De un tiempo a esta parte, lexicalizado el término "cómic" (cuya inadecuación ya quedó patente allá por 1929 con la aparición de Tarzán y Buck Rogers), se nos llena la boca hablando de "novela gráfica" para definir lo que vulgarmente hemos conocido siempre como tebeo. Quizás sea necesario ese cambio de nomenclatura para forzar, por fin, un cambio de mentalidad hacia el medio, tanto para el mercado de fuera como para los creadores de dentro.
Ya en 1971, Gil Kane (un autor a quien nunca se llegó a reconocer con toda justicia su influencia capital en la "Edad de Plata" de los cómics, en tanto que a él se debe el resurgir de Green Lantern y todo lo que éste arrastró consigo, el apoyo confeso a la fantasía heroica y Conan el bárbaro o su visión estilizada y casi definitiva de Spider-Man) comprendió que el medio de la historieta podía dar mucho de sí, y que los límites podían y debían ser rotos para dar rienda suelta a todo el caudal creativo que llevaba dentro. Más que Will Eisner, a quien los americanos atribuyen la creación de esas "novelas gráficas" que nosotros en Europa sabemos que no son más que "álbumes", fue Gil Kane quien fraguó la narración gráfica más allá de las pocas páginas del comic-book tradicional o las series de prensa, creando ya en 1968 el título de novela negra "His name is Savage" y, en 1971, los libros (libros, sí) que compondrían la historia de fantasía heroica Blackmark.
Editados en formato bolsillo por Bantam Books (y luego reeditados en revistas como la francesa Phénix y, en los USA en The Savage Sword of Conan; en España en Relatos Salvajes), los libros de Blackmark suponen un curiosísimo híbrido entre novela e historieta: el formato lo aleja de las composiciones de página habituales en el medio, se trata de un tebeo en blanco y negro y, lo más destacado, se juega a sustituir los textos de apoyo en cartucho por bloques de narración fuera de la viñeta. Es, en cierto modo, una novela ilustrada... pero no puede entenderse leyendo solo los textos, ni solo las viñetas, pues éstas utilizan los recursos narrativos propios del cómic (los bocadillos y líneas cinéticas, aunque no onomatopeyas), pero se alcanza la plenitud épica y poética conjugando el montaje gráfico (excelente y cinematográficamente ágil) con los textos que escribiera, sin créditos, ese otro gran autor clave como fue Archie Goodwin.
La historia de Blackmark es, producto de la hibridación, novedosa y clásica al mismo tiempo: hay ecos del Nuevo Testamento y el nacimiento de Cristo, influencias de Conan y la novelística pulp de Edgar Rice Burroughs, cruces con la estética de Flash Gordon y El cantar de los Nibelungos, con Espartaco y con el ciclo artúrico. La historia, como no podía ser de otra forma, deriva la fantasía heroica hacia la ciencia-ficción, demostrando quizás que ambos géneros están condenados a entenderse y que hay todavía mucho territorio inexplorado que no tiene por qué seguir las manidas huellas de Conan y su escuela.
En un mundo postapocalíptico de guerreros medievales y monturas mutantes y barcos de guerra deliciosamente atractivos, donde la magia se confunde con la ciencia y los demonios campan por sus respetos, el nacimiento cuasi-virginal de un niño (en tanto que es fruto de una implantación genética en una madre joven casada con un anciano duro y bonachón a un tiempo), marcado como su progenitora por una especie de cruz negra en el muslo, iniciará una aventura donde el poder y la responsabilidad y el conocimiento como redención se darán baza mientras el sueño del renacimiento espera y el oscurantismo es dueño de Nueva Tierra.
Blackmark es un héroe trágico, casi shakespeariano en la peripecia vital que lo lleva de ser testigo de la violación y el asesinato de su madre (en un tebeo realizado en 1971, no lo olvidemos), a ser capturado y vendido como esclavo, gladiador, antes bandido, y por fin libertador in extremis de una sociedad de caballeros feudales que no está preparada para el cambio. En su búsqueda de la libertad y la sabiduría, y en su lucha con las tensiones internas que el enfrentamiento definitivo con los monstruososos habitantes de la fortaleza de Psi-Keep, Blackmark conocerá el dolor de la falta de conocimiento (en tanto es incapaz de abarcar la tecnología que ha quedado en sus manos para su uso), la traición de una esposa que se siente abandonada ante la responsabilidad de gobernante del héroe y, por fin, el duelo a muerte con su Mordred particular, de donde quizá salga el libre destino del mundo al precio de la pérdida personal de Blackmark.
Fue una historieta apasionante e innovadora que, pese a las buenas críticas cosechadas, no pudo ser llevada a su desenlace hasta que, en 2002, se recopiló en un tomo por Fantagraphics Books donde se recogen los dos libros que componen la saga. Es bueno y necesario experimentar. Pero cuando son los maestros quienes experimentan puede tenerse por seguro que se tratará de una obra grande.
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