Más peligrosa que los hombres, sensual y al mismo tiempo exquisitamente fría, dijeron que era el James Bond que iba a acabar con James Bond, aunque aquello fuera tarea imposible. Modesty Blaise, la paradoja perfecta incluso en el nombre.
Los agentes secretos británicos tienen eso que no han conseguido los americanos Matt Helm, Derek Flint o Jason Bourne: una pátina de misterio y de glamour que arranca quizá de la ensoñación misteriosa de la niebla londinense y la disciplina británica. Un francés o un belga puede ser un espía, pero estará más entretenido en aquello de cherchez la femme o en preparar recetas de pollo con ciruelas que en resolver los crímenes habituales o salvar a la patria. Un italiano (y pienso en Diabolik) tenderá más al delito ingenioso heredado del vecino Cary Grant cuando operaba, ladrón atrapado, allá al ladito en Montecarlo. Un español, bueno, los de verdad hicieron historia sin que la historia los recordara. Pero los británicos… los británicos son cosa aparte. De O´Reilly as de espías al mismísimo Mycroft Holmes, pasando por Blake y Mortimer o Los Vengadores, sin olvidarnos del 007 que todavía sobrevive en las pantallas, y lo que le queda, haciéndose un lifting facial cada dos por tres y atrayendo al cine a públicos cada vez más heterogéneos.
Modesty Blaise tiene la gracia de ser una mujer que no tiene las supuestas debilidades que el sexo masculino achaca a las mujeres. Pero no es, en modo alguno, un hombre con faldas: no es a Bond lo que Red Sonja a Conan, pongamos por caso, su mismo reflejo reconvertido al bikini de malla y la misma mala leche con la espada (pero, ay, con un puritanismo a la hora de dedicarse al estímulo carnal que la convierte en pleno objeto del deseo machista que ella dicen que combate). Modesty Blaise es mujer adelantada en el tiempo a otras mujeres: desclasada, superviviente, expulsada de horrores bélicos y ensalzada a mundos de glamour que, tuvo que verlo, eran tan jungla o más que aquellos campos de concentración donde su contrapartida en la vida real la inspiró a Peter O´Donnell. Mientras que de Bond sabemos más o menos su pasado de niño pijo tirado por la pendiente de la violencia bendecida por el sistema, de Modesty Blaise su etapa más interesante, la de jefa mafiosa de un clan al otro lado de la ley, se nos escamotea como si fuera el pasado al que pretende renunciar cualquier pistolero que se precie, aunque vuelva a intentar atormentarla (en vano) alguna que otra vez. Modesty es fría y sin escrúpulos cuando se tercia, pero no es amoral: es más, su código de conducta queda muy claro en la aventura “La Palanca”, quizá el momento más bello en la relación de la espía con el mundo que le rodea, en tanto vemos que tras su caparazón de hielo existe todavía aquella niña perdida que sobrevivía con un cuchillo improvisado y robaba comida.
Modesty supone, ante todo, lealtad a unos principios, aunque esos principios sean solamente suyos: a Willie Garvin, genial perrito faldero que lleva a la historieta las poses y las voces del gran Michael Caine (leer sus diálogos en su cockney original resulta una delicia… y a veces todo un galimatías), o a Sir Taggart, que siempre tiene un aire de nobleza brit surgida de Alec Guinness y sabemos, a su modo, un hombre íntegro. Modesty actúa no siguiendo órdenes, sino según los dictados de lo que cree justo, y ya hemos visto en estas historias que pocas veces se equivoca. Ella lo entrega todo por sus amigos y no es extraño entonces que sus amigos sean capaces de llegar a sacrificios absolutos por salvarla. Creo que no recuerdo, en el mundo de los cómics, otros dos personajes que terminen sus aventuras con más rasguños y heridas de bala que ellos.
Llama la atención, siempre, el esfuerzo de la tira por ser verosímil en todo momento. No hay organizaciones de espías con bases secretas y delirios de megalómano de ciencia ficción. Pueden ser tan pintorescos como Gabriel, y tan esquizoides como la pareja de ancianos felices, pero cuando la acción se desboca, la violencia y sus consecuencias resultan más terroríficas que ningún rayo de la muerte o ninguna bomba capaz de devolver el mundo a la edad de piedra.
Son una pareja entrañable, Willie y Modesty, cada uno a su modo. La una contenida y el otro excesivo. El duro ex-legionario y su no menos dura jefa. Dos iconos dentro del mundo de los héroes y las heroínas de acción que representan no la guerra, sino el armisticio de los sexos. Es sintomático que Willie sea experto lanzador de cuchillos y Modesty emplee ese mortífero kongo que paraliza y tapona, igual que es revelador que Willie tenga una novia en cada episodio y de las parejas casuales de Modesty no hayamos sabido más que su nombre y pocos detalles.
Todos hemos amado a Modesty Blaise, igual que amamos a quienes son hoy sus hijas en el cine o la tele, Nikita o Sydney Bristow. Y en el fondo a todos nos queda la certeza que, ante una mujer tan exuberante y tan segura como Modesty Blaise, aunque hayamos soñado alguna que otra vez con ser James Bond, no nos queda más remedio que ser Willie Garvin.
Todo por ella. A sus plantas rendido un león, que cantaba el tango.
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