Les confieso que he empezado a perderme. No mucho, cierto es, nada que no se arregle en un par de episodios más, cuando vuelva a cogerle el hilo a la trama. Pero molesta un poquito que el status quo haya quedado tan convulso que uno, que tiene los pelos de las piernas chamuscados por el humo de cien batallas en esto de los superhéroes y los culebrones televisivos, tenga que vacilar un momentito para recordar las relaciones de parentezco entre, pongamos por caso, Peter Petrelli y Claire, o parpadee un par de veces para tratar de asumir cuáles son los poderes de tal o cual personaje. Que los poderes de ese personaje hayan cambiado de una temporada para otra tampoco ayuda, precisamente, a que uno clarifique dónde está y hacia dónde puede caminar la cosa.
Claro que la cosa no caminará hacia ninguna parte. Uno hecha de menos, cada vez más, el concepto de temporada tal como lo explotaba Joss Whedon: parto de aquí, voy hacia acá, y la historia terminará de esta manera, pero habré dado al menos dos quiebros por el camino y cada temporada será un capítulo autoconclusivo. No pasa lo mismo con Héroes, me temo, ni con ninguna de las series-río que ahora nos tocan en suerte, donde parece que los guionistas tienen como primera prioridad estirar el chicle con la suficente maestría para asegurarse otra temporada donde iniciar el proceso. Sinceramente, la huelga de guionistas les vino muy bien a muchas series, Héroes entre ellas, al reducir el grosor de la madeja donde liar los argumentos.
Esta nueva temporada, titulada "Villanos" tiene un magnífico arranque, sí, pero también se viene un poquito abajo ya en el segundo capítulo. Aplicar con sabiduría las restricciones de los tebeos de superhéroes y llevarlas más allá ha sido siempre el gran acierto de esta serie: mostrar como nuevo lo que para nosotros es ya viejísimo, y hacerlo como si de verdad se creyera que es algo nuevo. Pero quemar demasiado pronto las naves, caer demasiado rápido en la trampa narrativa que ahoga a los tebeos de superhéroes es un riesgo que esta serie corre cada vez más: del chiste más o menos jugoso hemos pasado claramente al referentismo.
Vean si no cómo de pronto Sylar queda en segundo plano (esperemos que quede en segundo plano) para sacarse de la manga, con bastante descaro, a la Hermandad de los Mutantes Diabólicos, con Magneto y Pyro incluidos. O cómo por fin Mohinder Suresh, tontito y sin afeitar durante dos largas temporadas, se convierte en La Mosca (a fin de cuentas, siempre se dio cierto aire a Jeff Goldblum) y ahora trepa paredes, tiene apetitos descomunales (también sexuales, sí, pero es que Maya, la chica hispana, tiene su morbo) y, sobre todo, por fin aparece lampiño. O cómo de pronto todo el mundo tiene superpoderes, los personajes viejos y los personajes jóvenes, un castillo de dominós que puede dar al traste con la serie porque, sinceramente, son demasiados, y el tiempo de exposición de cada uno de ellos es cada vez menor. No, no se echan de menos a ese otro montón de personajes que han ido quedando en la cuneta, en especial los niños, pero sabemos que los recuperarán tarde o temprano a poco que se queden sin ideas.
Lo mejor, de momento, que por fin hacen algo que no se puede hacer en los cómics: equiparar superpoderes a santidad. El homenaje al superhéroe americano con la intervención de William Katz. La magnífica Niki en su nuevo personaje. O el fantasma-alucinación de Malcom MacDowell.
Lo peor, que empieza a cansar que exploten tanto el "Días de Futuro Pasado" de los X-Men y no sean capaces de contar una trama que no tenga evitar el fin del mundo como centro.
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