Resulta curioso que uno de los mejores tebeos de ambientación inglesa sea de origen franco-belga. La fascinación por la niebla de Londres, los genios del crimen y los científicos entregados a una causa o una ideología, los inventos descacharrantes y las historias de espías sazonadas de té, arsénico y flema británica encuentran en las aventuras de estos dos personajes su punto culminante, un cajón de sastre multicultural que hereda elementos de folletín (reflejados en sus prolijos textos de apoyo y sus larguísimos diálogos) y se desarrolla en paralelo a la gran eclosión de la novela de espionaje de los años cincuenta.
Blake y Mortimer, creados por Edgar Pierre Jacobs, suponen el punto de encuentro entre Sherlock Holmes y Watson (a quienes en cierta manera remedan, pues a pesar de años de amistad y de compartir apartamento, ambos solterones se llaman todavía de usted), y el Doctor Who o el Q de la serie James Bond. Espía y militar el primero, científico brillantísimo el segundo, sus aventuras oscilan entre lo policíaco y lo fantástico, siempre en contra de un malvado de opereta que parece descendiente de Rupert de Henzau, el coronel Olrick, quien como el Fu Manchú de los seriales desaparecerá incólume en las últimas viñetas de cada álbum, amenazando regresar, para volver a ser derrotado sin duda, en una aventura siguiente.
Son héroes a contracorriente, veteranos de guerra maduros y aguerridos, con el inevitable punto misógino tan dado a las aventuras "de hombres y para hombres". La guerra fría en la que encajan acusa siempre a potencias no nombradas (China y la Unión Soviética, evidentemente) de estar detrás de los casos de espionaje y los robos de inventos, y se aprecia en la serie, sobre todo mientras estuvo en manos de su creador, el deseo de estar al día en cuanto a los avances tecnológicos. La estética de la línea clara y su meticuloso cuidado por los fondos hace que Blake y Mortimer sean, más que Tintín, el epítome de un cariño por la puesta a punto y la documentación que sólo puede darse en este tipo de historietas, sin las estridencias cómicas de otros personajes y siempre dentro de un equilibrio algo frío que, en esta historia de brumas y hombres con gabardina y pistola, viene al pelo.
Viajes en el tiempo, incursiones a la Atlántida, meteoritos y trasuntos de Fantomas que dejan una marca amarilla para perpetrar sus crímenes, armas poderorísimas y ejércitos en pie de guerra dan vida a una serie de ritmo lento y a la vez trepidante, donde la peripecia es reina pero alterna con impagables momentos de reflexión. Un tebeo bien hecho, contado con seriedad y rigor, siempre sorprendente incluso cuando no sale de unas coordenadas y unos parámetros que pronto podrían haber quedado desfasados por el correr del tiempo. Cultura popular, hecha con la precisión de un maestro. No es extraño que, tras el fallecimiento de su creador, fueran Bob de Moor y, más recientemente, Jean Van Hamme, Ted Benoit, Yves Sente y André Juillard quienes hayan retomado las biografías de estos dos maduros solterones, retrayéndolas de nuevo a los años cincuenta y su niebla de Londres, sus genios del crimen y sus científicos entregados a una causa o una ideología que ahora, además, se sabe ganada o perdida, y donde al amor por los personajes se une una inevitable perspectiva histórica que engrandece aún más, si cabe, las hazañas de los dos héroes.
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