Primer viaje a Italia, eso que tan pomposamente se llama el "Paso del Ecuador" de la carrera. Venecia, Pisa, Florencia, Roma. O sea, lo típico. Diez días en un autobús que acabó pareciendo un portal de belén.
Pisa, después de subir y bajar a la Torre (y mosquearnos porque los carteles de advertencia de que la empresa no se responsabilizaba de accidentes y bla bla bla en la subida o la bajada estuvieran escritos en todos los idiomas del mundo menos el español), nos dedicamos a hacernos las fotos de rigor y a visitar los otros edificios del Campo de los Milagros
En el Camposanto, entre ablativos absolutos que las estudiantes de clásicas iban buscando por el suelo, una estatua casi a tamaño natural, gris asfalto, de una mujer de torso desnudo, parecida a la Paulina Bonaparte de Cánova. Toda ella perfecta, con ese tipo de tranquilidad sobre uno mismo que sólo transmiten las estatuas delicadas. Gris de cabeza a toga, menos un pecho perfecto y blanco, blanquísimo.
Quico Maña, que no se podía estar quieto nunca, alargó la mano y acarició aquel pecho.
--Toda la estatua gris, y el pecho blanco. ¿Por qué sera?
--Porque todos los turistas hacen eso mismo --dije yo, señalando su gesto.
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Categorías: Las aventuras del joven RM