Como traductor, me enfrento a veces a problemas peliagudos que no tienen solución fácil. ¿Debo ser fiel al autor al que traduzco, o al idioma al que traduzco? La fidelidad al autor original conlleva que en demasiados casos ni se entienda lo que quiso decir ni se logre una adaptación más o menos equivalente para que el lector pueda hacerse un mapa mental que se asemeje, en su/nuestro idioma, al juego de la versión original. Por eso, y creo que la mayoría de los traductores optan por este camino, es más importante que el texto en español no rechine y se mantenga el respeto a eso que está por encima: la base del idioma.
Algo por el estilo pasa, me parece, cuando se adapta un libro a la gran pantalla o, como en el caso que nos ocupa, cuando se adapta un cómic. Se trata de medios distintos y no valen las mismas soluciones: es necesario podar, alterar, trastocar, resumir; siempre con un ojo puesto en el medio de origen y otro en el medio de destino. La translación punto por punto y coma por coma (o viñeta por viñeta) suele dar, lo hemos visto de continuo de un tiempo a esta parte, versiones cinematográficas descafeinadas, remedos de tebeos en movimiento que no siguen la gramática del cine, y que contentan a los seguidores desmañados durante el tiempo en que permanecen en cartelera... y luego se olvidan hasta que se produzca la nueva adaptación-calco de rigor.
Watchmen, lo hemos dicho mil y una veces, es un tebeo inadaptable. Porque la densidad de sus doce números obliga a una narración que no cabe en dos horas (ni en dos horas y media), y porque el ritmo, las relaciones de los personajes, la gramática, el juego de alusiones, las simetrías, los efectos, la reflexión sobre la historieta sólo tienen su razón de ser en la historieta.
La tarea de Zack Snyder está, por tanto, condenada de antemano a caminar por el filo de la navaja: si adapta en demasía, se le acusará de no ser fiel al tebeo original. Si, por contra, no reinterpreta el tebeo, no lo poda, no lo estiliza, no lo viste de cine, le quedará una película poco cinematográfica. Decía Guillermo del Toro que adaptar Watchmen era como casarse con una viuda: uno quiere gozar con la viuda, pero siempre le queda el resquemor del respeto al difunto.
Watchmen es la polémica servida en bandeja. Desde la actitud negacionista de Alan Moore al deseo friki de que sea una obra maestra del cine como lo es de la historieta, ese deseo algo papanatas que sentimos todos de "reinvindicar" nuestro medio en otro medio, de recibir la bendición apostólica y santificada de la cultura popular imperante, como si la calidad de los medios artísticos se hubiera medido, alguna vez, por los referéndums de popularidad y un millón de moscas no pudieran no equivocarse.
Dicho lo cual, sabiendo que nos encontramos ante un imposible, Watchmen-la-película es capaz de jugar con el respeto al tebeo, rozando a veces momentos compulsivos, y es en gran parte del metraje una película que se deja ver. No es, en modo alguno, una joya del séptimo arte. No evita los momentos ridículos ni camp. Tiene un exceso de minutos y está sobreactuada. La mata la cámara lenta y lo superheroico de las peleas. Pero plasma bien en imágenes el imposible de ser fiel a una historia imposible y hacerlo en un medio que no es el suyo y que nunca podrá serlo.
Es imposible imaginar cómo abordará la película un público neófito que no conozca la obra original y no juegue al reconocimiento de los detalles... ni advierta cuántos detalles se han soslayado, o cuántos juegos escénicos se pierden. La película juega sobre una estética que acusa en ocasiones (toda la parte de Marte, el propio Dr. Manhattan) que no maneja un presupuesto demasiado boyante. Es morosa porque el tebeo original es moroso. Por decisión propia, elude elementos sabiamente (la desaparición del Capitán Metrópolis como impulsor de los Crimebusters, por ejemplo), y a veces los escamotea y el castillo de naipes le queda algo cojo (sobra Holis Mason si no se reproduce la escena de su asesinato; la reacción airada de Laurie en Marte no tiene suficiente carga emocional detrás si no hay un enfrentamiento previo con el Comediante; el holocausto en la esquina no emociona si no conocemos al niño y al kiosquero).
Sin embargo, es cuando Snyder reintrepreta la obra cuando alcanza los mejores momentos: los títulos de crédito son sobresalientes, sin duda lo mejor de la película, y quizá el único momento en que la banda sonora está a la altura (junto con la llegada de los dos jinetes solitarios al templo de Karnak II). Cuando Rorschach recupera su más-cara lo hace con mucha más fuerza que en el tebeo, y la solución sin-el-calamar no parece demasiado sacada de la manga, aunque eso fuerza a la historia a prescindir de buena parte de su estructura original.
Por desgracia, la película es superficial: no tiene tiempo, y quizá no sabe, hacer la reflexión necesaria sobre el vigilantismo. Y, por supuesto, no salimos del cine con la impresión de que el plan de Veidt (aquí, ahora, de Veidt y Manhattan) es un horror injustificable que, además, entrega el mundo a Ozymandias y a sus corporaciones. No existe la duda tan bien construida que forma parte de la reflexión que provoca el tebeo.
La película acepta a pies juntillas algunos momentos que el cómic sólo esboza sin dar por sentados (el asesinato de Kennedy por parte del Comediante, por ejemplo). No entiende de sutilezas: los dos grandes momentos escénicos del tebeo (el interrogatorio a Rorschach y la epifanía en Marte) se cuentan de forma plana, sin las filigranas estructurales que hacen de esos dos números momentos culminantes de la gramática tebeística. La escena final, alterada al no existir la amenaza extraterrestre, parece algo forzada, como en el propio cómic, pero la muerte de Rorschach (contada prácticamente en primeros planos) no tiene la fuerza emocional necesaria.
Los actores no se lucen tampoco, y el doblaje es sencillamente abominable. Curiosamente, a pesar de su aspecto abatmanado y la eliminación de los michelines, me gusta la interpretación que Patrick Wilson hace de Búho Nocturno; Jackie Earle Harley compone un Rorschach potente, pese a la mutilación de sus motivaciones en la evaluación psicológica (yo diría que ha sabido ver que su referente es el Belker de Canción Triste de Hill Street); y Malin Akerman, con la peluca castaña y ese par de ojos azules no necesita convencer a nadie de que algún día aprenderá a actuar. Más cargante resulta Billy Crudup como Manhattan, quizá porque se parece demasiado a Kevin Spacey sin ser Kevin Spacey, y el peor de todos es Ozymandias, que se identifica como el malo la primera vez que sale.
Es una película episódica y casi se notan los doce tebeos uno tras otro. La idea que me queda, tras verla, es que es una película aceptable y que habría sido una magnífica serie de televisión, que a fin de cuentas es el medio al que mejor pueden acercarse los tebeos.
Lo mismo hay que esperar un "montaje del director" para el mercado DVD donde, con más tiempo de exposición, la película remonte esos momentos de narración plana que se hacen demasiado largos.
El mérito, de todas formas, lo tienen Alan Moore y Dave Gibbons. El mérito es de un puro, simple, sencillo, magistral tebeo que se tomó en serio a sí mismo sin dejar de ser divertido.
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