De piedra, niño, lo que yo te diga. No veas. La caraba. Lo nunca visto. Lo inexplicable. Me manda el amigo Juan Luis este enlace al blog de Adlo donde, a pesar de los inexplicables y malintencionados comentarios de los frustrados y envidiosos de siempre ("¿Qué he hecho yo que mi enemistad procuras"? y todo eso), una cosa salta a la vista, tan extraña en sí misma, tan descolocadora, que todavía no doy crédito a lo que ven mis ojos.
Y la cosa es tan sencilla como que Jim Starlin, nuestro admirado Starlin, el autor que amábamos ya cuando hacía Warlock, cuando hacía Capitán Marvel, a quien pusimos en un pedestal por la novela gráfica de la muerte del kree, que nos enseñó que se podían hacer tebeos de superhéroes y de ciencia ficción con un tono más adulto y más libre y que partió la pana con Dreadstar, un autor de los pies a la cabeza, hecho y derecho, un veterano, un maestro, va y fusila como quien no quiere la cosa algunas de las soluciones gráficas que Carlos Pacheco, aquí nuestro primo y amigo, ha incorporado al chico de rojo y azul venido de Kripton. Es decir, a Superman.
La cara que se nos ha quedado a nosotros debe de ser nada comparada con la cara que sé que se le ha quedado a Carlos. Porque una cosa inevitable es que los recién llegados te imiten ("Bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán mis defectos", y todo eso) y otra cosa que uno de los grandes se dedique a pillarte escenas y a firmarlas luego.
En fin, valor. Resistencia. Paciencia y hasta pelín de orgullo y recochineo. Recordemos las palabras inmortales del hoy olvidado y divertido Quintín Cabrera:
La mula que yo montaba
la ensilla mi compañero.
El gusto que a mí me queda
es haberla montao primero.
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