Más allá de la aventura, las historias de The Phantom (conocido entre nosotros como El Hombre Enmascarado) suponen una reflexión continuada y excelente (¡y divertida!) sobre la capacidad de percepción y los mecanismos del miedo. Héroe selvático con su prurito de hombre civilizado envuelto un improbable disfraz que preludia al superhombre, desfacedor de entuertos por imperativo tradicional y familiar, pacificador in extremis de junglas en armas y acorralador a tiempo completo de bandas de hampones, aviadoras piratas o invasores amarillos, El Hombre Enmascarado es, por encima de todo, el perpetrador de un engaño del que él mismo será, tarde o temprano, la víctima definitiva: abusando de la credulidad de sus enemigos y explotando hasta lo indecible sus habilidades cuasi sobrehumanas, The Phantom, fiel encarnador de su nombre y de sus epítetos, recaba sobre sí una inmortalidad falsa que le empuja a poner cada día en juego su propia mortalidad verdadera.
Creado en febrero de 1936 por el histórico Lee Falk (1911-1999), The Phantom es la aventura en estado puro, el exotismo de entreguerras llevado a sus cotas más altas de evasión y entretenimiento. Presentado titubeante y brillantemente como un espectro enmascarado dispuesto a salvar a la liberada y aguerrida Diana Palmer, futura novia casi-eterna y madre de sus herederos pasado el tiempo, el tren sin frenos de su primera historia ("Los piratas Singh") nos dejará atrás la presentación de lo que parecía ser un enmascarado al uso, tipo Pimpinela Escarlata o El Zorro (en tanto que una revisión a las primeras semanas de la tira parece indicar que uno de los pretendientes de Diana Palmer, el indolente Jimmy Wells, es en realidad la doble personalidad oculta de El Fantasma), para lanzarnos de lleno en una historia de leyenda sin marcha atrás donde nuestro protagonista borrará para siempre cualquier intento de normalidad humana y adquirirá los caracteres de un mito reencarnado.
Debe ser una de las tiras más repetidas en la historia de los cómics: cómo un barco de piratas Singh abordó y hundió un mercante inglés y cómo el único superviviente juraría sobre la calavera de su padre acabar para siempre con la piratería y la injusticia... trasladando el juramento a sus descendientes. Un ajustado disfraz de color violeta (rojo en las ediciones italianas y las más primitivas ediciones españolas) y un minúsculo antifaz cubren su rostro y perpetúan la ilusión de que el justiciero de la jungla es siempre el mismo hombre y no un disfraz transmitido de padres a hijos, el duende que camina, el espíritu que anda, el que no puede morir y marca con una calavera a los malvados como signo externo de su podredumbre interna.
A lo largo de las décadas y según la interpretación de sus sucesivos dibujantes (el gran Ray Moore con su nervioso claroscuro, el efectivo y magnífico narrador Wilson McCoy, el realista y espectacular Seymour Barry), siempre bajo la batuta de Falk en unos guiones a los que dedicó más de sesenta años de su larga vida, El Hombre Enmascarado sería aventurero exótico enfrentado a peligros de serial, hombre de andar por la jungla dedicado a resolver pequeños conflictos entre tribus que pronto podrían dar al traste con la pax enmascaratta tan duramente forjada por veinte generaciones de antepasados, o aliado y protector de la descolonización ya en los años sesenta. A pesar de las repeticiones inevitables que una serie tan longeva parece arrastrar cuando se leen de corrido sus historias, Falk nunca se queda quieto en su leyenda, y en todo momento la importancia del Fantasma y su entorno se acrecienta: así, habremos visto su creación de la Patrulla de la Jungla, trasunto antes de su tiempo de los Cuerpos de Paz de las Naciones Unidas; los enfrentamientos con bandas de delincuentes organizados a través de la historia, como los propios Singh o los Buitres; la parafernalia inevitable de calaveras y ritos pigmeos que se repite casualmente incluso en los desiertos de Norteamérica; la exploración cada vez más virada al fantástico de un país, Bengalla, que ha pasado de ser un enclave mítico mitad indio mitad africano a convertirse en una isla de ensueño donde incluso existe una playa de arenas de oro, o la nunca suficientemente explorada historia pasada de los antepasados del Hombre Enmascarado, ésos que fueron él antes que él y murieron para resucitar en la máscara de su hijo como él deberá morir un día.
La sabiduría narrativa de guionista y dibujantes ejemplifica a la perfección, durante muchas décadas, cuanto de bueno y bello puede narrarse a razón de tres o cuatro viñetas diarias. Adelantado a su tiempo en el disfraz, no sólo ahí se queda el Fantasma: su novia Diana es una mujer de armas tomar, aventurera y sosegada, independiente, futura enfermera de Naciones Unidas cuando la descolonización llegue por fin a África y a la tira. Personajes entrañables como los tíos de Diana, ex-policía liberal uno, ama de casa algo retrógada la otra, son las más grandes influencias que luego se harían populares en otra onda con personajes como el capitán Stacy o la tía May de Spiderman.
Por encima de todo, el difícil equilibrio entre muerte y vida. La gran baza de este superhombre sin superpoderes es mantener ahora y siempre el engaño de su invulnerabilidad. El lector está en el ajo de la superchería, pero los enemigos del Fantasma no, considerándolo en efecto un espíritu, y en ese imposible que la leyenda de sí mismo exige al héroe se encuentran siempre los más apasionantes ejemplos de la superación y el tesón que el personaje debe aplicarse para resultar vencedor a la muerte y cumplir la misión inacabable de la que es heredero, portavoz y testigo.
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