Éramos pocos y parió la abuela naturaleza. Sobrevive uno a la Navidad y sus gastos prescindibles, se prepara el transistor junto a la oreja porque tampoco es plan pasarse las noches leyendo la publicidad institucional y escuchando los comentarios repetitivos de lo del COAC, se relía bien en las mantitas porque sigue haciendo una rasca polar que hasta extraña uno no ver pingüinos haciendo surf por el pasillo de la casa, y cáspita, esa tosecilla tonta que no se va, como si se hubiera atragantado uno con el último pestiño o el primer erizo.
Y claro, usted ya está más mosqueado que un pavo escuchando una pandereta desde que volvió al trabajo, dispuesto para enfrentarse a la crisis, a la cuesta de enero, a lo que haga falta, cuando se da cuenta de que, en efecto, hay alguien que falta. Y no uno ni dos compañeros y/o clientes o conocidos, qué va. Como un corre la bola, de pronto la gente empieza a caer alrededor de uno como moscas: hoy Fulanito, mañana Maripuri, después tres o cuatro a la vez.
La gripe, o sea. Y este año no es necesario que nos diga nadie que es de las cepas malas, porque ya se ve, y la esté incubando o no, ya la nota uno ahí agazapada, haciéndole cosquillitas en las amígdalas y pegándole algún que otro retortijón en la zona más baja. Y de nada vale abrigarse bien, y no dormir con el culo al aire, ni procurar decirle a las generaciones más jóvenes que no puede ser bueno eso de ir enseñando rabadilla y riñones por lo extraño de la cintura de los pantalones y tratar de no tiritar con esos nikis de rayitas que imitan a Wally pero solo en dos colores (negro y gris, anda que se han calentado los cascos los del sector moda estas temporadas). Nada, la muchachada sigue congelándose en las calles, donde habrá wi-fi aunque haya poca iluminación, y claro, cuando llegan a casa o vuelven al cole lo primero que hacen es que nos estornudan.
Y escuche usted a la gente hablar, entre toses y mocos y ojitos lagrimales que ni siquiera parecen de enamorado, sino de estar en las penúltimas: que este año no es una gripe, sino que son dos: la del año pasado y la de éste, que viene renovada como no quieren renovarse ni los políticos ni los clubes de fútbol.
De niño, uno creía que la gripe sólo fastidiaba al bueno de Spiderman, que siempre perdía sus superpoderes en el momento más inoportuno cuando decía atchís atchús, pero parece que no, que no es una enfermedad tan tonta como creíamos.
Mira uno a su alrededor, ya digo, y se hace una leve idea de lo que tuvieron que ser las pandemias de la Edad Media. No sé ustedes, pero yo tengo encima una psicosis de película de vampiros que ríase usted de los notas esos romanticones de “Crepúsculo”. Estás hablando con uno y cuando te das la vuelta ya no está: ha caído en redondo. Vas al curro al día siguiente y estás viendo que al final acabarás abriendo y cerrando tú mismo la oficina, porque no queda sano nadie. Esto de la gripe es como si nos estuviera persiguiendo un espía que ni siquiera es de tu propio partido o de tu propio equipo, un bicho diminuto que no tendrá conciencia de sí mismo, pero anda que no tiene mala leche, porque el virus muta, el hijo de la gran rima.
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