Los años setenta fueron para la cultura popular un momento para mirar atrás, quizás no por nostalgia, aunque en nostalgia se derivara en muchos casos, sino porque gran parte de los conceptos presentados en los veinte y treinta renovaban sus derechos de autor. Así, aunque en el mundo del cine lo retro (que nosotros siempre hemos confundido con lo camp) tiene en El gran Gatsby su máximo exponente, en el de la historieta son muchos los personajes del pulp y del serial que encuentran en el medio dibujado un hueco donde resistir y remontar su popularidad de antaño: son los años de Conan y los bárbaros y Doc Savage en Marvel, de Tarzán y La Sombra en DC. El revival no se para ahí: se adaptan títulos que no logran mantenerse en el mercado demasiado tiempo: Gullivar Jones, guerrero de Marte, y el personaje que se inspiró en él, John Carter. Y, hasta que el estreno de Star Wars (que también participa, en gran medida, de ese espíritu de recuperar la cultura pop pasada) de un impulso hacia delante, son muchos los personajes de tebeo que exploran el tipo de aventura y fantasía ingenua de los pulps, ahora tamizada por los tiempos que corren y cierto cinismo desencantado, fruto de la guerra de Vietnam y sus secuelas.
Es el caso de Warlord, de Mike Grell, un título que se acerca descaradamente al concepto de Pellucidar de Edgar Rice Burroughs (y al de la Tierra Escondida del Ka-Zar marveliano), pero que con buenas dosis de fantasía y, colocando al personaje contemporáneo en un mundo extremo, logra mantenerse en candelero durante muchos años, e incluso haber visto reverdecer algún intento de recuperarlo en épocas recientes.
Travis Morgan, trasunto del propio Mike Grell, aunque su físico nos recuerde al de Green Arrow, es un piloto de las fuerzas aéreas norteamericanas que acaba estrellándose en el Ártico, y de ahí, como en toda buena historia de aventuras exóticas que se precie, pasa al mundo interior de Skartaris, con su sol en miniatura y su suelo que conforma la cara interior de la corteza terrestre. Una bola de categoría que en 1975 no habría tenido que colar, aunque coló, dada la capacidad del autor para enlazar una aventura con la otra sin dar tiempo a la reflexión: es la gran ventaja de la peripecia. Curiosamente,el revival que luego intentó Bruce Jones explicaba que Skartaris era en realidad un planeta distinto en otra dimensión, y la entrada ártica era un umbral, no un agujero en el suelo: el poco éxito de la nueva propuesta quizá se deba a la explicación "racional" a lo fantástico.
Morgan llega a Skartaris armado de su cinismo, su chulería, su inteligencia de hombre contemporáneo y, sobre todo, de sus pistolas automáticas, con lo que pronto gana el título que da nombre a la serie, y a través de sus ojos el lector conoce un mundo de dinosaurios, brujos, mujeres semi-desnudas y hombres muy fuertes: todo lo que compone la imaginería de la fantasía heroica, sólo que aquí Grell se corta sólo lo justo y, en un alarde de igualitarismo poco común en el mundo de la historieta, compone la misma ropa exigua tanto para sus personajes masculinos (el mismo Warlord o su sidekick, Maciste), como para los femeninos (Tara, la amada de Morgan, o su hija Jennifer).
Fue un tebeo divertido que aunaba conceptos muy dispares entre sí, que duró sus buenos 133 números en su primera aparición, donde Grell todavía no había viciado su dibujo y donde, por una vez, resultaba curioso ver a un héroe de espada y brujería que no juraba por dioses pseudo-lovecraftianos y adoptaba una actitud contemporánea. Para variar, en España sólo se han publicado diez números del total de sus hazañas.
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