Uno procura no vivir en el escándalo, entre otras cosas porque sabe que contra la estupidez, lo dijo el romántico, luchan en vano los dioses. Pero hay cosas que me tocan mucho las narices y resultan imposibles de digerir si uno quiere seguir siendo un ciudadano tranquilo y ecuánime. Y no, no les voy a hablar a ustedes del gallinero del Santo Job redivivo que mañana dirá que pasado se pone manos a la obra, ni de la obra que han cortado, junto con una vía de escape a esta provincia llena de vías de agua, en lo de Las Aletas, que ahora parece que son las Tablas de Daimiel cuando, desde la carretera, lo que nos ha parecido siempre es un erial. Les vengo hablar de uno de mis entretenimientos-torturas favorito. O sea, la tele.
Y en la tele, cáspita, el otro día, una manifestación de amigos, compañeros y vecinos de la desdichada Marta del Castillo: una pancarta, gestos contritos, exigir un rayito de justicia, no sé ya si humana o divina. Y la joven e intrépida reportera con el micro, lo menos parecido del mundo al rubito Tintín o al dicharachero Gustavo, la típica recién salida de las facultades de la cosa que, para variar, en vez de estar acosando a famosetes en el AVE o haciendo guardia ante las viviendas varias de Isabelespantojas y Belenestébanes o pasarse 21 días acompañada ante el peligro como hace la otra compañera como si jiji jaja tuviera la menor gracia vivir en una chabola o meterse chutes de todo a ver qué pasa, cubre la noticia de la manifestación.
Y pregunta, claro. “¿Qué crees que va a pasar ahora que el Cuco puede salir de la cárcel”? Uno de los chavales que forman la manifestación, que no es tonto, menea la cabeza y dice “esta gente está mejor en la cárcel”, o algo así. Repite la osada reportera la pregunta con trampa a otro muchachito, veintipocos años, “¿Qué crees que va a pasar?”. Y el otro pica a pies juntillas, y contesta justo lo que la reportriz quiere que conteste: “Que ya lo cogerán, ya”. Y ahí es cuando yo me enciendo. Porque lo que la tele (la tele progre, además) está vendiendo es ni más ni menos que la ley de Lynch. O sea, presentar como algo normal, humano, comprensible y hasta deseable que los ciudadanos anónimos se tomen la justicia por su mano y, si las leyes no llegan o no bastan o tienen topes o resquicios, actúen en consecuencia. ¿Que hay un sospechoso de ser más malo que Calígula y no se le puede meter mano en los tribunales? Tranquilo, “ya lo cogerán, ya”. Es decir, ya nos encargaremos unos cuantos salvadores de la patria, de las buenas costumbres, de los buenos modales y la buena educación de darle una paliza, o de colgarlo de un pino, o de pegarle un tiro en desquite, o sea, en falsa sensación de la justicia. En venganza.
Y eso es lo que no se puede consentir. Demasiadas veces las teles ponen la alcachofa y el juicio de valor a gente que pasaba casualmente por el sitio donde un señor (por decir algo) ha matado a su esposa. Demasiadas veces se pregunta, en el calentón de un crimen execrable, a un padre, a un familiar directo, qué hay que hacer. Y la respuesta en medio de la pasión, nublado el entendimiento, naturalmente, es la de buscar sangre. Ojo por ojo. El talión a estas alturas.
Puedo comprender, y hasta compadecer, que el dolor nuble el entendimiento y nos haga desear el mal ajeno a quien nos ha causado males propios. Lo que no comprendo es que se potencie cámara en mano esa idea. Luego nos escandalizamos de que los americanos tengan armas y estamos nosotros incitando a saltarnos las leyes. Nuestras reporteritas intrépidas no sólo no se molestan en buscar a alguien que tenga algo sensato y razonado que decir. Es que ellas mismas no son capaces de preguntar nada medianamente coherente, pensando antes.
Publicado en La Voz de Cádiz el 02-11-2009
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