No tiene nada que ver la crisis: en el fondo, nos gusta apretarnos el cinturón más que a un tonto un pirulí de palo. Empieza a asomar el verano (según el calendario, al menos, que en la vida real de verdad parece que está de huelga de anticiclones caídos) y a todos nos da por mirarnos en el espejo, o a rescatar las prendas de colores más vistosos, y en un par de segundos decidimos que no, no nos gustamos del todo, o que con un quítame allá este michelín vamos a tener un verano de lujurias y azoteas que ríase usted de los notas de la peli esa de las mentiras escrita por la ministra de cultura que tiene a todos los interneteros con la pancarta dispuesta.
Y así las revistas se llenan de remedios milagrosos: la dieta de la alcachofa, la dieta del pan con pollo, el método Montignac, la dieta del cucurucho, la dieta del suero y el sudor, la dieta de las calorías y ahora, me cuentan, la dieta de los puntos, que viene a ser como lo que hace la DGT pero marcando la comida en vez de los coches: una cervecita, un punto; una tapita de jamón, tres puntos. Tiene usted un cupo de puntos por día y si se pasa por la mañana, despúntese por la tarde noche.
Lo curioso es que a veces funciona. Y, sí, podemos por fin meternos aquel bañador o aquellas bermudas o esa camisa de flores que compramos de rebajas (por qué todo el año no es rebajas es algo que escapa a mis cada vez más cortas entendederas), sabiendo que en el fondo vivimos la inversión del dicho pan para hoy hambre para mañana. Pasamos hambre un mes y pico, nos bebemos potingues de proteínas que tienen pinta de estar asquerosos, se nos ve en los centros comerciales dando vueltas y más vueltas, sin decidirnos, a la comida macrobiótica, que da cierto repelús nada más que leer de qué está compuesta, y al final de todo, por mucho que renunciemos, nos espera el pan mañana. O pasado mañana.
Y es que no se puede, de verdad, por mucho que usted lo intente, señora: que el verano es largo-largo (si es que este año llega, que lo dudo, para mí que ha emigrado con la crisis esta), y empezarán a llegar los caracoles del Nebraska, y los tintos de verano, y las piriñacas en la playa, y las barbacoas en el chalet del cuñado antes de que podamos dejar los muebles y manchar la playa en la barbacoa del Carranza, y el gazpachito fresco, y las cervezas bien frías y las caballitas en el Tío de la Tiza…
Que será vuelta a empezar, que se lo digo yo, que también he pasado por esto, y varias veces. Que si vive usted en Estocolmo y hace un frío que es el colmo puede pasarse las horas encerrado en casa como un personaje de Ingmar Bergman, pero aquí, con el sol, la playa, lo malas que son las teles en verano (parece increíble que puedan superarse a sí mismas), ¿quién se queda en casa haciendo de monje cartujo por un quítame allá estas cartucheras?
Al final, en las rebajas, acabamos por comprarnos ropa más grande y santas pascuas. Y, conforme el verano avanza, se va notando la degradación en el vestir, que a veces, a pesar del levante, parecemos los caribeños del anuncio donde se estresan. Paciencia, ya lo conseguiremos el año que viene.
Publicado en La Voz de Cádiz el 08-06-2009
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