en la bahía, en la época en que bueno, te regalaban perfumes y te decían olalá al oído y una no les hacía ascos al camerío porque eran muy graciosos algunos y no sabían pronunciar la erre. Señoguita, ahoga nos vamos a follag a la cama. Lo que tú diga, mi alma. Pero de pronto la situación cambió como un calcetín y a los hombres (porque la guerra es cosa de hombres, mayormente), ya no quisieron otra cosa sino degollar franceses. Vamos, lo mismo que se pone de moda un miriñaque o un borlón, que un año to las niñas lo llevan y al año siguiente se ha quedao viejo. Po los franchutes se quedaron viejos y lo que había que hacer era matarlos a todos. A tiros o con lo que fuera.

Lo que pasa, lo que son las cosas, es que tú le puedes endiñar dos tiros a un batallón en un bosque y escaparte y que no te cojan. Pero a ver quién era el listo que le disparaba a aquellos barcos, que por mucho que luego corriera ya podía rezarle al Cristo que el barco te iba a disparar con bala roja y a ver entonces qué quedaba del patriotismo y de sus castas.

No veas, qué mesecito de mayo. Con el calor y el miedo, y venga a llegar gente de Sevilla y de Madrid y de todas partes diciendo que en tos laos le habían declarao la guerra a Francia, y que nos tocaba a nosotros. Y una miraba la bahía y miraba las bocas de los cañones de aquellos malditos siete barcos y decía que ajolá se rindieran sin pegar un tiro, porque nos iban a caer todos encima. Mucho miedo esos días, sí. Más que luego, fíjate. Por la incertidumbre, claro. Y a lo mejor porque yo era más joven y más miedica, y el asedio no me había hecho fuerte como soy ahora. Pero lo que no tiene perdón de Dios es que la gente se echara a la calle y se pusiera a pegar tiros y a quemar casas y al final mataran de aquella manera al marqués del Socorro, pobre hombre, y to porque decían que se quería rendir a los franceses, cuando lo que me han dicho a mí es que no, que lo que quería era esperar a que los ingleses nos echaran una mano y así coger a la flota gabacha entre dos bandos, nosotros por un lao, ellos por otro. Qué lástima, lo de aquel hombre, que lo mataron como si fuera un criminal y encima hasta querían ahorcarlo una vez muerto. Quién sabe dónde habrá acabao al final su cadáver.

Y to pa ná, las cosas de la vida. Porque luego nadie se atrevió a pegar un tiro ni a meterse en un bote y pegarle fuego a los barcos. Mucho valor de boquilla pa fuera, y al final a esperar, como quería Solano. Y a negociar con los ingleses, que no decían ni que sí ni que no, y a negociar con los franceses, que le echaron cara al asunto y decían que pa qué queríamos nosotros rebelarnos contra el emperador.

Acabaron a cañonazos, claro, pero poquita cosa. Ni los franceses tenían las de ganar ni teníamos las de ganar nosotros. Y aunque daba miedo escuchar el ruido y la humareda allá en la bahía, y en la Carraca, y desde Puntales, después de cinco días de batalla se llegó a un acuerdo y los franchutes se rindieron y la gente de Cádiz, que es muy noble y a la vez muy novelera, les hizo el pasillo y les aplaudió y to cuando cogieron el portante y entregaron las armas.

Luego, claro, volvieron. Y es cuando empezó el asedio. Una gracia. Todo el mundo pegando tiros en toda España y nosotros aquí, rodeados de agua por un lado y de morriones y de cañones por el otro. Y de rendirse, ni mijita. Te quiere ir ya a tomar por saco. Enterarnos de que éramos el único sitio en toda la Europa que se resistía al Napoleón y ponernos más chulos que un ocho y sacar pecho fue una misma cosa. No sé qué tiene la guerra, de verdad, que lo mismo que trae dolores trae alegrías, y al final las alegrías son más fuertes que los dolores, aunque sean los dolores los que más duran.




En Cádiz, desde el asedio, el que más el que menos se alistó a las milicias. Venga hombres de uniforme, todos los que antes se asustaban de una tijera de pronto se creían el Gran Capitán. Y hasta a las damas ricas les dio por ir de casa en casa pidiendo limosna. Bueno, pidiendo dinero pa armas y vendas. Y cuando les abrí la puerta y me vieron to despechugá, que estaba atendiendo a un cliente que se tuvo que meter debajo de las sábanas, a más de una a pique de darle un soponcio estuvo. Que hubieran preguntao antes quién vive en mi casa y en qué trabaja.

