La primera misión del profe, los primeros días de clase, es meterse al alumnado en el bolsillo, antes de que el alumnado lo devore directamente. En las clases de Literatura Universal, como siempre, es fácil, porque la cosa da para el lucimiento, el humor, la reflexión y la sorpresa.
A cuenta de que la poesía, ese género maldito, es de todos el que más explota la fuerza de las palabras, porque es capaz de hacer aflorar en nosotros el sentimiento que, real, recordado, fingido o esperado anhelamos experimentar algún día, por demostrar cómo se puede conseguir una emoción a partir de un grupo de sonidos no al azar, acabo, curiosamente, por hablarles del azar de la emoción. O sea, del azar en la emoción más recurrente (quizá no, no sea la más fuerte), como es el amor.
Y cuando les pongo la canción "Es caprichoso el azar", de aquí mi hermano mayor Joan Manuel Serrat, no sé si lo que les hago escuchar es, para ellos, directamente chino, que es lo que vamos a ver, brevísimamente, la semana que viene. Porque no sé si estos chavales, a sus edades ya ancianas, tienen en su bagaje emocional una canción que les inspire y les haga ver, como leía hoy mismo en Aute, lo pronto que ya es pasado. No sé si ahogados por la música sin contenido pueden darle contenido a esa trayectoria de recuerdos hasta el presente que es su vida.
Después de comentar la canción, suelto la perla: Nos enamoramos de quien tenemos más cerca. Adrian Brody regala castillos porque tiene la inmensa fortuna de que Doña Elsa no me conoce, porque no ha tenido la ocasión. Ellos se ríen. Pero les recuerdo que quizá nuestra media naranja esté ahora mismo recolectando arroz en China, y por eso no la vamos a conocer nunca. Nos enamoramos, igual que nos hacemos amigos y enemigos, de la gente que se cruza en nuestras vidas.
Y les cuento la historia de Ch. (y aquí hago un guiño a José Manuel Benítez Ariza). Hace tantos años que parece otra vida, cuando todavía éramos universitarios y pertenecíamos a una generación que luego sería, quizá, la de los padres de los niños que yo tengo ahora. Ch. era bajita, con los ojos azules más oscuros que yo haya visto nunca (el sector leído me entenderá si digo que tenía ojos color azul moto de Spider-Man), una boca enormemente sensual y un algo, lo pienso ahora, de diosa romana venida a recalar a Gades. De su rostro de jovencita de veintipocos años recuerdo ahora, y no sé si me lo invento, una cicatriz en la frente que resaltaba aún más lo perfectamente medido de su belleza. Y su cuerpo pequeño, ya digo, y aquellos dos pechos esféricos y absolutos, "como dos mitades de coco medidas con perfección matemática", comentario generalizado que hacíamos el amigo K. y yo.
Fuimos juntos al viaje del paso del Ecuador y, quitando a aquella otra chica que todos teníamos en mente y que, la muy traidora, apareció de pronto en la excursión con un novio que se había sacado de la manga una semana antes, no exagero si les cuento ahora, tan a destiempo, que Ch. era el objetivo secreto de muchos de nosotros. Tampoco les exagero si les digo que no hubo suerte.
En Roma misma, un jueves por la noche, ante la Fontana di Trevi, Ch., mientras los demás lanzábamos monedas al agua (dando cortes de manga, por cierto), fue abordada por un italiano en Vespa. Puede que fuera un ciclomotor, pero abusemos del tópico hollywoodiense y aceptemos que en Roma todo el mundo va en Vespa. Mientras los demás reíamos y cantábamos y hacíamos las tonterías típicas de los 22 ó 23 años, aquel chaval italiano no tenía ojos más que para nuestra española.
K., que era arrogante, vanidoso, lleno de humor y tan seguro de sí mismo que apabullaba, un Errol Flynn de la cosa, aprovechó que parlaba bien el italiano y estuvo haciendo, durante unos minutos, de traductor simultáneo entre la bella y el romano. Nuestro cachondeo fue mayúsculo cuando, iniciado el regreso al hotel, el romano motorizado nos fue siguiendo los pasos, sin dejar de intentar hablar con nuestra amiga.
Ch., no lo he dicho antes, podía quizá encajarse con aquella frase con la que se acusaba Sugar Kane: "Not very bright", cualidad que, vista su belleza, tampoco le hacía demasiada falta. Cuando las demás chicas del grupo le recriminaron que le hubiera dado pie al italiano tanto tiempo, ella sólo atinó a decir que había quedado con él para el día siguiente.
Y quedó. Con el romano de la moto y con seis o siete amigos suyos que habían acudido en tromba a ver a "la spagnola". Esa noche, mientras cenábamos los consabidos spaghetti en el hotel, las chicas de nuestra excursión se desesperaban porque Ch. no aparecía, y además quién sabe qué podían haberle hecho entre siete u ocho italianos hambrientos de hembra.
Naturalmente, Ch. llegó al rato, tranquila y más contenta que unas pascuas, con una rosa en la mano y diciendo que el italiano (vamos a llamarlo Marco, aunque no recuerdo si se llamaba así) se había comportado como un auténtico caballero, que la había invitado a una pizzería, y le había regalado una rosa. Los amigos, una vez hechas las presentaciones, tras admirarla, se habían quitado de en medio y los habían dejado a los dos solos con la primavera de Roma.
La anécdota podría haber terminado ahí. Al día siguiente, nuestro destino era ya Florencia. Pero Ch. recibió al poco tiempo, ya en Cádiz, una carta de Marco. Y poco después una llamada telefónica. En verano, Marco vino a verla (y se avergonzó, el pobre, al ver que en nuestras playas el bañador estrechito no se lleva). En Navidad, o quizás al verano siguiente, fue Ch. quien visitó al romano en Roma.
Se casaron dos años más tarde. Ch. se instaló allí, en Roma, donde terminó o no sus estudios y donde, creo, dirige una galería de arte. Hace más de veinte años que no sé nada de ella.
Pero seguro que no esperaba, aquella primavera en que nos fotografiamos todos con gorrito de gondolero, que un casualidad impredecible fuera a cambiar por completo su vida. Y eso le he contado estos días a mis chavales, cómo el azar es caprichoso, cómo en tantas cosas no somos dueños de nuestros destinos, para bien o para mal.
A veces el cine no sólo no se equivoca, sino que no exagera.
Comentarios (22)
Categorías: Visiones al paso