Los cómics, como casi todo, se nutren de nostalgia. A veces, si la nostalgia sirve para recuperar obras maestras de los cien años y pico de historieta, deja de serlo para convertirse, simplemente, en un acto de justicia: menos mal que el amigo americano empieza a darse cuenta (o los copyrights están a precio de saldo, que también puede ser), y se están recuperando obras maestras que siempre debieran estar al alcance de los públicos lectores, igual que lo están las obras maestras de la literatura o el cine. O sea, que menos mal que se recupera a Popeye, a Terry and the Pirates, a Dick Tracy, a Mary Perkins, a Peanuts, y se anuncia para dentro de quién sabe el rescate indispensable de Juliet Jones, Scorchy Smith o el Mickey Mouse de Gottfredson.
En otras ocasiones, demasiadas, la nostalgia sirve como rémora en el desarrollo de la historieta. Es entonces cuando se reedita una y otra vez (y encima tildándolo de "clásico") material sin importancia ni trascendencia de los años ochenta y noventa, simplemente, supongo, porque el lector adolescente de entonces ya no tiene esos tebeos, o los tiene descoloridos, o sueña todavía con que una sola editorial, y una sola, sea la que publique en España los títulos americanos de editoriales contrarias. No tienen ustedes más que echar un vistazo a todo el material de colorines que se reedita una y otra vez para preguntarse si, en efecto, ese material merece tanto la pena como para ocupar el sitio a tantas otras cosas que se pueden estar haciendo (allí o aquí, aunque desgraciadamente ya hemos perdido buena parte de la la capacidad de hacer cosas aquí) o que se hayan hecho sin que nadie se haya dado cuenta.
La nostalgia es la que hace que, aquí mismo en internet, se reciba con alborozo la repesca de un material tan de segunda como los tebeos Disney hechos en Italia. O sea, el Don Miki. Como si tiarrones de cien kilos y camisetas negras fueran a comprar ese material (les juro por mis muertos que espero que no, porque entonces la cosa estaría mucho más chunga de lo que creo que está). Y, lo peor, como si entre la chiquillería ese material fuera a interesarles. La primera lección que tendría que aprender el sector editor (y el sector friki jaleaditoriales) es que las infancias no son intercambiables. Cada una tiene lo que tiene, y si ustedes fliparon con Chanquete, a mí Locomotoro no me lo cambian por nadie. Y lo mismo a los que aún recuerdan a Goku, cuando lo que priva a los chavales hoy ya es Naruto o el American Dragon.
Un globo sonda colocado en la red hace que de pronto todo el mundo sueñe y resueñe con el resurgir de las revistas. O sea, aquellas publicaciones en colorines que florecieron en España tras la muerte de Franco y prácticamente hasta el final de la década de los ochenta, año arriba o año abajo. Un enigmático anuncio "Cimoc, muy pronto" nos llena la tebeosfera de ilusiones y de desencantos.
La pregunta inevitable es: ¿merece la pena, hoy y ahora, recuperar las revistas? ¿Volverán como oscuras golondrinas a adornar los kioscos? Tengo mis dudas. Las tuve siempre. Cierto, tuvimos muchas revistas, y revistas buenas. Pero hubo muchas de ellas que apenas sobrevivieron media docena de números. Y al final todas cerraron, algunas con importantes pérdidas.
¿Cuál fue el éxito de las revistas? Primero, que el cómic se equiparó a contracultura, antes de que la contracultura volviera por derecho al mundo de la música, mucho antes de que el mundo de la música contraatacara tardíamente y acabara con la contraculturalidad y presentara Operación Triunfo. Segundo, que pese a alguna excepción notable, las revistas se aprovecharon de años y años de censura, repescando material que ya tenía en ocasiones más de una década de antigüedad y presentándolo como nuevo (porque era, en efecto, nuevo para aquella generación de lectores): material francés, material americano, material argentino y luego, por fin, por mímesis, material de producción propia. Cuando se acabó el material (o cuando no se supo buscar más material: el vacío al mejor guionista en lengua española, Robin Wood, sigue siendo ignominioso) las revistas se quedaron sin nada interesante que ofrecer, el público que había fidelizado huyó a los matrimonios y las hipotecas y el público más joven ya cayó rendido al material superheroico que, en esos años (los ochenta, no olvidemos) era más que sobresaliente.