La ciudad se movilizó y yo ayudé con lo que sé en los esfuerzos de guerra. En cola llegamos a tenerlos, qué ímpetus, qué agonías. Parece que estar todo el día empuñando un fusil y esperando que te peguen un tiro te pone caliente, porque es que había quien ni se quitaba el uniforme para entrar en faena. Al lío, dale que toma, y otra vez a montar guardia.

Luego, claro, venían los heridos, y los sustos de las bombas, y el miedo por las noches a encontrarte de pronto con que los franceses hubieran sido capaces de abrir una brecha en las murallas. Porque los hombres se rinden y se dan palmaditas, y mú canalla hay que ser para que te fusilen o para fusilar a otro, pero a las mujeres, en la guerra, no les rinden honores, sino que las violan y les hacen cosas malas. Y una, que sabe de qué pie cojean los hombres y qué cosas raras les gustan a algunos que les hagan, la verdad es que muchas veces me he despertado muertecita de miedo. Menos mal que no pasó nada.
Los hombres iban a la guerra como quien va a una feria de ganado. Así de simple. Y había quien se tomaba la lucha contra los franchutes, que estaban en todas partes, en el Puerto, en Puerto Real, en Sevilla, como un trabajo en una bodega o una tahona. Un sitio al que ibas, cumplías, y te dabas la vuelta. Hasta con horario fijo.

Es el caso de Gasparito el Harina. Que no era panadero, sino albañil, pero como iba siempre manchao de blanco, ya se sabe cómo se las gasta la gente por aquí abajo. El hombre, un profesional de lo suyo, y cliente esporádico porque tampoco es que nadara en reales y una tiene su precio y no es barato, se dedicó en cuerpo y alma a reparar las murallas de Puntales. Los franchutes empezaban el bombardeo, todo el mundo cuerpo a tierra, se les mencionaba a la madre, y a esperar a que capease el temporal. Y cuando la gente se levantaba y comprobaba que no se había muerto nadie y tenía todo en su sitio, allí que Gasparito cogía la mezcla y el palaustre y se ponía a reparar los agujeros de los cañonazos y los desperfectos en la muralla como el que arregla un desconchón en un tabique. Un fiera, el tío. Todos los días. Como si en vez de arreglar un muro de piedra, qué se yo, le pasara el paño a una mesa o limpiara el carruaje del señor marqués. Y así le fue. Lo que pasa es que cogió confianza, o lo mismo el miedo a los cañonazos lo volvió un poquito tarumba, y me cuentan que al final en medio del bombardeo el tío se ponía a arreglar los desperfectos allí mismo, y todos los demás Gasparito bájate de ahí, chiquillo quítate, que te van a dar, por Dios, y él a lo suyo. Hasta que le dieron, claro. La pena es que un hombre que hacía tan bien su trabajo, por su mala cabeza, perdiera la cabeza. Y más pena todavía que el paso de los meses y los años demostrara que estaba haciendo el loco allí pa ná, porque ya después los agujeros se quedaron en su sitio, no hubo nadie lo bastante majara para imitarlo, y las murallas resistieron y los franchutes se tuvieron que tragar las balas.

Pero miedo, sí, miedo una jartá. Sobre todo al principio, cuando los gabachos se creían invencibles y nosotros nos temíamos que fuera una verdad como un templo. Y la junta de defensa, venga a pedir valor y pedir ánimos, y al final cayeron en la cuenta de que como los franchutes decidieran entrar en Cádiz no lo iban a hacer por el mar, que a fin de cuentas ya estaba allí la flota inglesa, sino por tierra. Y que si habían arrasado cuando se les había puesto por delante, nosotros teníamos poca resistencia que ofrecer, y en cuanto se pusieran delante de las Puertas nos iban a mandar a todos con la cabeza de Gasparito.

