No sé de qué nos extraña, pero nos extraña que les extrañe, y no se extrañen ustedes aquí por los juegos tontos de palabras. Y no se me extrañen todavía más si recurro a palabros ingleses y les insisto en que a ellos, criaturitas, se les queda la boca como en los dibujos animados japoneses porque de pronto pasan de lo “Light” a lo “hardcore” y nosotros, que somos una panda de carrozas que nos morimos de envidia, lo que queremos es escandalizarnos todavía más, que no nos basta con la crisis, las pensiones, la gripe A (ay, ay, ay, que queda todo un alfabeto detrás), los escándalos de la universidad y Cachuli, o la nueva modalidad campo-de-concentración en busca de esclavos delatores en que se ha convertido de una tarde a otra aquello de “Fama” (ahora es “Fama, ¡ar!”, según mi santa).
O sea, que una discoteca light organiza una subasta de chiquillas y se les echan los caballos encima y los organizadores dicen que por Dios, que cómo se nos ocurre, que es un juego infantil, sin maldades, que no hay nada de lo que las sucias mentes perversas de feministas y gente del buen rollito de lo políticamente correcto piensan, que son todos unos retorcidos mentales. Y se defienden, tratando de meter el dedo en el ojo, diciendo que cuando hace equis semanas hicieron lo mismo, pero con maromos, nadie se escandalizó.
Y claro, explíqueles usted a estas alturas que es que los seres humanos no deberíamos comprarnos ni vendernos ni siquiera por el cachondeo. Y que no tiene nada que ver, o es lo de menos, que estemos hablando de menores de edad, esa frontera tan imprecisa entre el quiero y acarreo con mis consecuencias y el quiero pero que me saquen las castañas del fuego. Lo que no entienden los organizadores de la discoteca granadina es, precisamente, que se ha luchado y se lucha mucho por eso que podríamos resumir con una palabra, dignidad, para que luego vengan cuatro notas y digan que fue sin querer queriendo, pasen ustedes por caja para los boletos de la semana que viene.
Es natural que no lo entiendan, ni les interese entenderlo, cuando por otra parte están viendo lo mismo todas las tardes en la tele, con gente mayor de edad y menor de entendederas o prejuicios. O sea, sí, subasta en la divertida tele progre, la de las prédicas de San Iñaki, la de los episodios concatenados de Perdidos, la de los descacharrantes discursos de Pablo Motos y la irreverencia algo forzada de Saturday Night Live o Estas no son las noticias: un montón de señoritas de aspecto impecable, y un maromillo del tres al cuarto que baila, se contonea, dice pamplinas y es comprado, literalmente, para que pueda decir luego en el pueblo lo guai que es y lo que mola la tele, y, si puede, exagere, o no, como Dominguín tras su encuentro histórico con Ava Gardner.
Por eso no me extraña que los chavales de Granada no comprendan el revuelo que su inconsciencia causa: ellos quieren sacarse unos pocos euros y los guardianes de la moral los acosan, mientras que a los que cortan el bacalao de verdad no les tose nadie. Una lección para la vida misma, muchachos. Pero ya tenéis edad de saber que esas cosas no se hacen.
Publicado en La Voz de Cádiz el 11-05-2009
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