La manita de chapa y pintura que el presidente Zapatero le ha dado a su gobierno ha cogido al personal con el pie cambiado, aunque nadie ha vacilado con continuar a saco con el acoso y derribo. De un lado, el señor Arenas, que ve ante sí el campo libre tras la jubilación dorada de Manuel Chaves, no pestañea el tío al decir la tontería aquella de que su sucesión es ilegal y pedir elecciones anticipadas, rescatando sin darse cuenta la trampa saducea de esto de votar y elegir a nuestros representantes: mismamente, que las listas van cerradas y no se vota, al menos en teoría, ni al señor Chaves ni al señor Arenas, sino a sus respectivos partidos políticos, y que es luego el parlamento quien refrenda al mandamás del cotarro o del cortijo. Bien se han encargado los políticos de guardarse las espaldas en esa petición tan necesaria como incomprensiblemente denegada (o no) de listas abiertas para venirnos ahora con demagogias de ese cariz.
Luego, los que se quejan con la sonrisita de que por fin Pepiño Blanco tiene por fin un cargo, como si Pepiño Blanco estuviera en esto de la política para dar tortas y recibirlas y no pillar cacho, como todos. En fin, dejémoslo correr.
Más pegados a las personas normales, son los internautas los que han (hemos) puesto el grito en el cielo ante el nombramiento de una ministra de cultura, presidenta además de la Academia de Cine y directora y guionista de cine ella misma, Angeles González Sinde, por aquello de que se ha declarado en ocasiones partidaria del canon digital y mucho se teme (nos tememos) que la maniobra de distracción de esto de la cultura, que tan mal está en todas partes y más en nuestro país (y que está siendo, con la crisis, lo que más se recorta porque se suele considerar un gasto superfluo), vaya a acabar en cruzada por poner puertas al mar y penalizar (ya ha caído uno) a los cándidos usuarios de redes P2P. O sea, a usted y yo, señora mía, y a todos los que se descargan canciones, películas o documentos por Internet, que somos la mayoría, porque Internet está en su mayoría para eso.
Ya desde las Francias el amigo Nicolás, que no se corta un pelo, ha intentado esta semana promulgar una ley con la que te pueden cortar la conexión si te pillan hacheando los cuarenta principales en gabacho, tontería que de momento se ha parado por la abstención de los diputados, pero que ha puesto ojo avizor a la comunidad internetera del mundo mundial.
El problema de todo esto, claro, son los derechos de autor. Aunque los autores sean, en gran medida, los que menos derechos cobran de todo el tinglado que se monta a su alrededor: quien se lleva la parte gorda del pastel suele ser el distribuidor y el vendedor. Poca pela toca el escritor, o el músico, o el director. Y menos en España, claro. La perplejidad más absoluta de toda esta historia es cómo puede la Sociedad General de Autores (que es, además, un colectivo privado) tener en la palma de la mano a un gobierno y, especialmente, suponer que los internautas españoles se dedican a bajarse de telemula o torrent o ares eso que a los españoles nos interesa lo mismo que los esquimales: el cine español.
Porque claro, aducen los internautas: si pagamos un plus digital, el famoso canon, por hacer copias antes de hacer copias, implícitamente se nos está permitiendo el famoso copieteo. Y, además, tampoco hay mucha diferencia entre grabar un programa de la tele y hacerlo de un ordenador que está en el quinto pino, a veces maravillosamente adelantado a la cachaza de distribuidoras y cadenas de televisión, justo al día siguiente de su emisión en los EE.UU. de A, y subtitulado en español, labor de micos.
No consta que la flamante nueva ministra vaya a meterse en ese berenjenal, pero ya nos tienen acostumbrados estos últimos gobiernos a ir buscándose baches donde pegarse el trompazo. Esta historia se resolverá, sin duda, cuando se den cuenta de qué peso real tiene la SGAE y cuál tienen las operadoras de telefonía cuando vean que se quedan sin clientes para sus servicios internáuticos. Imaginen quién saldrá ganando.
Publicado en La Voz de Cádiz el 13-04-2009
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