En alguna de mis frecuentes charlas donde salvo al mundo (en este caso, al mundo del cómic y, más en concreto, al mundo del cómic de superhéroes), le achaco al universo Marvel (que es mi universo, el único que se hizo desde el principio y que no fue una carrera continua por no perderse en la carrera) que no fuera capaz, precisamente, de seguir el paso de los tiempos. Que casi cincuenta años después estemos leyendo aún las historias protagonizadas por Reed Richards y Ben Grimm y Johnny Storm y Susan Storm es casi tan doloroso y tan absurdo como que todavía tengan hueco en las librerías otros personajes creados hace más de setenta años.
En esas charlas frecuentes donde salvo al mundo del cómic (nótese que uso la primera persona de singular y no el plural mayestático, puesto que no soy deportista, aunque en esas conversaciones no soy yo solo quien tiene esta opinión), le achacamos nada más y nada menos que a Mercurio y su boda con Crystal de Los Inhumanos lo que, nos parece, es una desviación importante a lo que pretendía Jack Kirby cuando introdujo el noviazgo de aquella hippy de Attilan con el fogoso Johnny Storm: asegurar la descendencia y la continuación de Los 4 Fantásticos y, por ende, de todo el universo Marvel. Es decir, si Johnny y Crystal (que eran un noviazgo simpático y amable y que parecía real, quizás porque reflejaba el noviazgo de alguna de las hijas de Jack Kirby) hubieran "atado el lazo", hoy, casi medio siglo más tarde, estaríamos leyendo unos Fantastic Four muy distintos, liderados por Franklin Richards y con los vástagos de Johnny y Crystal como miembros. Sé que puede parecer algo sacado de la manga, pero recordemos que Jack Kirby pretendió dinamitar Thor y, cuando no le dejaron, se fue con los puros y los lápices a otra parte para crear el Cuarto Mundo reciclando aquellas ideas que tenía tras el Ragnarok.
Otra de las ideas de esas charlas es que, ya puestos, cualquier superhéroe no tiene más que cambiarse la máscara para ser otro superhéroe (detalle que nunca se ha explorado lo suficiente y que salvaría a Spider-Man, por ejemplo, de la persecución de la prensa). También, cualquier superhéroe puede ponerse las mallas de otro superhéroe, ya sea su papá o su amigo, y continuar adelante con la historia. Es lo que hace Iron Fist cuando suplanta a Daredevil en los últimos tiempos, por ejemplo. Es lo que podría hacerse hoy con un Spider-Man de setenta años: crear un Spider-Man (o una Spider-Girl, que se intentó pero fuera de continuidad) que lleve adelante la saga.
Porque los superhéroes son, o deberían ser, de quita y pon. Se muere uno y se crea otro. Esto lo hacía Kirby con una facilidad pasmosa. O se muere uno y otro recoge la antorcha. Esto lo hemos visto pero siempre, siempre, se da el paso atrás. Recordemos que el héroe de quita y pon, caído por Dios y por la pasta, es una de las características más importantes de X-Tatics: se muere uno, llega otro, y la serie continúa y no pasa nada.
Todo este rollo para recordar que, hoy por hoy, mi guionista favorito es Ed Brubaker, tanto en su faceta noir como en su repaso a los superhéroes.
Pues bien, entre su Daredevil y su Capitán América, me inclino siempre por el segundo. Es difícil de elegir, no crean ustedes. Pero en Daredevil tiene que deshacer mucho de lo mal hecho y en Capitán América es capaz de ofrecer como nuevas historias de un fuerte sabor clásico donde se reconoce al mismo personaje de Kirby y Steranko y Englehart y Byrne-Stern y Gruenwald, puesto al día, en el mundo de hoy, a los gustos de hoy (a pesar de que no me guste el estatismo fotográfico de los dibujos, que esa es otra).
Todo este rollo para advertir, ahora que acabo de leer el segundo tomo de la muerte del Capitán América y su sustitución por otro personaje que se coloca el uniforme y porta el escudo (circunstancia que, sí, ya la han hecho otros muchas veces), que de lo dicho nada. Que por mucho que uno quiera leer historias nuevas donde el tiempo pase y los personajes evolucionen y los 4F de hoy y Spider-Man fueran otros personajes nuevos con la misma máscara (lo que, semánticamente, significa la palabra "saga"), lee uno el trabajo de Brubaker (ya les digo, mi favorito hoy por hoy), y llega a la misma conclusión a la que nos llevaron en sus buenos tiempos Englehart y, sobre todo, Gruenwald: El Capitán América es Steve Rogers.
Cualquier otra cosa será, simplemente, apariencia.
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