Me enseñó mucho del inglés que hoy sé, era cojo y con cierto aire a Fernando Tejero, de un pueblo de la provincia que ya no recuerdo. Tenía dos caras: la amable y sencilla y la que el trabajo le obligaba a ponerse de vez en cuando, la de sheriff malo, la de jefe de estudios.

Le pusimos por mote, Miguelito Martínez y yo, El Sulu, o sea, el Cojo en aquel idioma tonto que nos inventamos con trece años, una inversión espejada de consonantes y una vocal que pasaba a la siguiente. Así nos transmitíamos los mensajes y así escribíamos historias: con tan pocos años uno no siente necesidad de llegar a nadie.

El Sulu pronto se convirtió, en nuestras caricaturas, en un superhéroe, El Supersulu, con una capa raída y una S en el pecho, y un pijama rojo porque una vez, me parece, lo vimos un día de frío con un pijama por debajo de la ropa, como Machado. Era friolero, y era buena gente, aunque de vez en cuando lo obligáramos, niños como éramos, a ganarse el sueldo de jefe de estudios.

Entonces había, hoy ya no, huecos en el horario que se dedicaban a horas de estudio. O sea, una temeridad ya de por sí: cuarenta berracos solos en una clase donde teníamos que estar, exactamente, estudiando. En 1972 ó 1973 la cosa todavía funcionaba más o menos. Quizá no estudiábamos, pero no enredábamos. No demasiado, al menos. Miguel Martínez y yo dedicábamos esos ratos a dibujar tebeos, a hacer mini-posters (o sea, a llenar las cuartillas cuadriculadas de miles de pequeños dibujitos sin ton ni son). Otros jugaban a los ceritos.

Para pillarnos in fragranti, el Sulu había desarrollado el don mutante de acercarse por el pasillo sin hacer el menor ruido con aquel zapatón de madera con el que compensaba su cojera. Cuando nos castigaba, y lo hacía de vez en cuando, lo odiábamos. Pero yo sabía, me había enseñado mucho inglés unos años antes, que en el fondo era muy buena gente.

De los dibujos, de los ceritos, de los poemas y las horas de estudio a la fuerza, pronto nos picó a todos un sarampión terrible. Ríanse ustedes de la fiebre manga, ríanse ustedes de la gripe A. Nos pilló la terrible bacteria de los tebeos Marvel, de las novelitas Vértice en blanco y negro.

Fue uno de esos momentos históricos en que parece que la vida te da la razón. Miguel y yo, José Manuel y algunos más habíamos sido siempre impenitentes lectores de tebeos. Los demás, claro, pasaban o se dedicaban a otras cosas. Y de pronto aparecieron aquellos personajes estrambóticos, aquellos tebeos de niñas hechos para niños, testosterona y romance, aventura despendolada y mucha emoción. Lo nunca visto. Las horas de estudio se convirtieron, a partir de aquel descubrimiento, en horas entre clase y clase donde el silencio era absoluto. Toda la clase, todas las clases, se entretenían leyendo las aventuras de Los Vengadores, de Los Cuatro Fantásticos, de Spiderman (recuerdo que me enfadé con un listillo cuando nos hizo ver que se decía "spaider-man"), y de Dan el Defensor, que era el tebeo que más gustaba al cabra oficial de la clase, el superdeportista y cuasi-pandillero Perales.

Los tebeos Vértice, lo sabemos todos, eran el escalón más bajo posible de cómo se puede editar un cómic. Pero nosotros no lo sabíamos, ni nos importaba. Nos ofrecían un buen rato de lectura y, esto era lo mejor, cabían perfectamente camuflados entre los libros.

Pronto cundió la alarma en el colegio. No es que de pronto nos hubiéramos convertido todos en unos alumnos aplicados capaces de permitir escuchar el vuelo de una mosca mientras estudiábamos como aspirantes a notario. Es que estábamos todos enganchados a esa cosa tan perniciosa, tan fea, tan execrable: los tebeos.

A partir de entonces, nuestro buen Sulu tuvo que dedicarse, con empeño notable y con una capacidad asombrosa para detectarlas, a requisar cuanta novelita Vértice cayó en sus manos. Y cayeron muchas, puedo asegurarlo. Las requisaba, se las llevaba al despacho, y si tenías suerte te la devolvía al mes y pico. Era un detalle por su parte que no las rompiera en pedazos, pero el efecto que causaba en nuestras mentes ávidas de edificios baxters y rayos gamma era letal.

Un día me quitó un tebeo de Spiderman. Los tebeos eran nuestra moneda de cambio, como los cigarillos en las cárceles. Cada uno tenía un título favorito y lo compraba y lo seguía, y lo prestaba a cambio de otro título. Por uno de esos azares del destino, yo le presté a Miguel Martínez un tebeo, y el imbécil que tenía detrás (tan imbécil que los tebeos que le gustaban eran los de la Masa de Herb Trimple) se lo quitó entre bromas y veras durante una de aquellas horas de estudio.

