Edgar Rice Burroughs creó el que, dicen, es uno de los principales iconos populares del siglo veinte: Tarzán de los Monos, el aristócrata salvaje criado entre los inexistentes simios del África misteriosa y colonial. La popularidad del personaje, lo saben ustedes, trasciende a las novelas y relatos donde fue introducido para saltar al cine, la televisión y, naturalmente, los cómics. Como muchos otros personajes posteriores, Tarzán se convertiría en un personaje multidimensional, en tanto que las versiones de los distintos medios no coincidirían entre sí más que en algunos elementos básicos. No creo que nadie se rasgue las vestiduras a estas alturas si reconocemos que el Tarzán cinematográfico apenas se parece al original literario, muy superior en todos los aspectos.
Tarzán es el personaje que inicia (junto con Buck Rogers) los cómics "serios" o "de aventuras" ya en 1929. Y lo hace basádose tanto en las novelas como en la visión cinematográfica, explorando las selvas y civilizaciones de África y obviando en gran parte lo que sería marca característica del Tarzán literario: su incursión de pleno dentro de la fantasía.
Porque el sueño del África misteriosa y colonial pronto se le quedó pequeño a Edgar Rice Burroughs y, escritor de pulps, enseguida viró al personaje hacia lo desaforado y fantástico, hacia la ciencia-ficción en ocasiones, hacia mundos que no existen y que tienen mucho más sabor que la constreñida visión del continente negro y su héroe salvaje que popularizara Hollywood.
El Tarzán de Harold Foster incluiría algún encontronazo con dinosaurios y valles perdidos, la larga y maravillosa aventura con una civilización egipcia que parece escapada del tiempo y, por fin, el encuentro con un grupo de vikingos que preludiaría el deseo de Foster de crear un personaje propio en esa dirección, lo que luego sería Prince Valiant, siempre dentro de unos cánones realistas. El Tarzán de Burne Hogarth continuaría haciendo equilibrios entre la visión colonialista y la visión pseudofantástica, enfrentando por igual a Lord Greystoke con fieras a veces trastocadas de continente o con extraños seres-cabeza y las inevitables civilizaciones perdidas; en el terreno de las tiras diarias, en colaboración con Dan Barry, se llegó a realizar un crossover con otros personajes burroughsianos y se llevó a Tarzán al centro de la Tierra.
Pero no es hasta 1967 en que Tarzán en los cómics asume plenamente la historia del Tarzán literario y se prescinde de la imaginería africana al uso y se vuelve al Tarzán descubridor de mundos perdidos y seres de pesadilla. Russ Manning ya venía de adaptar al comic book varias novelas de Burroughs (y es sorprendente cómo se puede ser tan fiel a unas novelas en tan corto número de páginas), y cuando se encarga de recoger la antorcha del personaje y dibujar las tiras diarias y las planchas dominicales del héroe selvático trae consigo un bagaje que posiblemente ni Foster ni Hogarth ni ninguno de los otros dibujantes de Tarzán poseían o les importaba, alejándose además de los cánones estéticos de los dos grandes (su versión no nace del homenaje ni de la nostalgia como puede hacerlo la, por lo demás, más que sobresaliente versión de Joe Kubert para los comic books unos años más tarde).
Manning es un fan del personaje, y como tal es consciente de que la mitología de Tarzán va mucho más allá de los exploradores con salacot y los masai con lanzas de plumas (por no mencionar la vergonzosa inclusión de la malhadada mona Chita en las películas del semi-mudo Johnny Weissmuller): quizá consciente de que la política descolonizadora le había pasado por encima al personaje (como también le pasaría al otro héroe selvático de los cómics, The Phantom), Manning muy inteligentemente reconduce a Tarzán hacia Opar y Pal-ul-don, hacia el país de los hombres-hormiga y las bellas reinas sin escrúpulos, hacia mundos perdidos con hombres de cola prensil que cabalgan dinosaurios y nieblas que ofrecen la vida eterna o la vejez inmediata. Además, tanto Tarzán como sus compañeros de aventuras se expresan no con los torpes monosílabos del cine, sino en un perfecto inglés que alterna con la divertida jerga burroughsiana ("Kreegah", "Bundolo", "Mangani") que Hollywood había ignorado.
Con un estilo narrativo de dinámica ejecución y belleza plástica que preludia a autores contemporáneos como Steve Rude, Manning muestra a un Tarzán juvenil y maduro al mismo tiempo, serio e inteligente, tan distinto del estatuario y clasicista Elmo Lincoln de Hal Foster como del neurótico Rodolfo Valentino hiperactivo de Burne Hogarth. Además, recurriendo tal vez al recurso de Burroughs de contar varias historias dentro de la trama principal, Manning divide sus años en la serie entre historias protagonizadas por Tarzán o por su hijo Korak, que en ningún momento es un personaje molesto como otros sidekicks al uso, sino una noble versión adolescente de su padre.
La belleza que transmiten todos los personajes de Manning, desde la reina La a los diversos guerreros, a las mujeres con cola o a los múltiples felinos o reptiles y dinosaurios convierten a su Tarzán en la que es quizás la visión definitiva del personaje tal como fue cuando la magia y la fantasía iban de la mano de la aventura.
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