¿Cuál fue el fracaso de las revistas? A los factores mencionados más arriba, hay que sumar el factor hartazgo. Una historia de seis páginas con teta, potorro, drogas, violencia y chiste sorpresa final está bien. Pero por sistema, hasta el jamón cansa. Las revistas (pienso, por ejemplo, en Totem o en Creepy) siempre alternaron material de primera con bazofia en estado puro. Lo malo, claro, es que se potenciaba la bazofia como si fuera material de primera, y el lector no era tonto del todo (recuerden ustedes los autorcillos que se potenciaron como si fueran los siguientes Corben o Moebius; recuerden los concursos para hallar nuevos valores y los vergonzosos premios que se premiaban). Lo malo es que, también con los autores de primera se pasó del descubrimiento a la sobreexposición: las obras maestas de madurez de Moebius o Pratt alternaban sin sonrojo con otras obritas muy menores de cuando daban los primeros pasos en su arte; sin embargo, no se presentaban como un paso en la evolución. El todo vale fue la marca de la casa de las revistas. Y, naturalmente, el fuego cruzado entre una publicación y otra (que si línea clara, que si línea chunga, que si superhéroes no, que si lo que yo edito es mejor que la mierda que publica el otro) provocó tontamente una fractura artificial entre autores y lectores que, a quienes no nos da la gana ni posicionarnos ni que nos posicionen en nuestros gustos, nos dejó bastante fuera de juego.
No todo el mundo es capaz de escribir novelas. No todo el mundo es capaz de escribir poesía. Y, sobre todo, no todo el mundo es capaz de tener una obra literaria apabullante escribiendo sólo relatos.
Lo mismo pasa en el mundo de la historieta: no todo el mundo tiene la sensibilidad de un Pratt o un Comés, ni la capacidad de Oesterheld o Wood para contar cosas interesantes en media docena de páginas. Uno comprende que las necesidades de edición obligaran a mostrar un popurrí de historietas en cada número, pero el "Continuará" nunca ha estado de más en los tebeos; el gran éxito de la mejor revista de cómics de la historia (sí, Pilote) estaba precisamente en eso: los fragmentos de historietas se seguían de un número a otro, sin obligar a falsos finales, y luego se podía recopilar la historia en álbum sin problemas. Cierto que el Pilote de su gran época era una revista semanal, no mensual.
Aquí no se hizo eso. Incluso cuando se tenía un personaje interesante, se obligaba o se recomendaba a que las historias fueran autoconclusivas. Un absurdo: las historias hay que contarlas en las páginas que hay que contarlas. Y en cuatro o seis páginas hay que ser muy genio de verdad para contar algo medianamente interesante.
¿Merece la pena recuperar hoy las revistas? Ojalá la respuesta fuera sí. Pero me temo que el tiempo de las revistas pasó. Las generaciones de autores de revistas desaparecieron (¿quién queda hoy, Giménez, su mejor autor, Prado su mejor herededero?), dedicados a otras cosas o, en algún caso, a historias largas (pienso en Font y Ortiz en Italia; en Bernet en USA). El batiburrillo de influencias mixtas de los dibujantes y jóvenes aspirantes de hoy potenciará una vez más el cajón de sastre característico, elevado a ene.
¿Quién podría, además, vivir de la historieta publicando al mes sólo cuatro o cinco páginas? ¿Sin el apoyo de otras revistas en el extranjero que pudieran adquirir el mismo material y así compensar económicamente el esfuerzo? ¿Quién sabría hacer esas historias, quién querría hacerlas, cuando trabajar para el vecino francobelga o sobre todo el mercado americano (en historietas, sí, tan insulsas como impersonales: un nuevo ejemplo de nuestra estulticia es considerar que lo que se hace para Nueva York es tebeo español en vez de tebeo americano) es el sueño húmedo con el que sueñan las cuentas corrientes de todos y todas?
El contrasentido de que las "novelas gráficas" son, o eso se dice, el paso siguiente en la evolución del medio se da cita ahora con este deseo de vuelta atrás a historietas que por fuerza tendrán que verse laminadas. Cuando el público lector de ahora ni siquiera compra ya los comic-books de 22 páginas y espera a los trade paperbacks y, en algún caso, hasta los recopilatorios omnibus; cuando los álbumes francobelgas ya se anhelan más en su formato "Integral", ahora soñamos, tonta nostalgia, con recuperar el gota a gota mensual de las revistas. O, según parece, de una sola revista.
Bienvenida sea, si va a salir bien, de todas formas.
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