Si cada mujer lleva en su interior una princesa y cada español un seleccionador nacional de fútbol, cada gaditano lo que lleva es un miembro del jurado del concurso de agrupaciones del carnaval. Año tras año, la decisión de los encargados de dar los premios será, por narices y por tanto, cuestionada y criticada: cuando no se sabían los puntos y los sistemas de votación, porque no se sabían; ahora que la cosa parece que está más o menos ordenadita y al ratito de terminar la final ya se sabe quiénes ganan, porque se reduce todo a la mecánica de la matemática y la suma, sin que parezca haber el necesario debate y el intercambio de opiniones que todo concurso (y más el nuestro con lo igualado, competitivo y difícil que es) necesita. El intento de que las votaciones sean prístinas está bien, porque así se evita según se dice la manipulación… lo cual no quiere decir que, como los grandes jugadores de black jack, haya quien sea capaz de ir contando las cartas y, en nuestro caso, ir sumando mentalmente qué puntos dar, pasándose o no llegando (ya saben ustedes que se eliminan las votaciones más altas, por ejemplo), para que al final la cosa acabe como acaban, aunque no se manipulen, estas cosas: en cajonazo.
Un jurado es necesario, claro. Si no, a santo de qué queremos un concurso. Pero tenemos un jurado que parece, en ocasiones, porque picaditos hay en todas partes y en Cádiz ya nos conocemos, que tendrían que acudir al Falla con la capucha de verdugo puesta: porque se sospecha de todos, los pobres, y porque lo que en principio parece un gran honor acaba siendo, al correr de los días y las decisiones (matemáticas, pero decisiones al fin y al cabo) una actividad un tanto vergonzante.
Nadie queda satisfecho con el fallo del jurado (ganadores aparte): ni siquiera el propio jurado, me contaba hace unos meses un ex – jurado. Así será. Pero el carnaval no puede reducirse año tras año a ser lo mismo y, peor aún, a cambiar las bases del concurso para que todo quepa en esa insoportable final televisada: por muchas chirigotas que quiten a la retransmisión, no son las actuaciones lo que alargan la cosa, es el tiempo que se tarda en cambiar los forillos y el atrezzo (con lo barato y rápido que sería hacerlo con proyecciones tipo PowerPoint), y las tonterías de los presentadores, el coñazo de la publicidad, los topicazos de los entrevistadores y las no menos poco ingeniosas respuestas de los entrevistados. Que levante la mano quien no graba la final y al final acaba por volver a grabarla quitándole toda la paja.
Por lo mismo, en el tiempo futuro en que vivimos, donde las nuevas tecnologías nos invaden queramos o no queramos, y donde para cualquier cosa en la misma tele te piden que llames o votes y des tu opinión, parece inexcusable que a estas alturas de la historia de nuestro carnaval y nuestro concurso no exista un voto popular. El mismo ordenador que hace las sumas y quita trabajo deliberador al jurado puede aplicarse al menos al pueblo de Cádiz que pasa por taquilla, para que de su opinión, su voz, su voto, su SMS, lo que ustedes quieran. Se hace en festivales de cine de gran solera (San Sebastián, mismo) y no veo por qué la fiesta popular por excelencia tiene que seguir enclaustrada en un pasado franquista (¡cachis, ya dije la palabrita de moda yo también!) de espaldas a lo cómoda que nos hace la vida la tecnología.
Lo demás es seguir confiando la polémica a un grupo de señores a quienes se seguirá considerando unos enteraos, les guste o no les guste. Dicho lo cual, el cajonazo al Selu de este año pasará a la historia como una decisión bochornosa a la altura del cajonazo a los Cubatas. A lo mejor es por eso, por los cubatas, dice mi amigo el enterao mal pensado.
Publicado en La Voz de Cádiz el 23-02-2009
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