Es bueno que el cómic atraiga a autores "de fuera", y es bueno también que no se empecine en contar sagas interminables que se estiran en el tiempo y sólo pueden ofrecer, superada la novedad inicial, altibajos y decadencia. Que un novelista y guionista y director televisivo como John Michael Stracynski no haga ascos a escribir tebeos y que, al menos en este caso, use los tebeos para contar una historia que, dado su estatus como autor, podría haber realizado perfectamente en otro cualquiera de los muchos medios en los que se mueve, es significativo y dice mucho de lo que puede todavía la historieta ofrecer a poco que uno se aparte del camino de losas amarillas de una industria que se empeña en no desandar lo andado y buscar otras veredas.
Midnight Nation es una serie limitada de doce números que sin duda acusa la formación televisiva de Stracynski y se aprovecha del trazo limpio (y, sí, casi televisivo en contraste con la vacua hiperespectacularidad cuasi-cinematográfica de otros autores supuestamente más hot) de Gary Frank para contar una historia que se cierra en sí misma y muerde la cola de su planteamiento, presentando el equivalente de una road movie (¿road comic?) lleno de sugerencias religiosas y morales, un tebeo inaudito que, sin ser redondo, sí resulta interesante por ir no ya a contracorriente, sino a su bola.
Iniciada como una especie de historia detectivesca, el viraje al terror se complementa con un viaje existencialista hacia un más allá interior en busca de su alma robada del que el personaje protagonista, el policía Grey, sabe que no puede haber salvación, pues lleva dentro la marca de los desahuciados por la sociedad y su destino es convertirse en monstruo al final de ese viaje, cuando llegue a un Nueva York que no es paraíso, sino infierno. Esa es, quizás, la parte más emblemática de la historia y donde reside el verdadero horror: no que Grey se salve o se condene, o que su guía-ángel Laurel se sacrifique o no por él (o viceversa), sino la hábil y sencilla metáfora sobre el infierno y el olvido que aquí se propone. Los no-muertos, los zombis, los resucitados, los vampiros (y hasta los zenobitas con el terrible secreto de su origen) de esta historia son personas anodinas, gente corriente y moliente que un buen día dejaron de existir para el resto de la sociedad, volviéndose invisibles e intangibles y pasando a un plano intermedio donde sólo pueden sobrevivir alimentándose de aquello que ha sido ya desechado por la sociedad "existente" y que únicamente tienen como levísima esperanza de salvación echarse a los caminos y tratar de enmendar la pérdida de la esperanza que supone el extravío de sus almas. Pocas veces la historieta ha reflejado de forma más sencilla y efectiva la temática metafísica de la búsqueda de uno mismo y lo que significa el valor del sacrificio, y todo en medio de un ambiente lóbrego y fantástico a base de pura luz, surrealista en el más acertado sentido del término.
Cada capítulo es un paso más en el viaje, un resbalón más en la pérdida de la esperanza y el deterioro de los sueños: lo que comienza como una lucha por la vida se decanta pronto como un inevitable desembocar en la muerte... y en algo más terrible que la muerte. Los dos personajes centrales, Grey y Laurel, se evitan y se atraen, convertidos en símbolos de algo más que sus propias personalidades (ignorante el uno, demasiado sabia la otra), abocados a un destino que, lo sabremos pronto, se cierra sobre sí mismo como la gigantesca mano del marionetista que nos mueve a todos. El encuentro en el desierto con otro grupo de desauciados y sus historias individuales, y el clímax final con un trasunto de Lucifer que utiliza la verdad como el arma más terrible imaginable suponen, quizás, dos de los momentos más emotivos y mejor escritos de los tebeos de los últimos años. Una bocanada de aire fresco para los tiempos que corren, a pesar del tono pesimista e íntimo de una historia que, posiblemente, no sea apta para todos los públicos.
Comentarios (8)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica