Tendríamos que habernos dado cuenta hace ya tiempo, porque los signos estaban ahí, machacándonos en la cara como los martillitos chiu-chau del carnaval. La crisis económica sólo va a suponer, posiblemente, el último ataúd en el clavo de la ciencia ficción, ese género al que algunos hemos dedicado, un tanto tontamente, un puñado de años de nuestras vidas.
Pero se veía venir, nos llega el invierno, y gran parte de los que nos batimos en esa guerra estamos ya demasiado cansados y tenemos ganas de sentarnos a restañar heridas al calor de otros fuegos menos inhóspitos.
Estuve presente cuando la ciencia ficción no era nada, y cuando nos creímos (o al menos me lo creí yo) que del género podía llegarse a algún sitio, a ser posible lejos. De la censura y las revistas de aficionados más o menos bien hechas (que en el fondo eso, y no otra cosa fue Nueva Dimensión, donde casi todos colaborábamos más que por amor al arte por cultivar el ego), pareció que con la muerte de Franco y, en especial, con el desembarco a lo bestia de la ciencia ficción en las pantallas cinematográficas el género iba a ganar por fin ese respeto que se merecía, en tanto ha dado, para la historia de la literatura mundial, un buen puñado de obras maestras (que luego el público general y los críticos no aceptan como ciencia ficción, pero esa es otra historia).
Sin embargo, el boom cinematográfico coincidió con la desaparición de ND y los que creíamos que nos esperaba un futuro literario más o menos estable (o sea, yo mismo, que publiqué justo entonces, al borde del cerrojazo, mi Lágrimas de luz), tuvimos que atravesar la larga marcha del desierto que fueron los años ochenta. Pareció mucho tiempo, y quizá lo fue, aunque ahora hace uno cuentas y tal vez sólo fueron seis o siete años.
En ese tiempo, desaparecido el contacto que ofrecía Nueva Dimensión, y todavía casi inexistente internet, los aficionados sólo podían nutrirse de colecciones irregulares, la de Martínez Roca y la de Ultramar son las primeras que vienen a la mente, y en todo caso hacer una pequeña guerra de guerrillas desde fanzines fotocopiados que llegaban apenas a unos pocos.
Muerta la SF (porque entonces todavía la llamábamos SF), tuvo que ser el Grupo Interface con su BEM la que despertara y contagiara a buena parte de los lectores que llegaban y de los escritores que sobrevivíamos. Con errores de principiante, con filias y fobias de aficionados (eran eso, nada más), con alguna guerra estúpida que se podría haber evitado y con un pecadillo de autobombo hacia lo nuestro que quizá, en esos momentos, era justo y necesario, BEM supo aglutinar gente, crear polémicas, desatar pasiones y hasta duelos a sangre. Hubo quienes se posicionaron a su favor y quienes se posicionaron clarísimamente en su contra.
Pero empezamos a hablar, por fin, no de SF, sino de CF, castellanizando la sigla por primera vez, porque quizá quedaba claro que queríamos hacer una cosa nueva, una cosa distinta.
Empezó a llegar gente y sobre todo gente buena. Los premios UPC echaron un cable importante, pese a sus peculiaridades, y pronto la fundación de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (más tarde también de Terror), con su acrónimo imposible y cachondeable, sirvió para que los aficionados se conocieran, se reunieran, formaran grupos y asociaciones y se reviviera la llama. El gran acierto y a la vez el gran handicap de las Hispacones ha sido siempre su carácter itinerante, su dependencia de los presupuestos y las ideas y los apoyos de fuerzas locales: una Hispacón era excelente un año y al siguiente resultaba un churro, para volver a ser excelente al año siguiente... aunque tuviera un presupuesto cero y se hiciera con pasión y ganas.
El mercado, reconozcámoslo, nunca fue muy allá. Ninguno de los que escribíamos CF logró un pelotazo. Se dio el contrasentido de que algunos de nosotros publicaron en otros países y hasta lograron cierto reconocimiento pasajero más allá de nuestras fronteras. Aquí, seguimos contentándonos con las tiradas cortas y con ver cómo muy pronto se saldaban nuestros libros. Pero, al menos, conseguimos cobrar anticipos, algo impensable apenas unos años antes, y se nos llamó para la televisión, y las radios, y los suplementos dominicales de los periódicos, tanto los de tirada nacional como los locales.
En algún momento, por necesidades de expresión de cada cual, porque (lo digo siempre) ninguno de nosotros tiene escrito un pacto con sangre para dedicarse en exclusiva a la ciencia ficción, empezamos a virar hacia otros géneros. O, más bien, a diluir nuestra ciencia ficción pura y dura en algo que fuera más fácil de digerir por públicos más amplios. Aunque el fandom se cree el ombligo del mundo, en realidad es un grupo que no abarca más de trescientos o quinientos lectores, y con sus filias y sus fobias propias jamás ha tenido fuerza como lobby a la hora de potenciar un autor o lanzar las ventas de un libro.
A mediados de los años noventa, algunos empezamos a hablar no de "ciencia ficción", sino de "fantástico" para definir lo que hacíamos. Los más osados y engreídos (o sea, yo mismo sin ir más lejos), ya no éramos escritores de ciencia-ficción, ni siquiera escritores de fantasía: Quisimos lanzar una nueva etiqueta que nos definiera: "Literatura fantástica", quizá el término (sigo pensándolo) que mejor explicaba lo que hacíamos, cada uno desde su trinchera diferente.
No cuajó la cosa. Desapareció BEM, el núcleo de reunión y concentración de los fans que eran las Hispacones se trasladó primero a las listas de correo, luego a los foros, acaso a los blogs.
Y la teoría del péndulo, de pronto, pareció desaparecer. Es decir, esa manía del género (¿de los géneros?) de ir oscilando de momentos extremos y ser de pronto popularísimo y contar con varias revistas y colecciones especializadas a, de pronto, no tener apenas ninguna.
Vivimos buenos momentos, sí. Seguíamos sin vender demasiados libros, parte del núcleo duro del fandom nos empezó a considerar otra cosa distinta, quizás porque íbamos a nuestra bola, quizás porque dejamos de ser algo suyo. Aparecieron nuevas editoriales desde el fandom que publicaban tan bien o mejor como las editoriales más grandes. El formato papel desapareció, pero la crítica en la red, cuando se supo hacer bien, fue mejor que nunca había sido.
Y de pronto nos hicimos viejos. Internet es un patio de colegio. Literalmente. Es una playa de moda donde llegan bañistas de todas las edades y de todas las partes del mundo. Los que ya estábamos allí sentados al sol, intentando pillar un buen pez o, simplemente, dormitando en nuestros laureles, nos vimos asaltados por dos cosas: por nuevos autores que llegaban, y por nuevos lectores que no nos habían leído.
Los nuevos autores, como los autores que inexorablemente nos habíamos ido volviendo viejos, eran buenos o eran menos buenos. El problema era que, entre los segundos, empezó a privar el recién llegado que plantaba la sombrilla sin saber de qué lado soplaba el viento. Muchos de los escritores de nuevo cuño, y sobre todo muchísimos de los lectores de nuevo cuño, se acercaban a la ciencia ficción y la fantasía y el terror desde su experiencia vital. Y su experiencia vital no incluía, como en otros tiempos pretéritos, la lectura o la contemplación de clásicos y la lectura de todo tipo de tebeos: su experiencia vital se basó, en un principio, en el rol, y luego en prácticamente nada. Sin haber hecho antes un ejercicio meditado de deconstrucción, una voladura controlada del género o los géneros, de pronto, poco a poco, pero en el fondo de sopetón, el género ha dado no un bandazo del péndulo que nos acosa, sino una clara vuelta atrás.
De pronto nos hemos hecho jóvenes. Es decir, nos hemos hecho niños. La LOGSE ha arrollado a la ley Villar-Palasí. Quienes se acercan ahora al género (como los que se acercan ahora al cine, a la música, a los cómics, a la tele) creen que están inventando algo que ya era viejo cuando nosotros eramos más jóvenes que ellos. Ya no se habla de SF, ni de CF, ni de fantástico, ni de literatura fantástica. Ahora es "Ci-Fi". Y los que empezamos en esto atendiendo a las sabias palabras de San Isaac Asimov, sabemos que la "Ci-Fi" no era la "SF": la "Ci-Fi" era la estética cienciaficcionera en el medio cinematográfico. La "SF" eran los libros, una cosa mucho más sesuda a importante.
Es posible que estuviéramos equivocados. La edad, ya saben ustedes, no perdona. Las nuevas generaciones desconocen no sólo a los autores españoles (¡ahí nos duele, ahí nos duele!), sino que sueñan con destronarnos sin haber leído antes a los autores extranjeros de importancia. Hoy en día quien no se considera escritor de "Sci-Fi" es porque es un genio que no escribe por la molestia de teclear. Lo digo casi en serio.
El juego de rol mató la CF. Los libros de fantasía la remataron. Y la adaptación cinematográfica de El señor de los Anillos nos echó directamente al foso de los cocodrilos.
No nos arredramos. Si el público no quería ciencia ficción, si lo que molaba era la fantasía, fantasía le daríamos. Ignorábamos casi todos que la fantasía que el lector de hoy quiere es una fantasía cliché, por no decir directamente una fantasía chicle, un día de la marmota repetido en cada libro. Si no hay "razas" (sea lo que sea el término), si no se imita a lo nórdico, no es fantasía (o peor, no es "fantasía épica", el nuevo término de moda).
De la muerte, el remate, los cocodrilos, pasamos directamente a las trituradoras de basura. No pudimos salir a flote con la CF, lo intentamos con la fantasía... pero al final nos ha matado del todo ese espectro que ahora sustituye a la literatura fantástica: la literatura juvenil que usa elementos fantásticos. Ojo que no tengo nada contra ella, ojo que me gustaría ser capaz de escribirla y, por lo menos, poder pagarme un viajecito a alguna parte con la familia, pero la miopía de los editores, los libreros, los periodistas, nos mete a todos en el mismo saco. No estamos en la misma liga. No escribimos para el mismo público.
El problema, claro, es que el público sigue queriendo leer, cada vez que abre un libro, el mismo libro. "He leído más de treinta veces El Señor de los Anillos", me confesó orgulloso en clase, hace un par de años, uno de mis alumnos más apreciados. "Lee otro libro, hay más", fue mi respuesta.
El problema, claro, es que el público de la "Sci-Fi" y la "fantasía épica" sigue anclado todavía en la fase adolescente (más bien pre-púber) donde se quiere repetir a toda costa, a cada lectura, el mismo estímulo y la misma respuesta placentera.
Hay una cesura enorme entre las generaciones de lectores de ciencia ficción, fantasía, terror o como queramos llamar a lo que escribimos y leemos. Y la cesura se abre cada vez más. Las Hispacones (porque este largo artículo viene a cuenta de las Hispacones, la última de las cuales puede que se haya celebrado la semana pasada en Almería) han ido menguando precisamente porque el público nuevo no se ha unido al carro, porque el factor diferenciador ha hecho que los seguidores de Star Trek, Star Wars, El Señor de los Anillos (y, dentro de poco, los de Canción de Fuego y Hielo) se conviertan en facciones indepedientes dentro de un tronco que, idealmente, tendría que ser común. Si repasan ustedes Obélix y Cía quizá encuentren algún paralelismo.
Las generaciones que ahora se acercan al género no lo hacen por amor a la letra, sino por pasión hacia la estética. Como los salones del manga, donde lo de menos es el manga y lo demás la fiesta, el cosplay, el cachondeo y los fideos, las nuevas generaciones se lo montan por su cuenta y para ellos se trata, en efecto, de "Ci-Fi", mientras que los viejos carcamales que vamos quedando seguimos añorando un mundo donde fuera la literatura, y no el carnaval, lo que llamara la atención de los medios, para que los medios llamaran así la atención de los públicos.
Esta es la perspectiva. Con sus fallos y sus aciertos, la Asociación de siglas imposibles y la ilusión de toda la gente que ha organizado Hispacones en estos casi veinte años ininterrumpidos se encuentra ahora quizá al borde de la disolución. Las editoriales pliegan velas y el ritmo de publicaciones se reduce. El fantástico juvenil tiene, de momento, la última palabra.
El péndulo se ha roto y es posible que ya nadie lo pueda recomponer. Hemos vuelto de nuevo atrás. La ciencia ficción, el fantástico, la Ci-Fi, la CF, la SF, la literatura fantástica o como querramos llamarla puede que se enfrente de nuevo a una travesía por el desierto. Es el eterno retorno una vez más. No estoy seguro de que, cuando vuelva, si lo hace, muchos de nosotros estemos aquí todavía para seguir batiéndonos.
Las editoriales, naturalmente, siguen a su avío. Nunca les hemos interesado demasiado.
Comentarios (56)
Categorías: Ciencia ficcion y fantasia