Me mandó ayer Manuel Caldas la noticia con el enlace , pero quizá el revuelo formado entre Disney y Marvel la ha hecho pasar desapercibida. Después de setenta y dos años de publicación, Prince Valiant, el título histórico que iniciara Harold Foster en 1937, corre peligro de ser cancelada.
Curiosamente, todavía son 350 periódicos los que lo publican en Estados Unidos, una cifra nada desdeñable. No deja de ser una ironía que, después de tantos de años de mediocridad artística a manos de la familia Cullen-Murphy, y ahora que el dibujante al menos tiene un trazo elegante, se tema la desaparición de la serie.
No puede achacarse, claro, al innecesario acercamiento al fantasy que Schulz y Gianni han llevado la serie en los últimos tiempos. Las causas son más complejas: la reducción del tamaño de reproducción (ahora es una dominical que apenas cunde lo que antaño cundía una tira); la sensación de que hoy los cómics (se dice en el artículo de enlace) sobran en los periódicos norteamericanos, puesto que ocupan espacio que podría ir dedicado a publicidad; la pérdida de importancia paulatina que las strips han ido teniendo en los últimos veinte o treinta años, desde que la historieta perdió peso y fuelle en la sociedad cultural contemporánea y, si acaso, sólo asoma en las noticias como efecto niño-muerde-perro, con las muertes falsas y resurrecciones (in)novedosas de los personajes de los cómic-books y los rumores y sorpresas financieras como las opciones de compra de estos días.
No puedo decir, le decía ayer yo a Caldas, que lamente la cancelación de las aventuras de Val que tanto han influido en mi vida: hace años que no las leo, dejaron de interesarme desde que su alma, Harold Foster, dejó la serie por ley de vida y muerte. Pero sí produce cierta extraña sensación de nostalgia, de final de una época.
El tiempo de las grandes tiras de prensa, terminado ya, se encamina ahora a su desaparición. Tras Prince Valiant, si la noticia finalmente se confirma, caerán uno tras otro aquellos grandes personajes históricos que arrastran penosamente su historia por un presente que desconoce la grandeza de su pasado.
Fueron buenos tebeos. Fueron bellos. Fueron grandes. Sólo cabe agradecer haber estado allí para disfrutarlos.
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