Sin duda el icono más conocido de la ciencia ficción visual hasta la aparición de Star Wars, Flash Gordon encarna el héroe prototípico de la cultura de masas del siglo XX. Pese a su nacimiento como contrapartida de la agencia de prensa King Features Syndicate a otro héroe futurista, Buck Rogers, la strip creada por el genial Alexander Gillespie Raymond se convertiría en el molde a imitar por todos los héroes del espacio y la aventura de décadas siguientes, influencia que incluso llega a rastrearse en los superhéroes (Aquaman, Adam Strange, Fantastic Four), y que salpica, a nivel puramente gráfico, a generaciones enteras de dibujantes de historieta de todo el mundo.
La ciencia ficción que aparece en esta primera etapa del personaje tiene más que ver con Edgar Rice Burroughs, las revueltas en la más pura tradición de Robin Hood, la estética de los cuentos de hadas centroeuropeos y los lances de capa y espada que con las extrapolaciones científicas que podrían pretenderse. Las planchas dominicales del personaje van, semana a semana, mostrando un continuo desfile de razas humanoides y situaciones de emocionante cliffhanger en un mundo extraterrestre, el planeta Mongo, donde alternan en divertido descaro civilizaciones flotantes como la ciudad de los Hombres-Halcones con su contrapartida submarina de Coralia, o los trasuntos del peligro amarillo tan en boga en los años treinta (el propio emperador Ming the Merciless, versión galáctica del Fu-Manchú cinematográfico y novelístico), sin olvidar la otra gran característica del título: la aparición de bellezas sinuosas de moral más o menos desviada y escasísimas prendas de vestir. En ese aspecto, Flash Gordon dista mucho de ser un tebeo para niños, y el anecdotario de la acción de la censura sobre sus exóticas féminas en muchos países es abundante.
El grafismo de Alex Raymond, todavía titubeante en sus comienzos (a pesar de que ya había sido eficacísimo "negro" de otra serie de aventuras exóticas, Tim Tyler´s Luck; para nosotros, Jorge y Fernando) y con abundantes préstamos primerizos de Harold Foster y su Tarzán (llegó a decirse que lo que Foster publicaba una semana lo dibujaba Raymond a la siguiente) pasa de las abigarradas composiciones de muchas viñetas por página hasta una estilización clasicista y progresiva que jamás hace ascos a la experimentación, a veces de factura destacadísima, en ocasiones no demasiado afortunada (las páginas finales de la aventura en Trópica -del 21 de noviembre del 43 al 16 de enero del 44; Raymond abandonaría la tira el 23 de abril-, por ejemplo, donde el dibujante preludia y descompone lo que luego sería la línea clara en su total ausencia de manchas de sombra). La narración literaria propia de algunos sobresalientes comics de la época alterna también con los diálogos puros, bien en forma del clásico bocadillo que envuelve los textos o indicados éstos con una simple línea sobre el personaje que habla, circunstancia seguramente debida a la necesidad que tuviera el dibujante de dar prioridad al lucimiento de la imagen sobre el argumento (de ahí que jamás se mencionara la colaboración de Don Moore en los guiones).
El hilo temático de Flash Gordon ni siquiera puede considerarse space opera. El gran Alberto Breccia, con cierto desprecio, llegó a considerar que este comic era "un ballet", expresión que pese a todo define a la perfección las andanzas y evoluciones del personaje. El rubio Flash, su futura novia eterna Dale Arden y el científico loco (pero pronto recuperado) Hans Zarkoff evitan que un planeta a la deriva destruya la Tierra y quedan atrapados en él, y sin solución de continuidad (en esta etapa de la tira las cosas suceden a velocidades pasmosas) pasan a combatir la tiranía del asiático Emperador Ming, un dictador sin escrúpulos que, curiosamente, quedaría relegado a un segundo plano cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial obligara a Flash y sus amigos a poner rápido fin a la guerra de liberación en Mongo y a regresar a la Tierra para combatir a un clarísimo ejército nazi llamado "La Espada Roja", y donde la contraposición de la tecnología futurista importada por Flash con los aviones y armamentos enemigos proporciona el elemento de "ciencia ficción" entendida como tal más acusado de la historia de este periodo de la serie, no importaba que en Mongo alternaran las espadas con las pistolas de rayos y los cohetes con los unicornios al galope.
Los avances gráficos que Raymond va consiguiendo semana a semana son espectaculares, y su capacidad para fabular monstruos y mezclar biologías y culturas exóticas sorprende y encandila incluso casi setenta años después de su creación. Curiosamente, cuanto más deslumbrante y armónico es el dibujo, más insulso llega a convertirse el guión. En ese aspecto, la capacidad de encadenar situaciones trepidantes y dejar sin aliento al lector se consume prácticamente con la culminación de la aventura donde Ming es capturado y liberado por la traidora Sonja (principios de octubre del 38), a quien el tirano ejecuta inmediatamente después de cumplir su promesa de boda. Derrotados, los héroes buscan refugio en el boscoso reino de Arboria, todavía tendrán que descubrir el impresionante reino helado de Frigia (en una estirada aventura que presagiaba la búsqueda de alternativas a Ming como centro de la trama), y con la ayuda de los técnicos de Mongo conseguirían derrocar al tirano e instaurar una república democrático-elitista en el planeta, pero el planteamiento de las aventuras se alarga quizá innecesariamente y el vigor narrativo pierde fuelle. La vuelta a la Tierra, donde el trío protagonista pasa a prestar su apoyo más que moral a una contienda que, paralela al conflicto en Europa, presagia la campaña del Pacífico de un par de años después (y a cuyo término Flash es condecorado por Roosevelt en un curiosísimo guiño a la actualidad del momento), provoca la necesidad de importar tecnología espacial, en clara paráfrasis de la carrera armamentística contra el Eje, y el posterior regreso a un Mongo que contradice en gran medida la edad de oro del personaje (en tanto que se trata de un país remoto donde jamás se hace referencia a Ming y su feroz dictadura, tan publicitada anteriormente como extendida a todo el planeta). Tras el paréntesis terrestre, la segunda incursión en Mongo sostiene todavía, hasta la marcha de Raymond como voluntario al cuerpo de marines primero y a otros experimentos de comics más realistas después (Rip Kirby), una strip donde el sentido de la maravilla, la fantasía, la magia, la aventura, los cohetes en forma de pirulí, las reinas casquivanas, las novias sumisas, los príncipes destronados, los sádicos villanos de opereta luego tan repetidos en los comics por venir lograron dar vida a un tebeo imprescindible, lleno de pasión y de arte. Un auténtico clásico, cuyo nivel estético ha dado vida a uno de los comics más leídos de la historia del género.
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