Era bonita, no crean. Espigada, con muy buen tipo y, lo más importante, con conversación. Como tantas de las féminas que se acercaron a nuestro grupo en la edad dorada de nuestras correrías, es decir, a mediados de los ochenta, cuando no éramos yuppies pero vivíamos como si lo fuéramos, apareció de la noche a la mañana y sé que se encaprichó o encandiló, uno tras otro, a la mayoría de mis amigos.
No recuerdo su nombre o no me interesa recordarlo aquí ahora. Rubia con un ligero tono a pelirrojo, el pelo rizado, una cintura apetitosa. Y era simpática, y considerada, y normalmente nunca decía una palabra más alta que la otra, encandilada o encaprichada de la fortuna de andar por casa que semana sí semana también dilapidábamos, sobre todo mis amigos.
Descubrimos pronto que su punto fuerte era explotar nuestro punto flaco. A nosotros, entonces y ahora, lo que nos pirraba no era el tapeo de bar en bar, sino directamente la mesa y el mantel, a ser posible de unos cuantos tenedores en la guía Campsa. O sea, que cenábamos en El Faro y otros sitios de postín al menos un par de veces al mes, y en alguna ocasión, hasta una historia que sí que no puedo contar, cada semana.
Ella, siempre discreta, se nos sentaba al lado y pedía, invariable, una coca-cola. Cuando los demás empezábamos mirar los menúes, lo mismo el paté de cabracho que los langostinos o, si la cosa iba de más pobre, las hamburguesas especiales o las pizzas cuatro quesos, ella se hacía la discreta y decía, claro, que tenía que mantener aquel cuerpo estilizado y aquella cintura apetitosa.
Picábamos siempre: no, mujer, pídete lo que quieras, que nosotros te lo pagamos entre todos. Y ella, entonces, hacía de tripas corazón, le echaba un ojo a la carta, y pedía, como quien no quiere la cosa, aunque la quería, el plato más caro que había a la venta.
No una sola vez, sino siempre.
Una de aquellas noches de asombro por su descaro, le pusimos el mote. Y la llamamos la IVA. Porque cada vez que salía a cenar con nosotros nos costaba a los demás un veinte por ciento más de lo que marcaba la carta.
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