La mala suerte fue que mientras forcejeábamos para recuperar el tebeo, apareció en la puerta el Sulu.

No tuvo ni que despeinarse (en realidad iba despeinado siempre, un culito de gallina en la coronilla que dibujábamos con mucho arte). Hizo el gesto típico con la mano y, no hay tu tía, hubo que entregarle el tebeo. Mi tebeo. El número 8 de Spiderman, ese número fabuloso donde Peter Parker tiene una crisis de fe, se enfrenta a la Antorcha Humana y al Duende Verde y, porque tía May empieza a sentirse pachucha, abandona el disfraz y vive la vida como la vivíamos nosotros, sin sobresaltos de superhéroe. El final de ese número, cuando Peter recibe una arenga de la propia tía May y recupera el disfraz de la papelera de la casa, ha quedado injustamente olvidado como uno de los momentos álgidos de la serie, un momento que luego sería repetido veinticinco números más tarde, ya con Romita padre a bordo, cuando Peter culmina el mismo movimiento y tira el disfraz en el callejón bajo la lluvia.

Ese era mi tebeo, y ese tebeo fue lo que me quitó el Sulu.

--Hagan estudio --dijo, y se dio media vuelta y volvió a su despacho, a hacer lo que quiera que el Sulu hiciera en su despacho mientras nosotros permanecíamos en silencio jugando a los ceritos, o haciendo dibujitos, o leyendo novelitas Marvel.

Me pasé toda la hora pensando formas de vengarme de Morillo, que era mucho más grande que yo y que me había hecho perder, durante al menos un mes, un tebeo que era una joya.

Casi una hora más tarde, escuchamos el ñiic-ñiiic de la pierna coja del Sulu por el pasillo.

Se plantó ante mí, me miró, me colocó el tebeo de Spiderman sobre el libro que no estaba leyendo y me dijo:

--¿No tienes el siguiente?

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Comentarios

1
De: Theodore Kord Fecha: 2009-10-27 20:00

Grande el Sulu, sí, señor.



2
De: CorsarioHierro Fecha: 2009-10-27 22:50

Sobran las palabras.
Hace 4 ó 5 años cuando compré cómics para la biblioteca del instituto esta se llenaba...Años después, segunda compra, estricto control de préstamoy guardárlos bajo llave, pues los robaban.

El cómic es cultura. ¡Huy lo que he dicho! Me oye VMF...



3
De: Carlos Fecha: 2009-10-27 22:59

Mi héroe favorito siempre ha sido Spiderman. Y me dio muchísima pena, porque les presté todos mis tebeos a un "amigo" del colegio y los perdí definitivamente.
Siempre ponía una excusa: están en casa de mi abuela, se los he dejado a mi hermano, se me olvidó traértelos...
Aprendí con esta experiencia que los libros no se prestan nunca.



4
De: Benito Fecha: 2009-10-28 11:28

Yo aprendí esa lección con 6 años cuando presté mi primer y último tebeo. Al cabo de muchísimo rogar y pedírselo mi compañero me lo devolvió… hecho unos zorros, totalmente arruinado. Su hermanita pequeña había sido la culpable.



5
De: Jose Joaquin Fecha: 2009-10-28 12:08

Yo mejor no hablo de profesores de inglés y de tebeos jajaja.



6
De: Victor Fecha: 2009-10-28 18:32

A mí me paso algo parecido pero como soy más tonto me paso dos veces. Una andereño me pillo leyendo durante su clase de sociales el número 28 del Vol. 1 de vertice del Hombre Enmascarado. Me dijo que al día siguente me lo devolveria. No lo volvi a ver y me ha costado una pasta recomprarlo en todocoleccion. Y, otra vez, un profe de gimnasia, que iba de guay, me pidio prestado Asterix y el caldero. Tres cuartos de lo mismo. Conclusión: No volvio a salir de mí casa no un solo tebeo más me lo pida quien me lo pida.



7
De: JJ Fecha: 2009-10-28 19:09

> Yo mejor no hablo de profesores de inglés y de tebeos jajaja.

Sí, en nuestro caso es mejor no hablar, no nos vayan a censurar... JJJJJJJJ



8
De: zovenix Fecha: 2009-11-01 18:38

Esta anécdota ya la habías contado aquí, ¿no?

saludos.



9
De: RM Fecha: 2009-11-01 19:10

Es posible que se cite en algún comentario. La cuento también en el libro sobre Carlos Pacheco, de todas formas.



10
De: Ángel Luis Fecha: 2009-11-11 23:36

Como profesor e impenitente lector de comic que soy desde mi aún más tierna edad, confieso que es una de las anécdotas más bonitas que he leído acerca del no siempre incruento choque entre las aulas y la aficción tebeística.

Gracias por ella.

Ave et Vale.