Es difícil hacer una película de Hitchcock sin Hitchcock, sobre todo si no se tiene el talento de Hitchcock, y en unos tiempos donde posiblemente Hitchcock tendría que haberse reinventado para llegar al público, que ya no es tan ingenuo como en su época y no le habría dejado pasar las muchas que le dejó (o el inglés le coló) en tiempos. Todavía más difícil es triunfar con la película de un fracaso, porque el cine vende ilusiones y la historia (como la literatura) a su servicio está ahí para ser retorcida, glorificada, cambiada y, a ser posible, conducir a un happy end. Cosa que no pasa, claro, en esta película, en la que cualquier espectador con dos dedos de frente (y, sí, no hace falta que recordemos que los hay tan sin manos como el personaje de Tom Cruise en esta peli), se da cuenta de que el complot para asesinar a Hitler tiene que, por narices, salir mal, porque Hitler se suicidó en esa otra película alemana, El Hundimiento.
Dirige Bryan Singer, con bastante más acierto que en sus franquicias mutantes y su incursión en las aventuras del chico rojo, blanco y azul, pero sin llegar a la excelencia que se le supone desde su Sospechosos habituales, esa película tan entretenida como tramposa (y que el doblaje español se carga, por cierto, desde la primera escena, revelando sin darse cuenta la personalidad de Keiser Soze). Interpreta uno de los actores más odiados de Hollywood (el otro, claro, es el marido de Angelina Jolie), a pesar de que ya ha demostrado, más de una vez, que sabe actuar cuando no tiene que vender su personaje de jovencito chulángano que sale bien parado de todas. En cierto modo, Tom Cruise, que entra ya en un periodo de madurez que en otros muchos actores ha sido habitualmente el inicio de su decadencia, recupera parte de su personaje de Nacido el 4 de julio en ese aristócrata nacionalista alemán, Claus von Stauffenberg, protagonista del último intento de asesinato de Adolf Hitler.
Contar, insisto, una historia de complots que sabemos que va a salir mal es difícil. Y contarla con poco presupuesto todavía más. Ya saben ustedes que la película tuvo innumerables problemas en Alemania, y que hasta se perdió parte del metraje que huo que volver a rodar. Noto cierta pobreza en los decorados: ese Berlín que parece un escenario en construcción, todo lleno de edificios aburridos y grises más propios quizás de la estética comunista. Y noto, sobre todo, que estos nazis no dan miedo. Igual que cuando se adaptó, por ejemplo, V de Vendetta al cine era imposible querer rebelarse contra ese estado totalitario que era tan clavadito a nuestra bella sociedad de consumo que sumarse a la rebelión anarquista (o menos que anarquista, en la peli) del villano V era un poco contrasentido (mientras que en el comic el mundo fascistoide sí que era impresionante y daba grima y causaba espanto), aquí vemos una Alemania con poco glamour y todavía menos apuros. Los conspiradores están por todas partes, se conocen y se hablan de buenas a primeras y se convencen: Vamos a matar a Hitler, ¿te apuntas? Y a todos a los que le dicen el plan, cáspita, van y se apuntan. Cuesta trabajo imaginar que en un país controlado por la Gestapo y las SS y los servicios militares de inteligencia la cosa fuera tan sencilla, y el personal se reuniera alegremente a escuchar a Wagner y tomar unos coñacs con la idea de matar al Führer y luego irse a casa sin acojonarse ante la idea de que cualquiera de ellos, en cualquier momento, pudiera traicionarlos o ser un infiltrado. En ese aspecto, a la película le falta metraje y paranoia, quizás porque centra demasiado el complot y la operación Valkiria en el personaje de Tom Cruise, que para eso es la estrella. Pero, insisto, cualquier falangista de cualquier comedia española da mucho más miedo que estos nazis.
Quizá, claro, porque aparte del círculo interno de Hitler (un Hitler contrahecho y debilucho, fantasmal, que recuerda lo suyo a Palpatine y que incluso tiene, como Chaplin, una bola del mundo en su refugio en las montañas), casi todos los oficiales y altos cargos alemanes que aparecen son... ingleses. Un plantel enorme de muy buenos actores, desde Kenneth Branagh a Bill Nighy (que sin maquillaje sigue pareciéndose a su personaje del calamar pirata Davy Jones), pasando por Terence Stamp o Tom Wilkinson, a quienes estamos acostumbrados a ver en otros papeles y que no dan demasiado el tipo, pese a la buena interpretación de alguno de ellos. Quizá el papel más agradecido sea el del joven subalterno de Cruise, que interpreta Jamie Parker, y sobre el que pesa el momento más emotivo de la película entera. Parker recuerda inevitablemente a Gordon Jackson (el inolvidable mayordomo Hudson de Arriba y abajo y partícipe en películas de la Segunda Guerra Mundial en papeles similares). Tom Cruise está bien, como casi siempre. Más contenido que en otras películas, dado el papel que interpreta. Le sigue haciendo un flaco favor lo agudo de su doblaje.
Lo mejor de la película es que el atentado se produce relativamente pronto, y que el clímax llega en el momento posterior, cuando el intento de golpe de estado se centra en un juego de llamadas telefónicas y telefaxes donde unos y otros se acusan de hacerse con el control. Ya sabemos que la historia no va a tener un final feliz, pero durante un buen rato casi parece que la película derivaría en ucronía. No saber si Hitler ha muerto o no en la explosión (aunque los que leímos hace siglos el comic de Toppi sí lo sabemos) es la gran baza del final de la película, aunque falta, para mi gusto, una aparición física del personaje, que no vuelve a aparecer tras el atentado.
En cualquier caso, es de agradecer que los conspiradores no hablen de democracia, ni de libertad, ni de elecciones libres ni esas otras cosas que hoy habrían hecho de ellos un puñado de rebeldes políticamente correctos. En ningún momento dejan de ser nazis o ex-nazis que planean cambiar a su jefe y, quizá, detener la guerra, no buscar la socialdemocracia. En esto Bryan Singer y Tom Cruise no han forzado demasiado la maquinaria.
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