Estuvimos la semana pasada, como saben ustedes, en el quinto seminario de historieta de San Roque, donde tuve la oportunidad de conocer y conversar a fondo con Joan Mundet y Miguelanxo Prado, aparte de ver la exposición de Alatriste del primero y la proyección de la hermosa De profundis del segundo.
Me tocó charlar de tebeos que no fueron, pero que podrían haberlo sido, después de que Carlos Pacheco, que es el que dirige la cosa, hablara el primer día de viñetas ocultas en los otros medios. Mi charla fue, como dije, sobre "viñetas descaradas": las películas y series de televisión, desde Los cuentos del Mono de Oro a Héroes, pasando por Los invencibles de Némesis, Buffy o La frontera azul o Xena y películas como Robocop o Darkman, que tienen una clarísima influencia comiquera, preñadas de referencias, homenajes y hasta plagios, que nos demuestran que muchos de esos creadores de otros medios tienen en el fondo de su educación sentimental y su formación artística a la historieta como base, y que en otro momento bien podrían haberse dedicado a ser historietistas ellos mismos (circunstancia que se ha cumplido, sí, con gente como JMS o Joss Whedon).
Al final, tras mi charla, que es la que cerraba el seminario, pasamos a los ruegos y preguntas. Y, como siempre, los ruegos y preguntas resultaron jugosos. Por ejemplo, es curioso que siempre haya que dejar claro que títulos como Watchmen no reflejan el estado del comic de hoy, sino el de hace veinticinco años. Que Sandman haya cumplido ya los veinte. Que el cómic se reinicia cada vez que llega un nuevo lector que ignora lo que se ha hecho antes, porque lo que se ha hecho antes no se hizo para él, o no tiene acceso, o simplemente no le interesa. No podemos decir que los superhéroes, por ejemplo, murieron con Watchmen: murieron para un tipo de lector, el lector que se hizo adulto como lector leyendo Watchmen, pero las nuevas generaciones también tienen derecho a empezar a leer superhéroes adolescentes, historias de emoción y despendole, porque ése es el quid del tebeo de superhéroes. Que hoy no haya o no encontremos el equivalente a Lee, Kirby, Ditko, Thomas, Pérez, Steranko o Buscema no significa que no puedan aparecer algún día. Tampoco hay, para quienes buscamos emociones y reflexiones más adultas, gente que sea capaz de seguir la estela de Moore; quizá porque Moore sólo hay uno, quizá porque Moore jugaba con ventaja al no tener que continuar lo que otros habían hecho, y haber podido cerrar en doce números la novela gráfica que quiso contar a su gusto y medida.
Lo cual nos llevó la tema del glamour. Por qué la historieta y los creadores de historieta no tienen glamour, ni dentro ni fuera del género. Y contestamos, al alimón, creo, que glamour tuvieron los autores de cómics (Lee Falk, Hal Foster, Alex Raymond, Milton Caniff, que vivían como pachás con cotos de caza privados, sesiones de fotos de pose con universitarias despampanantes, Rolls Royces propios y portadas en Time y programas dedicados en televisión), pero que todo eso se perdió en cuanto la historieta pasó a formar parte de eso que, en los sesenta y setenta, se llamó la contracultura.
Y de ahí derivamos a contar cómo Hollywood vive precisamente de alejar del espectador las vidas de sus ídolos, con toda la parafernalia de trajes de diseño, alfombras rojas, chóferes, guardaespaldas, etcétera, mientras que los dibujantes y guionistas de historietas jamás podrán alcanzar esos niveles entre otras cosas porque, cincuentones y todo, siguen viviendo de y por y para el friki de la camiseta negra, los pelos en desorden, y la inmediatez del fan que se cree a su mismo nivel, aunque no lo esté ni llegará a estarlo nunca.
Contamos, creo que en la cena, la cara de pavor de algún autor consagrado americano, en pantalones cortos y gorra de beisbol ad hoc, cuando se les recibió en La Coruña, en una de las primeras ediciones de Viñetas do Atlántico, nada menos que en el salón de plenos del ayuntamiento local, con todos los concejales y sus esposas vestidos de gala, concediéndoles la misma atención y el mismo boato que si hubieran sido estrellas de cine o científicos o músicos.
Y recordamos también cómo el momento en que los cómics (al menos los cómics Marvel) llegaron a ser considerados como algo más importante más allá de la industria juvenil fue cuando, llegado Jim Shooter al puesto de editor en jefe, apareció el primer día de trabajo por el bullpen vestido con chaqueta y corbata. Al pasmo de sus colaboradores, Shooter respondió que ese idioma, el de la chaqueta y la corbata, era el que hablaban y entendían los administrativos de la planta de arriba: un medio para que al medio se le tomara en serio.
La reflexión que quedó en el aire, y que tal vez retomemos el año que viene, es hasta qué punto la historieta vive aprisionada de la edad y las modas de sus seguidores, y cómo quizá tendría que evolucionar (en sus modas, en sus contenidos) hacia otras formas que pudieran atraer a los lectores que no siempre son capaces de acercarse motu propio a los muchos mundos que ofrece.
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