Imagino que todas las familias tendrán uno. Allí en el fondo del armario, o del recuerdo, una historia truculenta o un sonido de pasos al que nadie encuentra justificación alguna.
En mi familia, por parte de madre, hubo al menos dos, y en las dos acepciones que le damos al término. Primero, mi tío, el mayor, algo crápula y vividor, simpático. Habría sido Torre si lo hubiera conocido más, aunque me temo que lo conocí poco. Gallito, pero trabajador; domesticado cuando yo lo conocí, honrado padre de familia.
Me contaba mi madre (a ese tío, ya digo, lo traté poco) de sus muchos líos juveniles de faldas (escarmentado de la política que se había llevado a la trena a otros familiares, lo imagino rebelde sin causa, de tasca y camisa blanca remangada, la forma de demostrar a una sociedad pazguata el anarquismo que llevaba dentro), y de cómo durante la mili, quizá en la guerra o poco después, pasó tanta hambre y tanta sed que tuvieron que beberse (y aquí yo abría mucho los ojos y ponía cara de asco) los propios orines, puaf. Y cómo buscándose la vida, con el sueño de América, inició con tres amigos una huida en toda regla, polizones en un barco.
Saltaron al muelle, embozados en la noche o las primeras horas de la mañana. Y entonces mi tío, cuando ya se disponía a abordar el barco atracado, detrás de sus tres amigos, dice que vio al segundo fantasma de la familia. Su difunto padre, o sea, mi abuelo (al que no conocí, pero del que mi madre tiene en una foto recuperada que da un no se qué de miedo). Allí de pie, como un espectro de Shakespeare, diciéndole que no con la mano, que no subiera al barco.
Y mi tío se acojonó, y no siguió a sus amigos y se quedó en tierra esperando una fortuna que no vino.
La racionalidad del niño lógico que yo era habría achacado a puro miedo aquella alucinación, naturalmente, si no fuera porque mi madre continuaba la historia con el último capítulo: los otros tres polizones murieron asfixiados a bordo de aquel barco rumbo al futuro que era negro como el carbón de la sala de máquinas donde se metieron, y sólo se salvó, asustado y en tierra, quizá en sobreaviso del más allá, mi tío.
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