Una tormenta de proporciones spielbergianas nos sorprendió de madrugada cuando regresábamos de la boda de mi amigo Vicente, que al final ha caído sucumbiendo al lado oscuro. Entre cubos de agua y aparataje eléctrico, llegamos sanos y salvos a casa, aunque los tamtams del cielo hacían presagiar que fuera a caerse de un momento a otro sobre nuestras cabezas.
Ha sido al revés, como de costumbe: como si viviéramos en el desierto de Gobi y las instalaciones de cañerías y desagües fueran cosa sobrante, ha pasado lo que pasa cada año: revientan las cañerías, los husillos se desbordan, y mi calle, que por fortuna está en pendiente, está ahora mismito llena de papeles del perrito suave y de coprolitos, y hasta de tampax sin guita. O sea, hecha una mismita mierda.
Dos veces se nos ha ido la luz esta mañana, por breves minutos, chafándome la descarga del tercer episodio de Supernatural que se emitió el jueves en USA. Iba a llamar a algún amigo para comentar cosas de tebeos y otras cosas, cuando me he dado cuenta de que un rayo me ha matado el teléfono.
Pero no internet, qué cosas. Me llamo a casa desde el móvil y nada, línea muerta. Llamo a mi mamá, que es de la misma compañía, y ella sí tiene línea. Llamo al servicio técnico y de momento me dicen que el número no existe. Llamo por segunda vez y resulta que ha resucitado y ya está ahí. Me pide que marque lo que quiero. Joder, mi móvil es de pantalla táctil. ¿Cómo marco el uno, el dos, o el tres, mientras hago la llamada? Me pide el DNI. Idem de idem. Lo marco y el teléfono, inteligente pero muy tonto, empieza a llamarlo. Corto la llamada. Por fin, el robot me dice que le diga qué me pasa. Se lo digo: oigan, que no tengo línea. Me ponen, de nuevo, en espera. Y me va descontando como Ed Harris en Cabo Cañaveral, los minutos que me faltan para que alguien me atienda, porque, obviamente, todas las líneas están saturadas. Le quedan a usted cuatro minutos. Joder, cómo me va a salir la cuenta. Le quedan a usted dos minutos. Por fin, alguien me habla. Acento remoto, Argentino. Joder, cómo me va a salir la cuenta. Le cuento mis cuitas, me pregunta el DNI (¿pero no lo había tecleado antes?), mi nombre, mi teléfono. Y me dice lo que ya sospecho: que es una avería general en la zona, y que están trabajando en ellou. Que ya me avisarán por sms al mismo móvil, que no me preocupe. Ah, y que esperan que la avería esté arreglada (todavía no son las doce del mediodía) allá sobre las siete de la tarde, muchas gracias.
Y entonces me asalta la desesperación, el llanto y el crujir de dientes, la sensación de estar náufrago en mi misma casa. Por el amor de Dios, Montresor. Sal, Neville, anda. Sábado sabadete, el día en que uno no hace nada de nada. El día en que, cuando no estás haciendo nada, te llaman los amigos. O tú los llamas. Y quedas con uno porque no puedes quedar con otro.
Incomunicado. Tendré que llamarlos al móvil para decirles que me llamen al móvil si quieren charlar de algo o de nada. Tendré que llamarlos al móvil para decirles que me llamen al móvil si vamos a quedar esta noche si por fin escampa.
Incomunicado pero menos, porque internet, de la misma compañía, sí que va. Será que usa otro cable distinto, o que el rayo ha caído en la cajetilla de al lado. En fin, a lo hecho pecho. Vuelta a las cavernas durante un par de horas. Si funciona la mula de carga, lo mismo antes de las siete de la tarde me entero de qué le pasa por fin a los Winchester.
Llegan las lluvias y no solo a Ranchipur. Desde la ventana cerrada, por fortuna no puedo oler la calle donde flota la mierda.
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