El titánico hombre de acero venido de Kripton tuvo, desde sus orígenes, la fortuna o la desgracia de crear una pléyade de imitadores de medio pelo y la dicha o el sambenito de dar cobijo bajo su capa a una no menos interesante caterva de versiones satíricas. Quizá la mejor de todas ellas, por la inmediatez de su existencia y por la categoría del producto, sea este Superlópez, quizá la parodia que más y mejor ha sabido llevar a las últimas consecuencias los contrasentidos y vicisitudes del Supermán original para, de paso, asentar sobre sí mismo un universo creativo deliciosamente caótico y propio.
Y es que el Superduperman con que Wally Wood parodiaba a Clark Kent y su alter ego era un arma de un solo tiro, con incursiones más o menos afortunadas en el sexo o su conciencia de americanito extremadamente diestro y bueno, pero este oficinista con bigote y mala pata ha demostrado que puede crearse más allá de la simple parodia o la burla de otros personajes establecidos.
De los chistes mudos con que el personaje inició su andadura en 1973, y tras permanecer en estado letárgico durante algunos años, Superlópez resurge, y de qué manera, cuando las historias inevitables de una sola página dan el salto a aventuras más largas donde puede desarrollarse por un lado al personaje como patosa contrarréplica del original norteamericano y por otro como entrañable vecino de este país tan inconfundiblemente nuestro. Los impecables guiones que Francisco Pérez Navarro presta al personaje y la inclusión del ya histórico Supergrupo (o cómo mezclar sin estridencias la parodia del universo DC con el universo Marvel) convierten de pronto a Superlópez en un tebeo a seguir con atención, dada la jugosa sátira que se hace de los combates, destrucciones, continuarás y contrasentidos de los personajes de uniformes de colorines, y además en un entorno donde es obligado detenerse en los detalles de calles, marquesinas, autobuses y periódicos, porque son los nuestros.
Superlópez, con su peinado a navaja y su bigote precursor de futuros presidentes de gobierno, su uniforme arrugado y sus continuas meteduras de gamba se reconduce a sí mismo cuando, ya en solitario, Jan aparta la serie de la sátira del superhéroe al uso (un terreno que sin duda conocía Pérez Navarro como la palma de mano y que entonces era todavía terreno fértil, antes de que los propios superhéroes "serios" se convirtieran en parodia de sí mismos) y lo reconduce hacia la ciencia-ficción, sin olvidar nunca el desarrollo de los personajes secundarios y cierto rigor en las tramas, a veces no tan conseguidamente humorísticas como antaño. Desde el Señor de los Chupetes a los Cabecicubos, pasando por simpáticos homenajes a Julio Verne, invasiones extraterrestres de todo tipo o las películas de moda, Superlópez ha aguantado el tirón editorial, las infidelidades de los lectores y la evolución (o lo que sea) que ha experimentado España desde aquellos lejanos chistes mudos hasta hoy día. Como su autor y sus lectores, el propio Superlópez ha ganado en prestancia (hoy unas elegantes canas adornan sus sienes), y las aventuras que en principio fueron simples y luego desatadamente fantásticas reflejan, a veces con cierta amargura no oculta, la actual situación social o la inseguridad auténtica de las calles. Las estufas de butano de hace veintitantos años hoy son pantallas de ordenador, pero la intención sigue siendo la misma.
A destacar el magnífico trazo del dibujo de Jan, el detallismo de sus viñetas y el divertido lenguaje gestual de sus personajes, que respiran en todo momento una personalidad propia. En ciertos aspectos, Superlópez ha llegado a ser más interesante que su modelo, y a la postre el parecido ha llegado a perjudicarlo, más allá de celosos problemas de copyright, cerrando la puerta a lo que, sin la premisa inicial hoy ya superada, podría y debería ser un tebeo popular más allá de nuestras fronteras, un tebeo de aventuras, humor, ciencia-ficción, reflejo social y fantasía desbordada hecho con la seriedad y los toques de genialidad justos para ser el último peldaño de la historieta española, ésa que parece que ahora ya no tiene quién le escriba...
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