Si es que existen amores que no son aprendidos, el caso de Bettie Page es el más destacado de todos ellos. Guapa, algo rolliza en ocasiones, ingenua y pícara, musa de tiempos donde el sexo era más oscuro y los juegos de la mirada y el suspiro traían de la mano un regusto a escondite y a pecado, Betty fue el modelo y la modelo que amó a hurtadillas una generación que nos llegó a nosotros con generaciones de retraso. Pecadora reconvertida a santa, misterio sin resolver durante mucho tiempo, Marilyn Monroe con mala pata, Greta Garbo de serie zeta, ver sus fotos cincuenta años más tarde es asomarse a un mundo donde el escándalo hoy nos causa ternura y risa.
Se ha muerto Bettie Page, una señora anciana que fue una mujer bella, un juguete por manchar, un remordimiento de pecados que ni siquiera eran veniales. Bettie la bella, protagonista de sueños que no soñó nunca, heroina enjaulada, Dale Arden sin héroe salvador, muñeca cómplice. Hicieron de su vida un enigma y de aquellas sesiones fotográficas de humo, soledad y cuero el epítome confundido del glamour.
Aprendimos a amarla, a Bettie. Y a llorarla, ahora.
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