Los cómics dejaron de ser fieles a su propia etimología El 7 de enero de 1929. Hasta entonces habían dedicado sus páginas en los periódicos al humorismo: historias de niños soñadores, de gemelos traviesos, de niños chinos que paseaban por barrios que hoy nos darían mucho miedo, y vagabundos que se adelantaron a la Gran Depresión que estaba a la vuelta de la esquina. Casualmente, el mismo día, aparecieron dos títulos que demostrarían que el joven y nuevo medio podía tocar cuantos palos quisiera, sin constreñirse únicamente a lo cómico.
El exotismo de lo primitivo y desconocido llegaría con Tarzán de los monos, la adaptación de la primera de las novelas del salvaje semi-civilizado creado por Edgar Rice Burroughs y que uno de los gigantes del medio para el futuro, Harold Foster, ilustró con su estilo elegante y preciso. Casi en el extremo opuesto, la ciencia ficción desembarcaba en el medio con Buck Rogers, de Dick Calkins y Philip Nowlan, el primer héroe espacial de los cómics, también con un origen literario, y mostrando un futuro siglo XXV que hoy se nos antoja ingenuo y ya superado (o no) por la propia progresión de la historia. Los dibujos torpes de Calkin no restan un ápice de encanto a la aventura del joven norteamericano que despierta tras un accidente quinientos años después, para maravilla continua de sus seguidores.
El éxito de este nuevo enfoque de la historieta hace que las demás agencias de prensa, los “syndicates”, exploten el realismo como base para futuras historietas. Lo policíaco aparece con Dick Tracy, de Chester Gould, para el Chicago Tribune, donde un duro sabueso de la policía se enfrenta de continuo con malvados de feo aspecto y no menos espantosas intenciones, a los que da caza implacable a lo largo de muchas semanas de narración.
King Features Syndicate no se queda atrás. Al héroe selvático que es Tarzán opone The Phantom, conocido entre nosotros por El Hombre Enmascarado, el justiciero blanco en un improbable continente a caballo entre Asia y África que es considerado falsamente inmortal por los malvados a quienes da caza desde que su antepasado jurara sobre la calavera de su padre combatir la piratería y la injusticia. Calzado con un ajustado uniforme y con el rostro cubierto por un antifaz, El Fantasma preludia ya los superhéroes que vendrían un par de años más tarde. Del mismo gran guionista, Lee Falk, tenemos Mandrake el mago, que vestido de frac y chistera recorre lugares exóticos casi surgidos de las mil y una noches y que recurre a extraños poderes ilimitados que ofrecen al lector imágenes asombrosas. Un aventurero sin oficio ni beneficio, piloto y luego volcado en universos de ciencia ficción y viajes en el tiempo, Brick Bradford, sería el primer héroe en camiseta de la historia, cuarenta y pico años antes de que Bruce Willis interpretara al divertido John McLane.
Un mismo autor, el gran Alex Raymond, presenta tres series con las que da la réplica a los títulos de la competencia. Con guión de Dashiell Hammett, X-9 agente secreto explora el policíaco y los bajos fondos en aventuras de ritmo trepidante y caracterización escasa. Con la colaboración de Don Moore presenta las aventuras selváticas de Jungle Jim, un guía y explorador blanco en Malasia, y sobre todo Flash Gordon, el héroe espacial por antonomasia a partir de entonces, el rubio jugador de polo norteamericano enfrentado a la dictadura del asiático emperador Ming el Cruel en el remoto planeta Mongo, una excusa narrativa donde el dibujante se suelta de manera prodigiosa de semana en semana y, junto a cohetes en forma de pirulí, unicornios, luchas a sable y a láser, alienígenas con características animales y ciudades flotantes, aparece un elenco femenino de inusitada belleza, encabezado por la hermosísima Dale Arden, novia eterna del personaje y condenada, como tantas otras mujeres de los cómics de aventuras, a ser oscuro objeto de deseo de todos los sátrapas y villanos del mundo.
