La serie, la más longeva de la historia de las series de ciencia ficción del mundo, había quedado suspendida sine die, quizá porque el carisma de los últimos actores que le habían dado vida flojeaba un poco (confieso que no me he atrevido a ver aún ningún episodio de Colin Baker y no fui capaz de soportar el único que tengo, en video, de Sylvester McCoy), quizá por falta de confianza en el producto a la luz de la nueva ciencia ficción más moderna que se había establecido, si no en la tele, sí en el cine. Es posible que la entrañable cutrez de los monstruos, alienígenas de felpa y goma, y los decorados de cartón piedra y formato video en episodios de veintipocos minutos semanales ya no estuviera a la altura de las circunstancias.
La serie, ya digo, había sido suspendida en 1989, agotados los presupuestos y tal vez las ideas. Sin embargo, en 1996 se intentó resucitarla y venderla para públicos más internacionales, que es lo mismo que decir el público americano. Sylvester McCoy retoma el papel para su despedida, ocupando sus buenos doce o quince minutos de cuota de pantalla, y con una de las muertes del Doctor más tontas que se recuerdan, para ser sustituido por un nuevo rostro, olvidadizo él, y luego algo presciente, Paul McGann, su octava encarnación.
El episodio se desarrolla en Estados Unidos: en Los Angeles, para ser más concretos, aunque la Tardis, sabiamente, se posa en un descampado junto a un muro donde aparece el Big Ben, un guardia real y el lema "Visit London". Es un episodio normalito, no del todo mal llevado, al que como casi siempre se nota la falta de presupuesto. Una bella doctora hace de fugaz compañera, un chico chino hace de fugaz posible compañero, y lo que tiene más mérito (o más delito, según se mire) es ver a Eric Roberts completamente despendolado haciendo de conductor de ambulancias poseído por The Master, que ha agotado su cupo de reencarnaciones (trece, pero tranquilos que seguro que nuestro Doctor no se parará ahí) y pretende no ser califa en lugar del califa, sino hacerse un traje a medida con el cuerpo del Doctor, que es el único Señor del Tiempo que tiene por allí cerca.
Hay chistes ingleses en una producción yanqui, y una buena aproximación al personaje por parte de McGann, entre estrafalario y romántico, con un punto de Lord Byron y la peluca más infame que jamás se recuerda a este lado de Harpo Marx o la pelambrera, creo que auténtica, del gran Tom Baker (casi todos los Doctores han tenido un punto de personaje de cine cómico: Chaplin, Harpo, Danny de Vito, Harold Lloyd). El interior de la Tardis, esta vez, se nos muestra de piedra y escaleronas, puro pasadizo de dungeons and dragons, lo cual no sé si fue pasarse un poco. Situada en el (falso) cambio de milenio, la llegada del año 2000, todas las escenas de celebración quedan algo cojas, evidenciando la falta de presupuesto. No resulta demasiado convincente, por otro lado, el final sacado de la manga con la inevitable vuelta atrás en el tiempo, detalle que luego (no sé si antes también) se han cuidado de evitar.
Es un episodio de presentación, un piloto de una serie que intentó vender su alma al diablo y descubrió que el diablo americano no la quiso, quizá porque a pesar del cambio de escenario el Doctor sigue siendo estambótica e inevitablemente inglés (los yanquis viven de vender al resto del mundo que son iguales, sin serlo, al resto del mundo, mientras que los ingleses lo que venden es, precisamente, su diferencia).
Un intento fallido (el DVD se vende como "Doctor Who: The Movie" de devolver al personaje y su mitología a la televisión, y que sólo se rescataría en 2005, con Russell T. Davies como comandante y sin McGann, quien de todas maneras es el Doctor más prolífico en cómics, novelas, webcasts y programas de radio.
Nunca hemos visto, por tanto, más aventuras televisivas de este octavo Doctor que se dice medio humano (circunstancia que luego se ha negado en la continuidad posterior), ni la mutación de Paul McGann en David Ecclestone. Porque, eso sí, al menos luego han tenido el detalle de no obviar el fugacísimo pase por las pantallas del octavo Doctor, aunque nos quedaremos con las ganas, siempre, de ser testigos del enfrentamiento final entre los Daleks y los últimos, exterminados Señores del Tiempo.
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