Mi hijo mayor está viviendo uno de esos veranos típicos de la adolescencia primera donde las grandes emociones se alternan con los grandes ratos de aburrimiento. Le pregunté el otro día por qué no se iba al cine con los amigos (sé que le gusta mucho), ahora que hay en cartelera un par de películas buenas, y me miró como si le hubiera propuesto independizarse, tan pronto. ¿Con lo que cuesta el cine y las palomitas y los refrescos?, me preguntó. Con lo cual, claro, es normal que cuando la pandilla quiere ver una peli la alquilen y la vean en casa de alguno: les sale más divertido y es más barato.
El cine en Cádiz es caro, y está lejísimo para casi todo el mundo. Si además te da por ir a una película en horario extraño o nocturno (ah, aquellos lejanos tiempos en que no había multisalas y sabías que todas las sesiones empezaban a las siete, las nueve y las once), sabes que cuando termine la película te quedas en medio de ninguna parte en plena noche. Desde aquí voto ya por la recuperación del cine de barrio y/o más sesiones de cines de verano al aire libre.
Los profesionales españoles de la cosa, claro, se mosquean. Parece que no son capaces de comprender que las opciones de ocio se diversifican, que hay muchas cadenas de televisión, muchas maquinitas electrónicas, mucha música y, para los carrozones, mucho libro y hasta mucho tebeo que nos entretiene las horas. Ya el cine no es dueño y señor de nuestras diversiones, sobre todo porque el mismo cine (internacional, me refiero) se ha buscado el brete en el que se ha metido potenciando el chunda-chunda del efecto explosivo, los montajes donde no se distingue al robot bueno del robot malo, la música a todo meter y, por desgracia, historias más planas que el electroencefalograma de un garbanzo. Además, descubrieron un target específico, el adolescente, y eso hace que los públicos mayores se lo piensen muy mucho antes de ver la enésima película de bombazos.
Les pasa en Hollywood, a pesar de que tienen un infiltrado como gobernador de California, y la tendencia es que las mejores películas, las más adultas y comprometidas, las de más chicha, se hacen hoy para la televisión, que tiene otro tipo de público que además lleva su fidelidad a la adquisición luego de las temporadas en DVD, rigurosamente ordenaditas y hasta con extras.
Por narices, entonces, tiene que pasar lo mismo con nuestro cine. La admirada Marisa Paredes cargó hace un par de días contra los espectadores que no van a ver las películas españolas, igualito que los curas que en mis tiempos bronqueaban a los feligreses que no iban a misa desde la misa misma. Y acusa que les están haciendo pagar el “No a la guerra” de hace ya seis o siete años.
No, mujer. Si el “No a la guerra” es una de las pocas cosas medianamente inteligentes que habéis hecho desde que la ley de cine de Pilar Miró se cargó el género e inventó esa cosa que es un género en sí mismo, el género del cine español. Los españolitos no vamos al cine porque no nos estáis contando historias que nos interesen, porque os da lo mismo un éxito de taquilla que un fracaso, porque los veteranos echamos de menos a los grandes actores veteranos que nos enseñaron lo que era el arte de la interpretación y los jóvenes no enganchan con lo que rodáis a menos que haya escandalillo light de por medio. Un poco de autocrítica nunca viene mal. En cine, en política y hasta en hostelería, que no siempre la culpa es de los otros.
Publicado en La Voz de Cádiz el 24-08-2009
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