Es el exotismo y cierto sentido liberal de la vida lo que caracteriza a los cómics de aventuras de los años treinta. Terry y los piratas, de Milton Caniff, es el mejor ejemplo de cómo la aventura despreocupada se cruza con el paso de los años con el realismo y la situación política, hasta componer una de las grandes obras maestras de la historieta de todos los tiempos. La excusa inicial, la literaria búsqueda de un tesoro en China, da paso a un tropel de personajes que se cruzan y entrecruzan, incluidas mujeres fatales como Burma o Dragon Lady, hasta que esa China de opereta se convierte en la China verdadera que es invadida por Japón. Los personajes interactúan, cambian, mueren, arrastrados por los acontecimientos.
Ese mismo tono entre romántico y realista es la principal carácterística de otra de las grandes obras maestras del medio, Príncipe Valiente, de Hal Foster, ahora también a los guiones, que nos muestra una corte del rey Arturo y sus caballeros donde la fantasía apenas tiene cabida y donde la guerra, los hechos de armas, la búsqueda y, sobre todo, la relación del personaje principal con la naturaleza y el paso del tiempo, además de su vida marital con la bella y juiciosa Aleta, constituyen una deliciosa incursión poética en un periodo terrible de nuestra historia.
La Segunda Guerra Mundial obliga a la mayor parte de los personajes de historietas de aventuras a enrolarse en el ejército para combatir a los nazis o los japoneses (los que no lo hicieron también aportaron su granito de arena ayudando a la causa aun sin vestir de uniforme), y cuando la guerra terminó alguno de ellos (el mismo Terry ya mencionado) no logró regresar a aquel ambiente ingenuo y exótico de apenas cinco años antes. Igual que sucedió en Hollywood, el regreso a casa de los soldados parece que hizo imposible presentar unos países extraños con aquel desparpajo de la década anterior. Se impone el realismo y una manera distinta de ver la aventura: los detectives serán bon vivants que se mueven en ambientes de lujo y depravación (Rip Kirby) o tendrán una vida familiar hasta entonces nunca vista (Kerry Drake, o el mismo X-9, ahora rebautizado Secret Agent Corrigan). Si antes los héroes de la aventura en los cómics no habían tenido oficio conocido más allá de su capacidad innata para deshacer entuertos y conocer mujeres bellas, tras la guerra serían aviadores que recorrerían el mundo, bien desde la aviación civil o la militar, como es el caso de Johnny Hazard de Frank Robbins o de Steve Canyon, de Milton Caniff.
Pero la aventura en la historieta norteamericana ya había entonado su canto de muerte al mutar sus personajes hacia lo desaforado, lo enigmático, la ciencia ficción que no era presentada como tal: la llegada de Superman en el número 1 de Action Comics y poco después de Batman en Detective Comics marca el inicio del superhéroe, el personaje enmascarado de poderes sobrehumanos que, sobre todo a partir de los años sesenta y de la mano de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko crearían para la editorial Marvel Cómics personajes como Los 4 Fantásticos, Spider-Man, Los Vengadores, La Patrulla X, Thor o el Doctor Extraño. El ambiente urbano de las aventuras de los superhéroes (un Nueva York cada vez más reconocible) se alía con aventuras en el espacio, en planos dimensionales distintos, en tierras paralelas o el mismísimo Asgard, hogar de los dioses nórdicos. Poco más tarde, a principios de los años setenta, Conan el bárbaro muestra por primera vez la aventura de un personaje amoral, un guerrero salvaje con su propio código del honor, que abriría nuevas formas de concebir la aventura.
Si bien en Estados Unidos el héroe se aburguesaría y se volvería más realista desde los años cincuenta y acabaría por ceder el testigo al superhombre, en Europa es a partir de estas fechas cuando en España, Italia o Francia se muestran los personajes más característicos, esos con los que muchos lectores hemos aprendido a relacionar nuestra infancia. En España, los cuadernillos apaisados de aventuras mostrarían, por poco precio y en pocas páginas de continuará, toda la parafernalia de la novela popular y el folletín, héroes de una pieza y damiselas más o menos sumisas, historias de capa y espada y rapidísimos cambios de escenario. Títulos como El guerrero del antifaz, Purk el hombre de piedra, El pequeño luchador, de Manuel Gago, o El Capitán Trueno, El Jabato, El Sheriff King, El Cosaco Verde, El Corsario de Hierro de Victor Mora y diversos dibujantes (algunos de tantísima valía como Ambrós, Fuentes Man o Angel Pardo) , El Cachorro, de Iranzo, o ya en los años setenta Dani Futuro o Delta 99, de Carlos Giménez, Manos Kelly y El Cid, de Antonio Hernández Palacios, o Haxtur, Matahi-Dor y Sunday, de Victor de la Fuente.
