Al hilo de lo que estamos recordando más abajo, no olvidemos cómo fueron, para la industria del comic-book y para Marvel en particular (un poco menos para DC) los años setenta; o sea, un tiempo en que los primeros espadas del resurgir superheroico cincuentero y sesentero se marcharon a otras lides o a otras empresas, y donde una primera generación de jóvenes cachorros se hizo con las riendas de los personajes que habían eclosionado en su infancia tardía, y que fue capaz de acercar sus propias historias, sus propias influencias y sus propios personajes.
Inventaron superhéroes nuevos que a veces tardaron lo suyo en poder codearse con los ya establecidos, y tampoco pudieron evitar la polémica al tratar desde sus nuevos puntos de vista a unos personajes que, ya lo sabemos hoy, viven en una imposible puesta al día continuada, dando pasos adelante para dar luego pasos atrás: ley de vida.
Se acercaron, ya digo, a lo que les formaba y deformaba, al socaire de las modas como en el fondo sobrevivían los comic-books ya desde antes de la implantación del Comics Code (o sea, cómics de guerra cuando había guerra, cómics de crímenes cuando hubo interés por lo social, cómics del oeste hasta que desapareció de las pantallas el western, cómics románticos porque no había que descuidar al público femenino, etcétera). Y se acercaron al terror moderno que en el cine explotaba la Hammer, y al kung fu y las artes marciales, y a la ciencia ficción que había configurado sus lecturas (sin sospechar que sería la ciencia ficción la que iba a salvar, desde 1977, el bache de esa misma década en cuanto X-Men se acercó a las galaxias), sin olvidar la moda pulp en el revival de los años treinta que quizá achaquemos al cine con The Great Gasby y quizá se deba tan solo a la necesidad de renovar unos copyrights para que no se perdieran los personajes...
Fueron los tiempos de Master of Kung Fu, de Conan, Kull y los bárbaros, de Mundos Desconocidos de la Ciencia Ficción y de Doc Savage, Gullivar Jones y John Carter de Marte en Marvel. De Tarzán, primero en DC y luego en Marvel tras su paso por Gold Key; de La Sombra.
Un montón de buenos tebeos, algunos de ellos más que sobresalientes, que contaron con buenos equipos creativos y que, sin embargo, por problemas de derechos, están ya fuera del alcance de cualquier posibilidad de recuperarlos. Es, a efectos editoriales, como si no hubieran existido nunca: jamás Shang Chi podrá volver a recuperarse para una nueva generación de lectores (y, si lo hace, no será como hijo de Fu Manchu, sino de "Saint Germain", como hemos visto). Nadie podrá jugar al puntapie a la lata o con el juguete bélico, ni huirá de los trífides ni se asomará al cristal lento. Nunca veremos ya a Doc Savage (que aquí, por cierto, se subtituló "Bronce" por otros problemas con otros derechos) en aquel bello e imposible crossover con Spider-Man, ni la risa de La Sombra aterrará los corazones de los malvados. Sólo los bárbaros, parece, pueden recuperarse porque han pasado a otras editoriales, y al menos Dark Horse sí que ha recuperado (para decepción propia, le pese a quien le pese, chicos) el Tarzán de Joe Kubert para DC que entonces nos pareció una maravilla y hoy parece un producto algo apresurado donde el gran Joe no se curró ni un fondo.
Aquella generación que sabía que los tebeos eran parte de la cultura pop ha sido borrada de la continuidad editorial, de la capacidad de acceso de los lectores de ahora y entonces. Sólo nos quedan, en ocasiones, como papeles amarillentos que algunos atesoramos como oro en paño. Para el resto del mundo, editoriales incluidas, esos tebeos apenas son ya papel mojado, reliquias de un pasado que no tendrá futuro.
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