Parece que ya lo tenemos aquí. El tren de alta velocidad, el AVE descafeinado, sin calorías, sin azúcar y bajo en colesterol. El AVE sucedáneo. Tanto tiempo esperando, como la Penélope de la canción, y lo que nos ahorra es un ratito entre la capital de España y la ciudad más antigua de Occidente y bla bla bla, o sea, nosotros. Cuarenta minutillos menos, qué barbaridad. Pero el mismo montón de paradas intermedias.
Hagan ustedes la cuenta de la cantidad de provincias que atraviesan los trenes, se llamen como se llamen ahora los Altarias que siguen siendo los Talgos en el vocabulario popular, desde que salen del centro del mapa y llegan a la periferia. Y hagan ustedes la cuenta de la cantidad de paradas que esos trenes de largo recorrido hacen en todo el trayecto, y les sorprenderá, como me sorprende a mí, que el caballo de hierro que decían los indios pase por provincias enteras sin mancharlas ni romperlas, dejando atrás o a lo lejos estaciones que se convierten en un borrón tras las ventanillas. Pero, ah, deja el tren Sevilla, entra en la provincia de Cádiz (que debe ser la única provincia de España que tiene identidades especiales y reivindicaciones interindependentistas propias), y de pronto se convierte en un tren de cercanías, un tren botijo modernizado que va parando cada dos por tres, ralentizando el viaje para los que quieren llegar a término.
Un despropósito, qué quieren que les diga. Bien está que paren los trenes de alto recorrido en Jerez, pero que luego vayan haciendo un tour de tren de la bruja por todas las poblaciones de la Bahía es una tontería como la copa de un pino. Son las paradas, y las pausas entre las paradas (los alta velocidad parece que tienen preferencia de paso en todas partes... menos en nuestra provincia), las que retardan tantísimo el viaje. No es de recibo que entre Jerez y Cádiz, y viceversa, se tarde casi tanto como de Jerez a Córdoba.
El tren está destinado a ser el vehículo del futuro, sobre todo porque nos ahorra las esperas interminables y las vejaciones de seguridad a las que nos someten en los aeropuertos, por muy inocentes que seamos de todo y nada. Los cientos de pueblos, ciudades, pedanías, aldeas y demás focos de población urbana que existen en torno a otras ciudades importantes del mundo no son obligatoriamente objeto de parada de los trenes de largo recorrido: para eso están los trenes de cercanías.
Y eso es lo que tendríamos que tener nosotros, más allá de la velocidad y los anchos de vía y el insoportable ratito de espera obligatoria tras salir de Santa Justa: trenes lanzadera que salieran ipso facto de Cádiz y Jerez y conectaran a los viajeros con esas otras ciudades, sin interrumpir la marcha acelerada del nuevo Altaria. Siguiendo el símil con los aviones: el aeropuerto está en un sitio, y los que tenemos que ir a él no exigimos que nos vaya recogiendo parada por parada (aunque sí nos gustaría que el taxi y el parking no costaran más que el susodicho viaje en avión, por otra parte).
Bienvenido sea ese ratito que nos vamos a ahorrar. Ahora lo que haría falta es que la frecuencia entre Cádiz y Madrid se ampliara a más de dos trenes al día.
Publicado en La Voz de Cádiz el 15-06-2009
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