Más conocidos en todo el mundo, los personajes de la escuela francobelga ofrecerían un tipo de héroe de aventuras culto, recto y también viajero: Tintín, de Hergé, el reportero al que jamás vimos escribir una columna; Gil Pupila, de Tillieux, el simpático detecive tan parecido a James Bond; Michel Tanguy y Laverdure, los caballeros del cielo que tanto hicieron por promocionar la grandeur y la venta de los Mirage-3 de la fábrica Dassault por todo el mundo, o los westerns como Blueberry y Comanche, marcados profundamente por el cine y la estética sucia del spaghetti western y que demuestran, paradójicamente, que los tebeos del oeste que se hacen en Europa son mejores que los que se han hecho jamás en Estados Unidos. La aventura medieval, tan poco explorada siempre, tendría en Le Chevalier Ardent su máximo exponente, mientras que no ha habido mejor historia de piratas que las de Barbarroja, el demonio del Caribe, un tebeo a recuperar en España que, quizá por su temática, no ha tenido todo la acogida que debiera y no ha sido reeditado desde que apareciera en los tebeos semanales de Editorial Bruguera allá por 1969: y es que en un mundo de piratas caribeños, donde los protagonistas, pese a ser fueras de la ley apátridas y sanguinarios pero menos, el imperio español alterna en ocasiones el papel del enemigo (ex aequo con los ingleses, por supuesto), y esa visión de una España tenebrista parece que aún no hemos querido asimilarla, pese a los siglos que han pasado.
Italia, por su parte, explora siempre el tebeo popular con la factoría Bonelli, donde el vaquero Tex lleva medio siglo siendo un superventas. Otros personajes de esta editorial, enormemente popular en el país vecino y sólo esporádicamente publicados aquí, son Zagor, un cruce entre el western y lo sobrenatural, con abundantes dosis de humorismo; Martin Mystere, o cómo ser Indiana Jones en un mundo poblado por misterios imposibles, hombres de negro y teorías conspirativas; y sobre todo Dylan Dog, un cómic de terror que llega a vender la friolera de un millón de ejemplares en sus mejores momentos y que tiene nada menos que a Umberto Eco entre sus más destacados seguidores.
De Europa, y en 1968, llega el héroe romántico por excelencia, la síntesis perfecta de la novela de aventuras, el cine y los tebeos: Corto Maltés, el marinero anarquista de Hugo Pratt que recorre los mares del sur antes de perderse en la primera guerra mundial y partir luego a la búsqueda de tesoros y combatir, desde las Brigadas Internacionales, en una guerra civil española que la muerte de su creador nos impidió ver con los ojos de la poesía y el descreimiento. Corto tiene todo lo que tienen los buenos relatos que hemos aprendido a amar: un héroe en la estela de Humphrey Bogart, cínico y frío, pero de buen corazón; enclaves exóticos que lo mismo van de la Siberia en pie de guerra a las callejuelas venecianas, de los desiertos del norte de África a las junglas de Brasil; mujeres hermosas, personajes históricos reales o camuflados y una ideología más avanzada y comprometida de lo que suele darse en la historieta, quizá porque Pratt sabe que no está haciendo un tebeo para niños.
Desde el espacio y desde las selvas remotas, en guerras lejanas o en futuros imposibles, la aventura en los cómics ha ido pareja siempre al concepto que de héroe o anti-héroe se ha tenido en los otros medios hermanos (la televisión, la novela, el cine). Siempre con un poco más de apresuramiento, siempre con un poco menos de profundidad psicológica, pero mostrando sueños de tinta china y color de puntitos que son los mismos sueños en negro sobre blanco de los demás libros.
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