Al final, el verano se nos convierte en cuestión de pelotas. Futbolístico-jartibles por un lado (estoy por montar un club en Facebook, “Hasta los cataplines ya de Cristiano Ronaldo, y todavía no ha empezado la liga”), y de otro tipo de despelote propiamente dicho aquí en Cádiz. Se ve que la polémica de las barbacoas, esas que tantísimo gustan a la gente de fuera, a los Comes y a RENFE (que acabará poniendo trenes especiales, como en Carnaval, y entonces se quejarán, claro), ya no despista al personal y algo tenemos que hacer para entretenerlo. Ahora resulta que no se puede hacer nudismo en las playas de Cádiz.
Me quedo yo, a estas alturas de la película, un poco fuera de juego. Será que no me paseo lo suficiente por la orilla para rebajar kilos, pero no he visto yo que la(s) playas(s) de nuestra capital sean un centro de lenocinio y concupiscencia con huríes despelotadas y maromos con callos en las rodillas de hacer deporte sin tomar las necesarias precauciones sujetadoras, porque haciendo nudismo, lo que se dice haciendo nudismo, me parece que nunca he visto a nadie.
Ojo, que lo mismo hay una demanda social enorme y yo no me he enterado, porque voy a la playa en pase de sesión infantil. Les confieso que tampoco le veo la gracia a eso de que se te meta más arena de la cuenta por los orificios de desagüe, y quemarse las zonas más blancas por lucir (o no) palmito me parece peligrosísimo por aquello del efecto invernadero y el calentamiento global, pero tal como está hoy el mundo facundo, prohibir que un señor o una señora muestren diez centimetritos menos de tela (fíjense que no mido en centímetros otras cosas, ¿eh?) tampoco me parece para llevarse las manos a la cabeza. La moda de baño hoy en día, entre tangas, thongs, hilos, bikinis, monokinis, trikinis, depilados brasileños y demás supone que veamos al personal prácticamente al noventa por ciento de sus pudibundeces, tengan cuerpos danone o tengan cuerpos cruzcampo. Y por ahí me temo que puedan ir los tiros, y que al final sólo puedan lucir palmito y pectorales los guapos y las guapas, por aquello de no ofender las preferencias siempre personales de cada cual en aquello de la estética corporal.
Recuerdo que cuando era adolescente y leía los libros para mayores del Círculo de Lectores, me resultó reveladora una frase en una novela histórica de griegos, Tamburas, donde en su iniciación sexual con una bella hetaira el protagonista reflexionaba sobre cómo damos mucha más importancia a lo que está cubierto por un trocito de tela que a aquello que se muestra claramente a la vista: se llama sensualidad, y eso lo saben perfectamente, claro, los fabricantes de trajes de baño, y hasta el enterao que dijo que el pecado está más en quien mira que en quien enseña. Aquí por lo visto seguimos pensando lo contrario, herederos del Braguettone aquel que cubrió la Capilla Sixtina de castos calzoncillos y peplos, que tal pareció luego que Adán y Eva vinieran al mundo con los bañadores esos que ahora prohíbe, por su parte, la federación internacional de natación.
La verdad es que la polémica es tonta ya de entrada. Si tenemos tantísimos kilómetros de playa, ¿qué más nos da que se acote una zona remota y allí el personal se sienta libre por un par de horas porque puede bañarse en cueros?
Publicado en La Voz de Cádiz el 10-08-2009
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