Me han preguntado ustedes, varias veces, mi opinión sobre el coleccionable Grandes del Humor que publica, dicen, RBA. Y digo "dicen" porque me temo que a estas alturas del coleccionable no he visto ni un solo tomo por las librerías, kioscos o donde quiera que los vendan de mi ciudad. Que está muy al sur muy al sur, y se llama Cádiz.
Ya lo he contado alguna que otra vez por aquí: mi adolescencia entera, y gran parte de mi edad adulta, se llenó de batidas de exploración en busca de librerías recónditas, de kiosquillos de barrio donde pudiera encontrar aquel tebeo de periodicidad indefinida (hablo de Vértice) que nunca sabías si se había distribuido o no, ni dónde. Entonces existían muchos más kioscos y muchas más librerías que ahora, y era más divertido recorrer la ciudad en busca del tesoro de las novelas de Tarzán de Novaro que sólo existían, acumuladas, en aquella librería Minerva que hoy es un freidor, o los tomos Fher que un señor antipático vendía en una librería envidiable de dos plantas, dos, (¡y en Cádiz!) en un sitio que la última vez pasé era un Zara o algo por el estilo.
No sé si he contado cómo cada lunes, allá por el helado enero de 1978, yo me echaba la cazadora a las espaldas y me iba andandito andandito hasta la estación de Renfe porque era el día en que llegaba, unas dos semanas antes que a los demás sitios, el reparto de Bruguera con la edición en comic-book y colores espantosos de La Guerra de las Galaxias y sus continuaciones (¡la decepción cuando vi que de pronto empezaban con el 2001 de un Kirby que no siempre estuvo en estado de gracia!).
Cuando voy a otras ciudades u otros pueblos, yo soy el tonto que se para en los kioscos y las librerías, siempre esperando encontrar lo que no hay en mis kioscos o mis librerías. Mi recuerdo de Madrid es el número 2 de Relatos Salvajes Artes Marciales, con la portada de David Carradine que hizo Neal Adams. Siempre recordaré el pueblecito inglés donde, en un cajón, y de saldo, me hice con todos los Daredevil Born Again. Para mí, Forbidden Planet es esa librería donde compré la segunda semana de julio de 1986 los dos primeros números de Watchmen, sin esperar a que, por octubre, los recibiera del pedido de Mile High Comics.
Todo eso lo he perdido. Lo hemos perdido. Te asomas a los kioscos y no hay tebeos. En las librerías, tres cuartos de lo mismo. Hay cotilleos, mucho DVD ahora que el sistema está al borde del coma, mucha señora en bolas, mucha revista deportiva de deportes ignotos, mucho bricolage, mucho abalorio. Pero no hay tebeos, ya. En ninguna.
Al kiosquero lo han ahogado con las promociones en cartón gigantesco y los regalos de vajillas y cafeteras de los periódicos diarios (y ahora también de las revistas). Los tebeos los esconden, si les llegan, que no les llegan. Como ya no hay tebeos para niños, los niños no tienen ningún afán por asomarse al kiosco. La pescadilla se muerde la cola.
Si viven ustedes en una ciudad como la mía, pequeñita y egocéntrica, algo caraja, y no tienen más que una librería especializada que, como casi todas las librerías especializadas, sobrevive más por el merchandising y los muñecos con los que nadie juega que con los tebeos, que cada vez son más caros, pues imaginen ustedes la razón que tienen los intelectuales y sesudos de la cosa aquí de las viñetas que dicen que el tebeo pasa por un momento buenísimo.
Es que verán ustedes, España no es Madrid, ni Barcelona, ni Valencia, por poner tres poblaciones grandes que además fueron en tiempos centro de producción de tebeos. No me extraña que las editoriales se contenten con vender dos mil ejemplares de un tebeo, si el producto no existe más allá de los sitios donde hay media docena de liberías especializadas o una FNAC en condiciones. En alguna parte leí una vez que el sesenta por ciento de todo lo que se publica en España se vende entre Madrid y Barcelona. En el mundo de los tebeos, debe ser lo menos el ochenta por ciento.
O sea, que no puedo hablarles de qué me parece la recuperación que el amigo Toni Guiral está haciendo de estos tebeos que marcaron la infancia de mucha gente. Porque, sencillamente, no los he visto. Llevo tres semanas ya intentando localizar en alguna parte el tomo dedicado a La Familia Cebolleta y ahora el de Anacleto. En Cádiz no están, así de simple. Es posible que la edición, que imagino justita, haya acabado en las grandes capitales. Ya he desistido de creer que pueda llegar por aquí abajo cuando pase la Semana Santa, y dudo que incluso en Sevilla pueda encontrarlos el lunes, que iré a la FNAC a presentar mis dos últimos libros (están ustedes invitados, a las ocho).
Si un libro desaparece de los estantes al mes y pico de ser publicado, con los tebeos pasa todavía algo peor: no llegan nunca al noventa por ciento de los estantes y los kioscos que en el mundo son. Así, desde luego, no levantaremos nunca cabeza.
Pero nos seguiremos creyendo que, porque los periódicos digitales saquen la noticia de que Batwoman es lesbiana, que Batman vendrá a Barcelona, que una especie de Spiderman torea al Rino en el puerto de Cádiz (si no sale Teófila Martínez, no es Cádiz, bambini), o que un par de aprovechados sacan a Obama estrechándole la mano a Spiderman o que hay un tebeo de Barack el Bárbaro eso significa que el tebeo tiene importancia en el mundo real. Sale en los periódicos digitales, ojo. Porque la noticia hay que renovarla cada pocas horas. Porque es barato. Porque el becario de turno hace proselitismo (casi siempre con errores de bulto), y sobre todo porque saben que muchos lectores de tebeos nos pasamos la vida aquí delante del ordenador, pinchando páginas de tebeos, blogs y noticias.
Tal vez mañana, en ese kiosco al lado de mi antigua zapatería, junto a mi antigua sucursal bancaria (porque hoy está todo cerrado) encuentre a Anacleto y a los Cebolleta. Si es que los han distribuido y/o no están enterrados bajo montañas de revistas porno, maquetas por fascículos, promociones de platos de cerámica o coleccionables de bolitas para hacer collares, que eso sí que tiene, si no futuro, al menos presente en los kiosquillos de la cosa.
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