Es posible que fuera, sí, un exceso de confianza: a fin de cuentas, nos conocíamos de hacía tiempo; su hermano y mi hermano estudiaban juntos. Pero me tocó las narices. Sobremanera.
Compraba yo un tebeo, no recuerdo el título. En una de aquellas razzias que tenemos que hacer los de provincias donde no hay librerías especializadas, a la caza, como era bonito, y no ahora que por culpa de las librerías especializadas que ni siquiera tenemos no llegan los tebeos a los kioscos que cada vez existen menos.
Compraba yo un tebeo, el billete en la mano listo para pagarlo, y el librero (ya digo, quizá porque aquello de la confianza), mientras lo depositaba sobre el mostrador, me espetó:
--¿Pero con tu edad cómo estás leyendo estas cosas?
Y yo, muy serio, de pronto, convertido en Clint Eastwood (si hubiera sido Eric Segal el mae geri habría sido epopéyico), con los ojos helados y la voz tenebrosa, le contesté, en una décima de segundo:
--No sólo las leo. También las escribo. Y tú las vendes y vives de ellas. O las vendías.
Y me di media vuelta y le dejé el tebeo allí, entre las manos, sin comprarlo. No he vuelto a comprar nada más en esa librería.
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Categorías: Las aventuras del joven RM