Jack London al encuentro de Philip K. Dick, Papillón se escapa de la isla de El Prisionero, un rebelde sin nombre se encuentra atrapado en los tiras y aflojas de conspiraciones políticas que no comprende. Con el bello título de El prisionero de las estrellas, Alfons Font presentó, en la revista CIMOC, las historias de esta personal amalgama de influencias temáticas, sin saber que esas mismas influencias, o quizá la influencia de su propia obra, saltarían al cine seis años más tarde con el título Desafío total (Total Recall, 1990), con la que tiene más de un punto de contacto.
No es difícil ver una clara evolución en la obra y los personajes de Font, los gustos y manías que han ido consolidando (mientras, ay, se pudo) un estilo riquísimo y propio. El innombrado protagonista de El prisionero de las estrellas podría ser su antiguo personaje Géminis puesto al día, redimido de sus actividades de espía al servicio del imperialismo y entregado al sueño de la revolución. También hay elementos que preludian la serie Taxi, la fascinación por oriente que aquí simula el paraíso flotante y más adelante serán las islas de los mares del sur de su Rohner, o los juegos de poder y realidades simuladas que el autor había tratado en alguno de los episodios de Cuentos de un futuro imperfecto.
Font se mueve en la ciencia-ficción como pez en el agua, siendo quizás el autor español que más y mejor ha tratado el tema (puesto que Carlos Giménez trasciende la ciencia-ficción para hacer directamente parábola), y su amor y conocimiento por el género son evidentes en la forma de narrar y de ir salpicando de elementos sus historias. Leída quince años más tarde, es posible que esta serie ya no sorprenda a nadie, y que a un lector que haya visonado Desafío total o El corazón del ángel no se le escape desde las primeras páginas que el prisionero y el Mega son la misma persona (pero también se dijo siempre que el Prisionero televisivo y el Número Uno eran el mismo, ¿no?). Sin embargo, Font siempre va un paso por delante de la historia, e igual que salpica de una agradable jerga cienciaficcionera, pero light, sus diálogos, sabe en todo momento que no está haciendo un remake de Papillón o de La gran evasión, sino una historia de ciencia-ficción donde pueden existir cosas tan insólitas como drogas anti-fuga, estados de percepción alterados o, inevitablemente, clones de sátrapas con microchips insertados. Es un detalle jugosamente divertido que Font use la palabra en su acepción castellanizante que no ha pasado a la historia: clono.
Sin ser una obra redonda, puesto que el desenlace que cabe esperar queda inconcluso, sí puede decirse que El prisionero de las estrellas fue un producto serio, con cierto deseo de trascendencia más allá de la pura diversión, con hallazgos divertidos y homenajes entrañables (a la mujer pirata de Delta 99 en el segundo y último álbum de la serie, El paraíso flotante), y una capacidad envidiable para ir hilvanando una saga a partir de capítulos aparentemente autoconclusivos de seis u ocho páginas. Font venía de hacer una serie de ciencia-ficción claramente juvenil para Francia, Los Robinsones de la Tierra, y supongo que imposiciones de mercado lo llevarían a abandonar esta interesante serie para explotar las patosas aventuras de Clarke & Kubrick, espacialistas, un producto menor pero que tuvo más fortuna que este intento.
A destacar cómo, sin proponérselo quizás, el encuentro con Arnold Schwarzenegger es doble, tanto en el gran parecido del primer álbum con la mencionada película Desafío total como en el enfrentamiento con el musculoso androide asesino, que no puede evitar remitir a Terminator.
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