A esto se llama coger el toro (¿el delfín?) por los cuernos. Un autor de comics, a partir de un par de ideas sugeridas por la novela En el lento morir de la Tierra, de Brian Aldiss (a la que, quizá sin tener por qué, reconoce su crédito) se replantea su profesión, su futuro y su pasado y logra entregar el que quizá sea primer comic plenamente adulto del tebeo español, una de las tres o cuatro obras maestras absolutas del medio en cualquier país, y además una sombría y poética recreación de temas imperecederos para el destino del hombre: la solidaridad, la tiranía, la redención.
El arte del cómic como parábola, eso es HOM, una historia que el autor, Carlos Giménez, afronta en solitario, sin encargo previo, como quien escribe un poema o una autobiografía, por darse el gusto de explorar narrando, de calibrar los potenciales de la historieta como medio de comunicación y de sí mismo como contador de historias, como artista. Para desarrollar las cuarenta y seis páginas que engloban este bellísimo y despiadado poema solidario, Giménez (que ya había tocado la ciencia-ficción con series como Delta 99 y Dani Futuro), fue capaz de doblegar la cabeza y, en contra de sus principios y, como él mismo comenta, con lágrimas en los ojos, dedicar unos meses de su tiempo a dibujar insulsas historietas de romance para ser sindicadas en Inglaterra mientras, por su cuenta, ponía su corazón y su cerebro en la creación de esta singularísima obra; o, como diría el propio Hom: "Cuando se tiene hambre, comer es lo más importante". Y Giménez tenía hambre, física y espiritual, y como el protagonista del tebeo tuvo que sacrificar una por otra antes de continuar su camino y llegar a la empalizada de donde había partido y a la que un día, victorioso y sabio, sin desdeñar otros peligros al acecho, volvería. Quizá Giménez sabía ya, pese a su juventud, que HOM iba a convertirse en el primero de sus grandes proyectos personales y, por ende, en su obra maldita.
De entrada, en la España de la época (los últimos coletazos del tardofranquismo, cuando aún no teníamos muy claro que todo aquel baile de nombres y hombres fuera a desembocar en una democracia), HOM era impublicable. Su clarísima ideología izquierdista, la definida toma de posiciones de Carlos Giménez para con los desheredados y explotados de la historia (el propio Hom, las silenciosas mujeres esclavas, los pescadores eunucos) y en contra de los explotadores y manipuladores (el hongo parásito que se apodera del protagonista, el monstruoso ser delfinesco conocido como Gran Yo) lo convertían además en una historia poco convencional, sin un lugar ideal donde ser publicada dada la imprevisible censura y la falta de revistas adecuadas donde difundir su mensaje... y sin embargo HOM es clarísimo fruto de su momento, cuando igual que el diminuto guerrero sojuzgado y por fin liberado todos nosotros nos debatíamos entre los sentimientos del miedo y la incomodidad y los de la liberación y la convivencia solidaria.
Sin rehuir momentos de bella plasticidad, creando elementos fantásticos de sobresaliente atractivo (los desfiladeros, los animales salvajes, la mezcla de biologías alienígenas), Giménez es a la vez capaz de centrar la historia en el debate dialéctico entre los monstruos dominantes y el HOM-bre encadenado, convirtiendo esta historieta en un bellísimo tour de force entre ideologías contrapuestas y anunciando que en el futuro su punto fuerte iban a ser, precisamente, los diálogos. Cuesta imaginar cómo HOM no ha sido nunca llevada al cine o, cuanto menos, al teatro: pese al espacio abierto por donde los personajes pululan en extraña y simbólica peregrinación, el ambiente es opresivo, la confrontación de las ideas es más fuerte aún que la confrontación de los cuerpos.
En HOM Giménez encontró su hueco como narrador, explorando caminos que luego le llevarían a bucear en sí mismo y entregar un caudal de obras maestras (y, mejor todavía, personalísimas) que lo convertirían en el creador número uno del comic mundial. Pues es a partir de HOM que Giménez se plantea el oficio de historietista y el medio de la historieta como mundos sin fronteras, donde nada está vedado, donde todo puede narrarse si se sabe y se quiere hacer. Giménez se convierte a partir de este álbum en cronista de la España del momento (en sus historietas con Ivá para El Papus) y de su propia vida (las series de Paracuellos o Los profesionales), enriqueciendo el comic y elevándolo a la maestría narrativa que, más que al cine, podemos equiparar con la novela.
Publicado directamente en formato álbum por Amaika, la editora de El Papus, HOM no tuvo suerte en el mercado. Reeditada un par de veces por Ediciones de la Torre en su colección Papel Vivo, y más tarde por Glènat en tapa dura, Giménez sigue considerando que su mensaje no alcanzó, como debiera, a sectores más amplios del público. Y es una lástima. Un lenguaje directo y sencillo, poético y dinámico, épico en ocasiones, cargado de ideología y de buen tino (pero sin caer en lo panfletario), nos muestra una historia fácil de comprender, donde todos los elementos que sobran han sido previamente despiojados de la parábola que se nos narra con una dureza inaudita: El pez grande se come al chico, pero muchos peces chicos pueden (y deben) comerse al pez grande.
HOM todavía tiene que ser redescubierto por el público en general (quizá una reinterpretación en color sería el paso adecuado). Ese público que desprecia al cómic porque ignora que su potencial narrativo ya ha sido exprimido (y de qué manera) por un autor tan sobresaliente y tan nuestro como Carlos Giménez. El mejor autor de comics de la historia, para quien esto firma. El único capaz de comprender que no se pueden poner barreras a lo que se quiere contar, como no se puede estar sometido a los caprichos de un hongo desalmado y mortífero.
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