Que ni siquiera los grandes estudios de cine tienen idea de qué funciona y no funciona en el cine es, según cuenta todo el mundo, voz común y corriente. Que un estudio con la solera de la Universal fuera tan tonto, ya en 1999, de saquear su fondo de armario de películas de miedo y presentar La Momia como película de terror (usando los mismos nombres de los personajes egipcios de la versión de Boris Karloff de los años treinta) cuando lo que en realidad se presentaba era una historia de aventuras que, partiendo de Beau Geste, saqueaba a placer los caminos que ya no iba a frecuentar Indiana Jones, fue un despropósito sólo superado con la secuela de 2001, donde nadie pareció darse cuenta de que la gracia no estribaba en la momia de los cojones, por mucho que impresionara Arnold Vosloo, sino en el personaje protagonista, el aventurero Rick O´Connell, que parecía sacado de una novela de aventuras (light, eso sí) de Robert E. Howard.
Así, mientras la primera Momia es una entretenidísima película de aventuras sin más pretensiones que causa agradable sorpresa, la segunda (a mi entender, no se me sulfuren, ¿eh?), corre el riesgo innecesario de enclaustrar la franquicia en los muertos vendados, y no en contar cualquier otra peripecia del aventurero y su esposa y su cuñado (y hasta su hijo, que en la segunda peli, pese a ser un niño, tampoco molestaba demasiado). Unos CGI abusivos, demasiados personajes, y un montón de finales consecutivos (quizá fuera la primera película contemporánea que no fue capaz de encontrar un final) indicaban ya que el director Stephen Sommers no tenía rienda ni medida.
Han pasado unos cuantos años y ahora vuelve la Momia. Bueno, la momia no. Otra momia. Y nos tenemos que creer que es una momia cuando en realidad es un emperador chino solidificado en terracota, con los guerreros de Xian que también son soldados solidificados en terracota, y con un guión que pudo ser entretenido y es pavoroso.
Arbitrariamente, la acción salta a 1947... pero Brendan Fraser no ha envejecido tantos años. Rachel Weisz, que tanto nos encandiló en las otras entregas, saltó por la borda y dijo adiós a la franquicia: por desgracia, en vez de matar al personaje y mostrarnos a un O'Connell viudo y de vuelta de todo, que es lo que pega en las pelis más o menos crepusculares, han decidido sustituir a la actriz, conservando el personaje ahora reciclado a mezcla de Agatha Christie, Margaret Mitchell y prota de Tras el corazón verde. Un error de envergadura, porque Maria Bello no se hace en ningún momento con el personaje, sobreactúa más que Nina en la versión teatral de Mamma Mía!, y consigue que buena parte del respetable ande lampando porque una bala perdida se la cargue. Por desgracia, no tenemos esa suerte.
Por lo demás, la película está llena de los tópicos que aparecen en este tipo de películas, pero contados sin gracia, imitando de vez en cuando escenas de la saga de Indiana Jones, con unos diálogos delirantemente malos donde los personajes de pronto se sacan cosas de la manga sin que tengan motivos para llegar a esas deducciones, como si explicaran al público que no entiende la historia lo que está pasando o va a pasar.
Un Jet Li que no impresiona nada-nada, unos efectos especiales chapuceros y ya vistos, escenas que parecen saqueadas de las aventuras en comic del propio Indiana Jones (los yeti o el dragón, por ejemplo, que además parece el logotipo de Mortal Kombat), demasiados personajes en liza que sólo tienen tiempo de decir una frase graciosilla y poco más, y un director (por llamarlo algo) que no es capaz de parar la cámara ni un instante, dando la impresión de que sufre de un tembleque raro hasta en tomas quietas (cuando abren el arcón de las armas, por ejemplo), y que, teniendo a sus órdenes a dos especialistas de la artes marciales "con cable", es incapaz de mostrar una escena de acción donde se vea algo.
Para aquellos que todavía echan pestes de Indy 4, una comparación con esta película vuelve a colocar al del látigo un montón de escalones por encima.
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