Y entonces a alguno de los que piensa se le ocurrió la idea de adelantar la muralla a mitad de camino de la Isla, y hacer una cortadura donde los franchutes tuvieran que partirse los dientes antes de llegar a las mismas puertas de lo que son, eso, las Puertas. Y una vez más pidieron la colaboración del pueblo para construir un fortín allí, en ese trocito chico de tierra que separa la bahía del océano, y ni que decir tiene que allí fuimos todos. Otra feria. El miedo, que da alas, y la novelería también, pa qué engañarnos. Todo Cádiz estuvo allí, los ricachones y los pobrecitos, las majas como yo y las niñas bien, los monjes de Capuchinos, los soldados. Todo el mundo. Como si fuéramos al campo de merienda, pero a trabajar a destajo. A levantar la muralla. Qué bonito al principio, la gente con sus pañuelos blancos en la cabeza, esos hombres sudorosos que no tenían ojos más que para su trabajo y, cuando se cansaban de su trabajo, que era pronto, para las que como yo allí estábamos para darles ánimo y consolarlos luego donde no hubiera miedos.

No quedó, pa qué engañarnos, tan bonito como el resto de las murallas de la ciudad, que la Cortadura, que se le quedó el nombre, es como un mojón de piedra en medio del camino, y pa colmo la gente se cansó pronto. Me acuerdo de una niñita bien, muy mona ella, acompañada por una esclava negra, una chiquilla preciosa, que en seguida dijo que el sol la mareaba y que se sofocaba y se tuvo que volver. La negrita no. La negrita dio el callo. Más linda, ella. Qué lástima que cuando cumpla unos cuantos años más y ya no sea tan novelero eso de tener una criada africana le vayan a dar la libertad. Y no por la libertad, no me entienda usted mal. Sino por lo que va a hacer la pobre con la libertad que le den, o sea, la libertad que no van a darle. Y es meterse a puta, pobrecita, allí en los glacis, en esos antros nocturnos donde marcan a hierro a la carne de mujer y las tratan como a animales porque a sus amos de hoy no les importa lo que pueda ser de su vida mañana. Una lástima.

De la Cortadura, además, me quedó a mí el resquemor de si de verdad estábamos en buenas manos, ¿sabe usted? Porque después de hartarnos de trabajar, se dieron cuenta de que con la marea baja quedaba un montón de terreno a la derecha, según se mira pa la Isla (¿eso está al norte?), y los franchutes podrían pasar por allí como si tal cosa y decirnos hola con el pañuelo mientras seguían de largo para Cádiz. Hubo que pedir otra vez la colaboración del pueblo y allí fue todo Cádiz con rejas y hierros para cerrar esa parte, ya no con piedra, por si las moscas. Al final, hubo que contratar a albañiles, porque hay trabajos que no soporta nadie mucho tiempo seguido, y son albañiles de verdad los que terminaron el castillo inservible, qué cosa más curiosa. Una piensa en el pobre de Gasparito, y en el dinero que habría cobrado por ese trabajo que ya no pudo hacer, y lo bien que lo podría haber gastado luego conmigo y con sus cosas…

Porque el castillo, o sea, la Cortadura, al final no sirvió pa ná, aparte de tenernos entretenidos. Y es que de pronto al alto mando le dio por decir que no, que la defensa había que establecerla en la Isla. En el Puente de Suazo. Y allí se fueron todos. Y allí se pegaron los tiros. Y allí iba la gente a ver la guerra como el que va a una verbena o una corrida de toros. Y de allí se vinieron pitando los diputados que habían empezado a hablar de las Cortes, que es lo que nos ha tenido entretenidos a todos desde entonces, que no hay barrio donde no se hable de lo mismo, ni tahona donde no se chismorree lo que ha hablado el Divino o lo que opina la Regencia, y en esa cosa tan moderna que ahora se lleva tanto, los cafés, no hay mesa donde no veas a gente leyendo periódicos y discutiendo de política y ensalzando a Fernando VII, que cuando vuelva de Francia nos va a hacer a todos ricos y nos vamos a comer el mundo.

No va mal el negocio, no. Pese a la guerra, en Cádiz entra y sale la gente, hay dinero a espuertas, y comida de todas clases. Y hasta dicen que quienes están pasando fatiguitas son, ironías de la vida, los mismos franceses que nos tienen rodeados y nos disparan todos los días. Disparan pa ná, otra vez, porque estamos muy lejos o tienen una mierda de cañones. Y desde la iglesia del Carmen, en cuanto ven que van a empezar los bombardeos, suena la campana y todo el mundo se quita de en medio. Se quita de la zona donde llegan las bombas, o sea, el Ayuntamiento y el barrio de Santa María y poco más, que en otras zonas de la ciudad más lejanas, ni se coscan.

