Primer día de curso, hará unos veinte años. Ya había aprendido que es el día en que el profesor se la juega, cuando hay que entrar con la Marcha Imperial de sonido de fondo, no vaya a ser que a los alumnos les de por tocar por su cuenta el aleluya de los ewoks.
Después de un par de años en exclusiva con los cursos superiores, aquel año me encargaron dos clases de primero de BUP (que traducido resulta tercero de la ESO), y por lo pronto me sorprendió lo pequeñitos e infantiles que eran los alumnos. Daba lo mismo, yo a lo mío: bla bla bla, este año tenéis que hacer esto y esto y lo otro, y la evaluación será así y asá y de aquella manera, y ya tenéis edad para comprender que esto no va a ser un paseo militar y la nota es lo importante y pitos y flautas y aquí vais a tener que sudar la camiseta. Como el sargento de hierro, pero sin tanto taco.
Y entonces, mientras yo sigo charla que charla, una mosca me empieza a rondar; el inconveniente de iniciar las clases en septiembre, en pleno veranillo del membrillo, veranillo de San Miguel o verano indio. La mosca, imbécil como todas las moscas, no se percata de que está molestando. Vuelve a la carga, me zumba cerca. Durante un momento me siento como el conde Ja-Ja de los tebeos del Capitán Trueno.
No intento espantarla, pero me sigue rondando, zumba que te zumba. Y entonces veo que todo el estudiado discurso acojonante se me va a ir a hacer puñetas, porque los alumnos sonríen ante la incomodidad que siento.
Lanzo la mano al aire, sin mover otro músculo, y por pura potra la mosca queda dentro de mi palma. A la primera. Sin palillos chinos ni nada. Sigo hablando como si tal cosa, me levanto, abro la ventana, echo a la mosca, todavía viva, al patio, cierro la ventana, me siento y continúo mi discurso. Las sonrisas de los chavales se han convertido de pronto en una o repetida de sorpresa.
A partir del día siguiente, ya pude dejar la Marcha Imperial de fondo y dedicarme, sí, al aleluya ewok.
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Categorías: Las aventuras del joven RM