Es, reconozcámoslo sin tapujos, una fantasía masculina. Su padre literario, Ian Fleming, no pudo evitar reflejar en su personaje con nombre de ornitólogo sus filias, sus fobias, sus carencias y sus apetencias: leer una novela de James Bond, sobre todo hoy, supone acercarse a un mundo de hombres muy machotes, villanos muy retorcidos, hembras muy calientes y, ay, lista tras lista de marca pija tras marca pija. Hay ocasiones en que se encuentra más literatura en cualquier catálogo de regalos de unos grandes almacenes que en una de sus novelas.
Que un personaje profundamente antipático, amoral, asocial, con tendencias a la sociopatía y el asesinato en serie calara de tal manera en la sociedad pop puede resultar algo incomprensible si no conviniéramos también que existe por parte del público la capacidad de poner en duda todo lo que se le ofrece y entregarse simplemente al divertimento por el divertimento. No es extraño que las películas del inigualable agente secreto se parezcan tan poco a las novelas (difícilmente adaptables muchas veces a la pantalla, por cierto) y que fluya por todas ellas una descarada corriente autoparódica que llegó incluso a extremos de vestir al personaje de payaso en una de las encarnaciones de Roger Moore.
Si bien el Bond cinematográfico es un género en sí mismo donde el personaje se mueve de base secreta en base secreta, de cama en cama y de país exótico (siempre en fiestas) a otro pais exótico (siempre en fiestas), su participación en el mundo de la historieta es más coherente con el frío personaje de las novelas y con lo que debe ser un “héroe” de los medios, aunque sin desdeñar algunas de las características impuestas luego por el cine
En las tiras diarias, James Bond se dedica a adaptar escrupulosamente durante una buena temporada (con dibujos del muy soso John McLusky) las novelas y relatos, salvando pese a todo lo difícil que pueda ser contar una partida al bacará en varias semanas y diversas viñetas. Terminado el material literario original, el guionista Jim Lawrence tiene las manos libres para recrear el mundo del personaje a su antojo y es entonces cuando, de manos de los trazos rotundos, como cuchilladas, de un Horak en estado de gracia, se nos muestra al James Bond más completo de todos: frío, pero también apasionado; inteligente y calculador, pero también falible; guapo y varonil, sin caer en la rudeza exagerada de Sean Connery (o, ahora, Daniel Craig) ni en el dandismo preciosista de Roger Moore.
Es en los cómics donde se encuentran las mejores historias de James Bond, y donde además están mejor contadas. Dejarse llevar por los recovecos de la trama es un placer, y explorar cómo la maestría como guionista de Lawrence y el mimo con el que Horak va desgranando cada entrega convierten a las tiras de 007 en uno de los mejores cómics de aventuras policiales de la historia, meclando sabiamente los hombres muy machotes, los villanos muy retorcidos, las hembras muy calientes y sin convertir al tebeo en un catálogo de regalos.
Los guionistas de la franquicia cinematográfica, sin material que llevarse a las pantallas, deberían echar un vistazo a las muchas y emocionantes aventuras de James Bond en la historieta.
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