Qué lata no daríamos, Miguel Martínez y yo, en aquellas razzias por establecimientos por explorar en el Cádiz viejo de los años setenta, revolviendo estantes, apartando novelas de a duro, conteniendo estornudos cuando las yemas de nuestros dedos desempolvaban algún viejo Can-Can, que otro viejo kiosquero, mosqueado porque sabíamos que a veces era mejor no preguntar, sino atacar directamente lo que veíamos, adelantados a las pesquisas arqueológidas de Indiana Jones, nos espetó desde detrás de su mostrador, cojo y con aire de relojero remendón:
--Pero niños, ¿qué es lo que queréis?
--¿Tiene Flash Gordon?
--¡Ni Flash Gordo ni Flash Flaco, fuera de aquí inmediatamente!
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Categorías: Las aventuras del joven RM