Pero nos dio canguelo los primeros días, pa qué engañarte. A mí me cayó una bala de cañón cerquita, pero como de aquí a ahí, y me quedé blanca, de piedra, esperando que reventara y me llevara al otro barrio con el pobre de Solano y con Gasparito el Harina y con Maruja de la Tinaja, que se volvió loca de amor y se pegó un tiro porque su novio se había echado al monte y lo habían matado cuando iba con una partida de bandoleros. Pero miedo-miedo, de verdad de la buena. Hasta que la bomba hizo clac y no pum y se abrió como una sandía, allí a dos pasos, y ni era bomba ni era na, que de tan lejos que estaba cuando llegaba al suelo no tenía ni fuerzas, como un viejo chuchurrío que no es capaz de pasarse un buen rato en la cama. Y parecía una sandía chica, pero en vez de pepitas lo que tenía dentro era metralla y esas cosas. Y ni corta ni perezosa, porque no estallaba, y pa que no estallara más, metí la mano y le quité eso que le llaman la espoleta, y me quemé los dedos y todo, cónchiles, pero le eché valor al asunto, porque todo el mundo me estaba mirando con la boca abierta, como diciendo que hace esta loca, y por seguir con la broma me lo llevé al pelo y dije para hacernos tirabuzones, que el plomo caliente riza el pelo. Y eso nos ha dado por hacer a muchas, y hasta han sacado una copla.

Y, bueno, así es la vida en Cádiz desde que los franceses se creyeron que todo el monte es orégano y que nos íbamos a quedar quietecitos mientras nos mentaban a la madre. Yo no me quejo, conste. Que he ganado mis buenos dineros atendiendo a soldados y marineros, a ingleses (que dicen darling en vez de cherí) y a indianos, que tienen acento dulzón y son insaciables. Y por mucho que se peleen por cosas de política, en la cama no te creas que hay mucha diferencia entre un liberal y un servil, que todos saben lo que quieren y lo que quieren es lo mismo, de una mujer y de la política.

Y en eso andamos, esperando que la guerra se acabe, y que los franceses se vayan con viento fresco, a ver por dónde nos sale luego esto de La Pepa que están celebrando y lo que haga su majestad, a ver si esta vez se queda o no se queda con la corona.

Ahí viene ya el cortejo que va a leer la sustitución esa que dicen que han escrito to esa gente to este tiempo. A ver qué dice, que seguro que yo ni lo entiendo ni ná. ¿Pues no parece que se está encapotando el día?

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Comentarios

1
De: RM Fecha: 2009-11-11 18:02

El relato escrito en paralelo al guión de "Con las bombas que tiran", el tercer álbum de la serie 12 del Doce. Los dibujos que lo ilustran son de Olga Carmona, .



2
De: Gasparito Fecha: 2009-11-11 20:44

Estupendo relato. Qué pena de tebeo.



3
De: Toni Fecha: 2009-11-12 09:01

Me ha encantado el relato, con algunos trozos espectaculares.

Gasparito, ¿por qué lo de "pena de tebeo"?, los dos primeros no están mal...

Y retomando lo del relato, entre muchas frases me quedo con esta:
"...que todos saben lo que quieren y lo que quieren es lo mismo, de una mujer y de la política...".

Que gran verdad...



4
De: FORREST GUMP Fecha: 2009-11-12 09:35

Me temo que a Gasparito no le gusta el resultado de varios de los dibujantes de ese número... y no le falta razón



5
De: anpugar Fecha: 2009-11-12 10:09

Pedí información sobre el primer número en el correo que dísteis en este blog y nadie me contestó ¿Hay alguna manera de pedirlo y que te atiendan de forma seria?
Gracias



6
De: Anónimo Fecha: 2009-11-12 12:53

MI ABUELO ERA ÍNTIMO DE PEMÁN



7
De: RM Fecha: 2009-11-13 00:02

Ni idea, anpugar: yo solo escribo los guiones. La burocracia me parece incomprensible.



8
De: jesus Fecha: 2010-01-14 10:48

tienes un buen blog