Que no se me enfade nadie, y menos que nadie mi querido Toni Guiral, alma pater del proyecto, pero me temo que voy a poner una pequeña nota discordante en este empeño (loabilísimo, cierto) de recuperar los títulos más señeros de la llamada escuela Bruguera de los tebeos de humor.
Por fin, después de mucho buscarlos, he podido hacerme con los dos tomos que, de momento, son los que más me interesan de la colección, por aquello de que el tío Vázquez es el tío Vázquez y nunca he comulgado demasiado con Ibáñez. O sea, que ya tengo en mi poder los sendos tomacos dedicados a La familia Cebolleta y a Anacleto agente secreto.
Y es cuando los abro, y los huelo (huelen muy bien, a tinta de colores) y veo el gramado del papel, y lo imposible de alguna reconstrucción (¿por qué no haberla llevado un paso más allá y evitado los colores corridos, por ejemplo?), es cuando me asalta la duda. Es una colección, ya se anuncia, para coleccionistas. Y esos tebeos eran tebeos de consumo, para todos los públicos, para una gente que no tenía necesariamente ningún otro interés en los tebeos que pasar un buen rato leyéndolos, y olvidándolos en cualquier lado, perdiéndolos, recortándolos, tirándolos.
La variedad era la nota más acusada de esos tebeos de humor de la difunta Editorial Bruguera. Cada título era una caja sin fondo de personajes divertidos: muchos de ellos están o estarán recopilados en esta colección, y evidentemente se agradece la posibilidad que nos ofrece a los lectores expertos, o a los coleccionistas, de tenerlos recopilados en un solo tomo, o en varios (como será el caso de Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape).
La duda, ya les digo, es precisamente ese empacho de historias de los mismos personajes de corrido. Unos tomazos enormes con historias y más historias de una o dos páginas repitiendo una y otra vez el mismo esquema, el mismo chiste, las mismas gracias y, por desgracia, en ocasiones, los mismos manierismos. Lo que resultaba divertido semana a semana, en cada título, se nos pierde en la recopilación. Cualquier ejemplar de la casa, llámese Pulgarcito, o Din-Dan, o DDT, o Gran Pulgarcito, o Bravo, o Mortadelo, vendía variedad. No te daba tiempo de hartarte de una serie o un personaje, porque apenas ocupaba una página: saltabas inmediatamente a la siguiente.
Es por eso que pienso que quizá la colección tendría que haberse hecho no como monográficos (¿de verdad que hay alguien capaz de leerse trescientas páginas seguidas de, pongamos por caso, Hug el troglodita o El loco Carioco?), sino como antologías, como popurrits de personajes, incluyendo una selección de portadas. No estoy hablando de facsímiles, sino de selección y diversidad.
Mientras que los cómics de aventuras (¿nos llegará alguna vez, Toni, una recuperación de las series españolas que aparecían en Bravo? ¿De las historias cortas guionizadas por el gran Andrés --luego Andreu-- Martín? ¿Del Inspector Dan? ¿De Silver Roy? ¿Del Doctor Niebla?) quizá ganen en los recopilatorios (sus aventuras tienen más páginas), personalmente me saturan los monográficos de humor. Creo que la historia me da la razón: la colección Olé ni siquiera recuperó a muchísimos de estos personajes como se hace ahora, jugando sobre seguro con las criaturas de Ibáñez, las de Escobar y, si acaso, con Superlópez y alguna obra dispersa de Vázquez.
Es mi opinión, imagino que a contracorriente. Con todo mi agradecimiento por la recuperación y por el trabajo ímprobo (y con ganas de hincarle pronto el diente a Las hermanas Gilda, a Tribulete y a Sir Tim O´Theo, desde luego). Pero creo que, quizás, habría sido más conveniente, tanto para el lector no coleccionista (o sea, no amontonador) como para la propia forma en que estos tebeos deben ser leídos, haber optado por el popurrí como política editorial.
En cualquier caso, gracias.
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